Mientras la derecha se burla del sombrero de Carlos Pizarro y de la sotana de Camilo Torres, el Gobierno y el movimiento popular avanzan en la recuperación de los símbolos, la memoria y la historia de quienes han ofrendado sus vidas en la lucha por un mejor país
Pablo Oviedo A.
El 3 febrero de 1929 llega al mundo un niño que trae en su frente la refulgente estrella que lo caracterizaría como portador de la esperanza de un pueblo, es Jorge Camilo Torres Restrepo, quien el 15 de febrero del año 1966, en San Vicente de Chucurí, caería abatido por las balas del régimen oligárquico, de tinte fascista y antipopular de Guillermo León Valencia, quien era conocido como el Carnicero por su política violenta y por aplicar la doctrina de tierra arrasada para combatir a sus contradictores armados.
Camilo cae con las botas puestas después de haber llevado su mensaje liberador a millones de colombianos. Combatió sin pausas al imperialismo norteamericano y a la oligarquía, al tiempo que predicaba que el problema no era rezar más, sino amar más, mientras se lucha por la justicia social, la equidad y el disfrute de bienestar integral para toda la sociedad.
Una luz salvadora
Luego de su eliminación física se constituye en un ícono de las luchas populares de Latinoamérica y del mundo entero. La impronta de su palabra permea las clases sociales marginadas y a los demócratas de toda condición, llega a ser una leyenda, pero no una leyenda cualquiera, sino una cimentada en principios políticos humanistas y en su posición irreductible de apoyar al pueblo y redimirlo a través de la conquista de los derechos conculcados durante décadas por una élite gobernante criminal y regalada a los intereses norteamericanos.
Camilo emerge como una luz salvadora desde el calvario de su sacrificio por la opción de los pobres. Su actuar se fija en el corazón y la conciencia de hombres y mujeres libres que pelean por la emancipación, en contra de toda forma de tiranía y de coerción.
Jorge Camilo Torres Restrepo es realidad presente porque su figura, su palabra y sus enseñanzas humanistas siguen vigentes y más vivas que nunca. El paradigma de amor por los desposeídos sigue siendo una gran necesidad. Estaba convencido de que el deber de todo cristiano es ser revolucionario y el deber de todo revolucionario es hacer la revolución.
Creyó que allí podría salvaguardar su vida
Su historia es compleja, plena de amor total por la gente que se debatía en la miseria, la ignorancia y la muerte. Gestó el Frente Unido del pueblo, una organización política que, además, publicaba un periódico del mismo nombre. El gobierno no le perdonó su postura política y empezó a ser perseguido, le llegaron protervas amenazas, le hicieron atentados, su vida corría inminente peligro, lo que lo obligó a ingresar a las filas guerrilleras del Ejército de Liberación Nacional. Creyó que allí podría salvaguardar su vida, pero no fue así: en su primer combate, su cuerpo fue abaleado y luego ocultado por las fuerzas gubernamentales.
Fue sacerdote católico, pionero de la teología de la liberación, cofundador con Orlando Fals Borda de la primera Facultad de Sociología de Latinoamérica, en la Universidad Nacional de Colombia. Las élites de este país, de forma despectiva lo llamaban ‘el cura guerrillero’, tratando de opacar su grandeza, su legado, su ejemplo y su humildad ante el pueblo.
Sigue vivo
Una sotana, cargada siempre sobre su cuello, recuperada, es la expresión que Camilo y su lucha siguen vivos. Sus verdugos observaron su cuerpo caído cual Cristo redentor, tenía los brazos extendidos, como quien espera con ansias abrazar a su gente. Veía siempre al horizonte y cuando sus enemigos vieron su barba que plasmaba la inconformidad, miraron el resto de tu rostro y vieron en él la emisión de la esperanza de los pobres y oprimidos.
Aun, después de muerto, sus enemigos sintieron pavor: sabían que, aunque caído, su sangre se combinaba con la tierra, quedaba el ejemplo imperecedero que podría encender el ansia colectiva de libertad y de reivindicaciones, entonces escondieron el cuerpo para que nadie pudiera rendir reverencia combativa a sus restos, pero no pudieron esconder sus ideales del ejemplo que multiplicó, convirtiéndolo en el Camilo campesino de las luchas agrarias, el Camilo estudiante, el de las marchas y pedreas en las universidades, el Camilo de los trabajadores y sus luchas obreras, el Camilo de las mujeres luchadoras, el Camilo sindicalista, el Camilo de las masas del Frente Unido y después de todas las fuerzas luchadoras del pueblo colombiano, el Camilo profesor y sus bregas por una mejor educación pública, el Camilo convertido en libros de poesía.
Por ese amor eficaz, la sotana, ahora en manos de nuestro compañero presidente, debería ser nombra símbolo de paz, libertad y amor eficaz.
Camilo Torres y Ernesto el Ché Guevara son simbolos y ejemplo para todas las generaciones de la lucha en favor del pueblo.