En los próximos dos años de la administración del Pacto Histórico se decidirán importantes reformas propuestas en la campaña. El presupuesto y el recaudo son claves para la reactivación económica, una de las metas estratégicas del Gobierno
Carlos Fernández
El proyecto de presupuesto general para 2025, presentado al Congreso por el Gobierno nacional, trae una característica particular que lo hace diferente de los presentados hasta ahora y que ha sido motivo de discusiones académicas, políticas y de cotilleos: hay un faltante de doce billones de pesos en la financiación de los gastos presupuestados. Por ley, el proyecto debe presentarse en forma equilibrada, es decir, los gastos no pueden superar los ingresos calculados.
Dadas, de un lado, la urgencia de realizar un gasto acorde con el programa gubernamental y, del otro, la inflexibilidad del manejo presupuestal, el Gobierno optó por un proyecto de presupuesto desbalanceado, el cual deberá ser acompañado por un proyecto de ley que arbitre los recursos para financiar el faltante. Al momento de escribir esta nota, el Gobierno no había presentado el proyecto de ley prometido, si bien ya la futura ley tiene el nombre de “ley de financiamiento”, como la del final del gobierno de Santos.
Las raíces del faltante programado
Los ingresos tributarios constituyen la parte más importante de los ingresos corrientes de la nación. Su recaudo disminuyó nueve por ciento al finalizar junio, respecto al mismo período semestral de 2023. Esta situación y la caída de algunas normas de la reforma tributaria de 2022 obligaron al Gobierno a disminuir el presupuesto para el presente año en 20 billones de pesos, cifra insuficiente para algunos analistas que consideran debería elevarse ese recorte en 10 o 12 billones de pesos más. Aún así, el presidente y el ministro de Hacienda decidieron presentar el proyecto señalado.
La elaboración y ejecución presupuestal se enfrentan a inflexibilidades insalvables cuando se quiere promover un programa de gobierno diferente al de la política tradicional. Una primera inflexibilidad está representada en la necesaria asignación de recursos a gastos ordenados por la ley que deben cumplirse, como el Sistema General de Participaciones, mediante el cual se financian la salud, la educación y algunos programas ambientales de los territorios, sin los cuales la desigualdad regional sería aún mayor.
Está, también, el gasto en pensiones, sin el cual la minoría de pensionados respecto a quienes tienen derecho a disfrutar de este beneficio no podrían recibir su mesada. La puesta en marcha de la reforma pensional aprobada deberá demostrar hasta qué punto acertó en lograr, primero, una mayor cobertura y, segundo, una menor carga fiscal. Quizá este último objetivo se vea obstaculizado en la medida en que los recursos del pilar contributivo van a ser congelados en el Banco de la República y el Gobierno no podrá, por tanto, hacer uso de los mismos para el pago de las pensiones vigentes.
El peso de la deuda
La deuda pública representa una inflexibilidad insalvable en el manejo presupuestal, a este Gobierno le tocó asumir la elevadísima alza de la misma que promovió el Gobierno anterior. Con decir que el proyecto de presupuesto para 2025 se incrementó 19 por ciento respecto al presupuesto de 2024 (18,1 billones de pesos más).
La situación es paradójica: hay un Gobierno que pretende cumplir su programa electoral apegado estrictamente a las normas y los compromisos vigentes, pero, más allá del entorpecimiento agenciado por la oposición para que no lo cumpla, existe un sistema fiscal y presupuestal asentado en principios de ortodoxia neoliberal que obstaculiza el cumplimiento de los objetivos progresistas propuestos.
Tal vez el Gobierno está en mora de promover una modificación a fondo de nuestro sistema presupuestal, que clarifique conceptualmente asuntos como la definición de los gastos de funcionamiento y de inversión, que establezca controles adecuados para evitar manejos irresponsables de futuras administraciones, que permita adecuarlo a las necesidades del cambio.
En qué va la reactivación
Hasta cierto punto, el del presupuesto es un tema coyuntural. Hace rato, el tema del estado de la economía es objeto de análisis y de preocupación por los bajos niveles de crecimiento del indicador que mide la evolución de la economía: el Producto Interno Bruto. Mientras no se haga una modificación de este indicador por uno más adecuado a la complejidad de la economía, seguirá siendo la herramienta para asomarse al fondo de la estructura económica y su movimiento.
Como es sabido, el crecimiento del PIB, al finalizar el primer semestre del presente año, fue de un alentador 2,1 por ciento anual, muy favorable si se compara con el incremento alcanzado al finalizar el primer trimestre: 0,8 por ciento anual, y mucho más al compararlo con el crecimiento durante el año 2023, que apenas fue de 0,2 por ciento.
Podría decirse, provisionalmente, que el fantasma de la recesión económica se aleja, no obstante que la ejecución presupuestal no es todo lo dinámica que se quisiera y que sectores del gran capital privado se niegan a efectuar inversiones porque todavía los asusta el fantasma Petro. A pesar de este resultado, el proyecto de presupuesto 2025 prevé un crecimiento del PIB para 2024 de tan sólo 1,7 por ciento para el presente año y de 3 por ciento para 2025, manteniendo cautela en estas proyecciones, dada la situación de la economía internacional.
El mundo en el que estamos
El fantasma de la recesión asustó al mundo, en general, y a los países más desarrollados, en particular. Aunque no se va del todo, el crecimiento de la economía mundial en 2023 fue aceptable (3,3 por ciento), en gran medida por el aporte de la economía de guerra (por cosas como estas, es necesario cambiar el PIB por indicadores más saludables). América Latina creció 2,3 por ciento.
Las proyecciones indican que el mundo crecerá 3,2 por ciento y 3,3 por ciento en 2024 y 2025, respectivamente; América Latina lo hará a tasas de 1,9 por ciento y 2,7 por ciento en estos dos años. De confirmarse las proyecciones para el país, este habrá entrado en una senda sostenida de crecimiento. Para ello, habrá necesidad de seguir luchando por consolidar el cambio incipiente.
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