Un estudio del Ministerio de Hacienda concluyó que las ganancias del sector empresarial explicaban gran parte de la inflación. Los gremios económicos salieron al unísono a refutar esta aseveración ¿Quién tiene la razón?
Carlos Fernández
El ministro de Hacienda, Ricardo Bonilla, explicó que las ganancias empresariales se les atribuye una mayor responsabilidad del proceso inflacionario, más que a los salarios durante el período posterior a la pandemia y hasta 2023. El FMI dice que “las crecientes ganancias empresariales explican casi la mitad del incremento de la inflación en Europa”.
El descenso en la tasa de inflación que presenta el informe del DANE al finalizar el mes de marzo (7,36 por ciento, en términos anuales) acalló una polémica que se había desatado desde finales de enero, a raíz de la publicación por el Ministerio de Hacienda de un documento que atribuía a las ganancias empresariales una mayor responsabilidad que al incremento de los salarios en el proceso inflacionario durante tal período.
Mucho ruido y pocas nueces
El barullo que se armó es explicable. Siempre se ha querido hacer creer que la causal en los procesos de inflación ordinaria o latente e, incluso, en procesos de hiperinflación, es el aumento de los salarios. Venir a decir ahora que las utilidades empresariales son causantes principales de la inflación constituye una especie de herejía económica. Tan pronto el Ministerio publicó su nota, exministros de Hacienda, prestigiosos economistas de la Asociación Nacional de Instituciones Financieras, ANIF, saltaron a contradecir lo afirmado por los técnicos de Hacienda.
También Salomón Kalmanovitz entró al ring para señalar que “en las teorías de Marx y Keynes el trabajo y su costo determinan los precios”, lo cual, en lo que se refiere a Marx, es falso. Lo que el pensador alemán dijo fue que “la determinación de los valores de las mercancías por las ‘cantidades relativas de trabajo plasmado en ellas’ difiere, como se ve, radicalmente, del método tautológico de la determinación de los valores de las mercancías por el valor del trabajo, o sea, por los ‘salarios’”. Marx habla de valores y no de precios. Y añade: “la oferta y la demanda no regulan más que las ‘oscilaciones’ pasajeras de los precios en el mercado”.
Más allá de la apariencia
Tanto el FMI como el Ministerio de Hacienda no logran superar el análisis fenoménico del actual proceso inflacionario. Es positivo, claro está, que en la literatura económica se empiece a entender que la inflación está atada a crecimientos en la cantidad de dinero o a aumentos de salarios y de otros costos sólo coyunturalmente y que lo que la hace persistente es que, ante coyunturas traumáticas como la pandemia o la guerra de Ucrania e, incluso, ante situaciones de desarrollo normal de la actividad económica nacional e internacional, es la búsqueda de una mayor proporción del valor de las mercancías lo que determina la elevación persistente del nivel de precios y, en determinadas circunstancias, de procesos acelerados de inflación.
Esto significa que la inflación está determinada por diversas contradicciones que la hacen persistente. La primera es entre capitalistas y trabajadores, luchando los primeros por quedarse con una ganancia superior a la plusvalía generada en el proceso de producción, a costa de la remuneración de los asalariados, en tanto estos buscan mantener y, de ser posible, elevar su capacidad de consumo mediante el alza de salarios. En este sentido, un aumento de salarios no es, en principio, más que una disminución de la parte del valor de las mercancías que se apropian los capitalistas.
Una segunda contradicción que está en la base de la inflación es la que enfrenta a los capitalistas entre sí, pues unos buscan apropiarse de una mayor porción del valor de las mercancías de cada sector económico contra sus competidores. En tercer lugar, está la competencia internacional entre sectores monopólicos.
El papel del Estado
Durante la pandemia, los países desarrollados hicieron emisiones monetarias que les permitieron pagar los subsidios que acordaron para la población que se quedó sin ingresos o con ingresos mínimos en relación con lo que había antes. La situación lo ameritaba y no hubo problema en pasar por encima de la teoría que dice que toda emisión es inflacionaria.
En Colombia, cuya moneda no tiene el papel de divisa internacional que tienen el dólar y el euro, no se hizo emisión, pero sí se elevaron las tasas de interés y se elevó la deuda para financiar los magros apoyos a la población porque, como en todo el mundo, la inflación se elevó notablemente. En ambos casos, las autoridades monetarias actuaron sobre la base de su independencia frente a los gobiernos respectivos. En Colombia, los industriales y comerciantes entraron en contradicción con la Junta Directiva del Banco de la República, en su mayoría, está conformada por visiones tradicionales sobre la inflación.
Los aumentos del salario mínimo y la reforma tributaria aprobados durante este gobierno han elevado la capacidad de compra de los sectores populares y la inflación ha venido bajando, como ya se dijo, a pesar de la necesaria elevación del precio de la gasolina. No se está exento de que fenómenos como el Niño, el pago de la deuda y las limitaciones a la reforma tributaria disminuyan los recursos para las reformas sociales que mejorarían las condiciones de vida de la gente y elevarían su capacidad de consumo. En esto se aprecia que el papel del Estado puede ser el de facilitar al capital su intención de apropiarse, vía inflación, de mayores partes del valor de las mercancías o el de buscar que una mayor parte de la torta les llegue a los sectores populares.
Estamos totalmente de acuerdo con la columna. Un ejemplo es México, donde el gobierno progresista de AMLO ha hecho importantes incrementos del salario mínimo y no se ha afectado la inflación. México hoy en día es una de las economías con mayor crecimiento y equidad; y, Colombia con el gobierno progresista de Petro también lo va a lograr.