Editorial 3246
Es reconocible que pocas elecciones de un país en el mundo tienen tanto impacto sobre la geopolítica, la economía y las relaciones internacionales, como las de Estados Unidos. En este país ocurren las más inverosímiles situaciones. Es el circo del poder mundial y del imperialismo, de la política más vulgar y peligrosa.
Lo que se observa en Donald Trump y Kamala Harris trasciende simples desafíos y controversias. No es solo el nivel extremo de desinformación, manipulación de los candidatos y desprecio hacia el electorado invocando teorías conspirativas y acusaciones de fraude. Estas elecciones son significativas en un contexto de disputa mundial entre el hegemonismo de la OTAN y el multilateralismo de los BRICS.
Entre los factores de incidencia que vuelve clave estas elecciones estadounidenses, más allá de su podredumbre interior, se identifican la intervención descarada del capital tecnológico-militar y extractivista de Elon Musk; el desarrollo del genocidio de Israel sobre el pueblo palestino apoyado por Estados Unidos; la guerra entre Ucrania y Rusia, en la que Estados Unidos y la Unión Europea con la OTAN como instrumento bélico-político pensaban acorralar a Rusia y, de paso, córtale salidas comerciales a China y, por último, la consolidación del bloque multilateral de los BRICS, no siendo gratuito que su constitución se haya dado casi una semana antes de la elecciones norteamericanas como un mensaje de lucha contra la hegemonía del dólar, de la OTAN y de los mismos Estados Unidos como expresión de la crisis del imperio.
Ahora bien, entre Donald Trump y Kamala Harris en medio de una película bien montada de polarización política que, al parecer, le ha salido muy mal a Kamala, dándole ventaja a Trump, el pueblo norteamericano despierta lentamente, comienza a divisar profundas diferencias en los dos partidos. Una de esas diferencias es la posición de los candidatos en torno del genocidio en Gaza y la guerra en Ucrania.
Donald Trump ha expresado una oposición a que EE. UU. siga financiando a Ucrania y a Israel, ha dicho, en un arranque crítico, que “la política de Estados Unidos hacia la guerra no beneficia a los intereses estadounidenses” y que él “podría haber evitado el conflicto si hubiera sido reelegido”. Además, ha propuesto “negociaciones con Rusia y Ucrania para alcanzar un acuerdo de paz” claro, sin dar muchos detalles aún. En torno de la situación de Medio Oriente, Trump critica a Biden y se ha acercado a las comunidades árabes y musulmanas, presentándose como un candidato de paz, pero sin muchas claridades y sí, con muchas ambigüedades.
Mientras que, por su lado, Kamala Harris, aunque no tiene un historial judío claro, su esposo, Doug Emhoff, sí lo tiene, quien esconde muy bien su sionismo bajo una exacerbación de la lucha contra el antisemitismo, ella ha sido más clara en el apoyo a Israel, con el maniqueo y manido argumento de la lucha contra los terroristas de Hamás, aunque a veces como que recuerda que está en una contienda electoral y habla tangencialmente de la propuesta de los dos Estados.
Hay que reconocer que ha hablado de proteger a civiles palestinos y del respeto al derecho internacional humanitario, mismo que ella como vicepresidenta y con Biden han violado hasta la saciedad en sus incursiones militares e ilegales en varias partes del mundo.
Ambos candidatos han tenido posturas complejas y aparentemente contradictorias sobre el sionismo, los judíos y la guerra en Ucrania. En lo que están plenamente unidos y coincidentes es que para ellos América Latina debe seguir siendo su patio trasero. Pero, por estos lados, el imperialismo tampoco la tiene fácil, América Latina ha despertado y ha echado a andar por su soberanía y autodeterminación.
Mientras el mundo democrático global avanza en la contrahegemonía al militarismo y degradación humana impulsada por Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN, los y las ciudadanas norteamericanas se preparan para votar con desconfianza, pero pensando en apoyar a quien no continúe financiando guerras y genocidios como el de Israel y Ucrania, en la lógica de que su país los atienda primero a ellos.
Trump, al perecer, aportaría a una distención de las guerras en desarrollo, supondría un debilitamiento de la carrera armamentista del imperio y, de paso, con su anarcocapitalismo, profundizaría la crisis del sistema global imperante, ¡¿o no?! Así las cosas, lo mejor es que “Que entre el diablo y escoja”.
Trump dice eso por conveniencia electoral, pero ese hombre es falso y mentiroso. Ese hombre es un peligro para la humanidad.