domingo, octubre 6, 2024
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Vigencia estética y política de Pier Paolo Pasolini

Juan Guillermo Ramírez

Pier Paolo Pasolini nació en Boloña en 1922 (el mismo año en que Musolini subió al poder). Realizó sus estudios en Parma, Belluno, Sacile, Cremona y Reggio Emilia, lugares adonde su familia tuvo que desplazarse, siguiendo al padre de Pasolini, que era oficial del ejército.

En 1943 se inscribió en la Facultad de Letras de la Universidad de Boloña, pero viviendo en Casarsa, el pueblo natal de la madre. Allí Pasolini escribió su primer libro de poemas ‘Poesie a Casarsa’, adoptando el dialecto. Fue cofundador de la “Academia de lengua friulana” y participó en la lucha de la Resistencia, escribiendo manifiestos y proclamas en 1943 uno de los años más hermosos de mi vida.

En 1949 termina la carrera de Letras y los tres años dedicados a la docencia. En 1950 llegan a Roma, dispuesto a llevar una vida nueva. Le piden ayuda al tío Gino. Este los ayuda instalando a Pasolini en un cuarto de alquiler modesto; a la madre le consigue un trabajo de sirvienta en una casa de arquitectos. Los dos viven los primeros meses con el escaso ingreso de ella.

Tiempos de miseria, pero de gran libertad erótica para Pasolini. Comienza a relacionarse con escritores y periodistas. Publica su primer artículo en ‘La Libertà d’Italia’: una recensión de Fábulas de la dictadura, de Leonardo Sciascia. Escribe artículos para ‘Il Popolo di Roma’, ‘Il giornale de Napóles’, ‘Il lavoro de Génova’. Publica sus primeros cuentos en ‘Il Mondo’, y colabora con ‘La fiera letteraria’.

Primeros pasos en el cine

Le es presentado Bertolucci, quien había ido a Roma para encargarse de la dirección de un filme. Bassani y Bertolucci introdujeron a Pasolini en el mundo cinematográfico, encargándole sus primeros guiones. Estos son los primeros pasos de una trayectoria que se extendió durante 25 años de trabajo en tantas y variadas disciplinas: en todas ellas dejó su impronta lúcida, apasionada y contradictoria, pero siempre genial, que lo convirtió pronto en la figura más inquietante y controvertida de la Italia de los tiempos modernos.

La obra de Pasolini se identifica como paradigma de cierta ‘modernidad cinematográfica’ o, según categorías diversas, de una posmodernidad fílmica. La vigencia de su poética del cine, sumada a la reposición escénica de sus obras teatrales, a las reediciones de sus obras literarias y al permanente debate sobre las causas de su muerte −asunto judicial no resuelto−, le confieren a la obra general de Pasolini una actualidad que rebasa la de un corpus meritorio, la de una obra referencial, para alcanzar un estatus de ejemplaridad en las querellas contemporáneas sobre arte y política.

Pasolini es una de las figuras más controvertidas e inquietantes del mundo cultural. Poeta, novelista, cineasta, dramaturgo e intelectual comprometido, comunista idealista y milenarista, como él mismo se consideraba. Y un personaje al que, a pesar de que está cobrando actualidad, no es cómodo ni fácil aproximarse, pues huye de cualquier clasificación: alterna destellos de lucidez y propuestas que desconciertan por su escaso realismo o por su impropiedad.

Polemizó con todos los intelectuales de su época, desde Alberto Moravia a Natalia Ginzburg, pasando por Sciascia, Calvino, Eco; criticó con dureza extrema tanto a la Iglesia como a la Democracia Cristiana. Fue antiburgués, enemigo pasional del consumismo, del hedonismo de masas, de la tolerancia del nuevo ‘poder’, del desarrollo y de la modernidad. Fue un personaje de otra época, derrotado por sus contradicciones y aniquilado físicamente en esa Italia que odiaba y amaba bajo los ‘años de plomo’. Fue el último intelectual italiano, un profeta, o, según Moravia, en su epitafio, uno de los tres o cuatro poetas que dejaría el siglo XX.

Cine y poesía

Pero algo hay en Pasolini que atrae y al mismo tiempo, produce rechazo. Si sus películas no se saben muy bien si son documentos etnográficos, tesis políticas, denuncias sociales o intentos de ‘construir’ un realismo crudo y violento, sus artículos de prensa no sabemos cómo tomarlos. Son, por supuesto, intervenciones de un intelectual en un contexto determinado, escritos a propósito de situaciones o hechos concretos, en constante polémica con el abanico político de la Italia que denunciaba en busca de otra Italia que, en realidad, nunca había existido, al menos tal y como Pasolini quería presentarla.

Pasolini afirma que el cine pertenece al mismo orden que la vida porque, a diferencia del texto literario, el fílmico expresa la realidad a través de sus objetos, sus sonidos, sus cuerpos. El hecho de que el creador de películas tenga un repertorio ilimitado de imágenes lo coloca en un plano distinto al del escritor, cuya labor consiste en jugar con un conjunto de palabras preexistente.

El ‘cine de poesía’ de Pasolini juega con la dualidad entre lo cognoscible y lo fantástico, en cuanto lados complementarios de una misma realidad y muestra a través de ese juego un arma con la que enfrentarnos en el plano artístico a un contexto cultural homologado en términos consumistas, donde la imaginación solo encuentra cabida dentro de los muros de lo previamente concebido por la industria cultural.

Su estilo poético tiene un sentido democrático y está arraigado a su tiempo histórico. Lo muestra la conocida inserción en sus filmes de elementos provenientes del psicoanálisis, de la semiología o de la historia de las religiones que le permiten explorar una realidad superadora de las previsiones antiguas.

Su técnica cinematográfica va dirigida a activar la imaginación de los espectadores, mediante el juego entre la razón y los sueños, lo racional y lo irracional. La razón la limita, porque excluye todo aquello que no se puede entender relegándolo a lo incognoscible. Señalaba Pasolini que, tras ver un filme, este se representa en la memoria como algo real, aunque soñado”. A diferencia de las imágenes literarias, las cinematográficas (los movimientos de cámara y del momento creativo del montaje) trabajan con una realidad directa que el material figurativo del narrador que describe y más parecida a cómo la realidad nos es mostrada en un sueño.

Conexión implícita

La idea del cine de Pasolini expresa su marxismo abierto a todos los sincretismos posibles, enraizado en la historia de la desigualdad entre clases sociales desde ‘El sueño de una cosa’ (novela concebida a finales de los años 1940 y cuyo título toma prestado de una frase de una carta del joven Marx a Arnold Ruge de septiembre de 1843), pero consciente de la complejidad de las relaciones humanas y de la dificultad de teorizarlas dentro de un sistema omnicomprensivo de la realidad.

De ahí que su cine esté enraizado en la historia: la de la lucha de clases y la de aquellos que siempre vivieron fuera de ella, interrumpidas por la potencia unificadora y destructora de la homologación cultural operada desde los años sesenta.

El estilo poético de Pasolini, tiene un sentido democrático y está arraigado a su tiempo histórico. Lo muestra la inserción en sus filmes de elementos nuevos provenientes del psicoanálisis, de la semiología o de la historia de las religiones que exploran una realidad superadora de las previsiones antiguas. Su técnica cinematográfica activa la imaginación, mediante el juego entre la razón y los sueños, lo racional y lo irracional.

El último filme de Pasolini Salò, (1975) no es solo una metáfora escatológica del capitalismo en su fase consumista, que ambienta en una tiranía integral, sino que expresa la necesidad de mantener una contraposición práctica a ese ‘nuevo poder’ (representada explícitamente en la escena del joven con el puño en alto frente a sus verdugos antes de ser fusilado por un amor fuera de la norma). En el cine de Pasolini la conexión entre lo artístico y lo social y político no es explícita.

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