Editorial 3241
El embajador de los Estados Unidos en Colombia, Francisco Palmieri, en al menos dos declaraciones de prensa la semana pasada, reconoció la existencia de serios planes para asesinar al presidente Gustavo Petro. “Sí hay un peligro real contra la vida del presidente Petro”, dijo el diplomático.
En la primera revelación, dada a la cadena RTVC Noticias, confirmó que el plan existe y es de conocimiento de la Administración de Control de Drogas, DEA. Además, indicó que este organismo aportó elementos que confirman la información suministrada por el propio Gustavo Petro, en el sentido de un plan para asesinarlo, financiado desde Dubái, operación que incluye la compra de un cargamento de fusiles.
“Es una situación muy sensible. Estados Unidos, a través de nuestra embajada y el Gobierno, no discutimos las comunicaciones privadas que hemos tenido con nuestros socios gobiernos, y es una situación muy delicada”, insistió en Caracol, el embajador.
Con anterioridad, Holman Morris, periodista de RTVC, entrevistó al líder religioso y político, Alfredo Saade, quien habló de un plan para envenenar al presidente, de tal suerte que el deceso del mandatario apareciera como una sobredosis de drogas. Según el pastor, la información proviene de fuentes confidenciales de una nación cercana.
Los golpes de Estado, así como sus intentos, han sido una constante en América Latina, al igual que los magnicidios. Los autores son los mismos: las grandes corporaciones económicas, los militares comprometidos con la teoría de la Seguridad Nacional, la oposición de extrema derecha, y el gran prestidigitador que saca del sombrero todas las cartas golpistas: el imperio norteamericano, junto con sus agencias de ‘ayuda’ e ‘inteligencia’.
La lista de golpes desestabilizadores es larga. Un informe reciente de la BBC afirmó que Bolivia es “el país con más intentos de golpe de Estado” desde 1950. El último se dio contra el actual mandatario Luis Arce Catacora.
En Venezuela, antes y después de las elecciones del 28 de julio de 2024, sigue en marcha una intentona de golpe de Estado. Curiosamente, mientras en Bogotá se habla de un camión cargado de explosivos y de la compra de armas, en Caracas ya incautaron un arsenal.
No es la primera tentativa. En abril de 2002 hubo una intentona contra el presidente Hugo Chávez. En Haití, en febrero de 2004, contra el presidente Jean-Bertrand Aristide, secuestrado por un comando de las Fuerzas Especiales de los Estados Unidos. En Honduras, en junio de 2009, contra el presidente Manuel Zelaya. En Ecuador, en septiembre de 2010, contra el presidente Rafael Correa, que alcanzó a ser retenido unas horas y liberado por una movilización popular.
La lista es larga. No hemos olvidado el sangriento asalto contra el Palacio de La Moneda en Santiago, que derrocó y segó la vida del presidente mártir Salvador Allende.
A pesar de las aparentes buenas intenciones del embajador Palmieri, recordemos que los gobiernos de su país no han sido ajenos a estas intentonas, a estos magnicidios. En los casos de Colombia y Venezuela, algunos observadores señalan que hay una conjunción de acciones de la ultraderecha fascista de ambos países. Algun día sabremos cuál es la responsabilidad de Washington en ello. Esta larga lista de atropellos a la soberanía y la autodeterminación de los pueblos se convierte en un yo acuso contra las prácticas norteamericanas.
Estados Unidos está en plena campaña electoral y al Partido Demócrata le interesa presentarse como defensor de la democracia en el continente. Mientras en Ucrania, en Gaza y en el Líbano, su papel contribuye a incendiar la hoguera de la guerra.
Hay que sopesar cada paso, cada decisión que toma Washington en la geopolítica global. Gustavo Petro, jefe del país que aparece como el ‘mejor aliado’ de Estados Unidos, seguramente está en la mira. Como decía el Che, al imperialismo no hay que creerle, ‘ni un tantico así’.
La mayoría de los Colombianos no vamos a aceptar de ninguna manera un derrocamiento, ni destitución del Presidente Petro. Al Presidente Petro y al voto popular lo vamos a defender de «todas las maneras» posibles, con consecuencias para «todos» los ultraderechistas golpistas.