Gabriel Becerra Yáñez
@BecerraGabo
Con Piedad Córdoba se podía o no estar de acuerdo en determinados temas o momentos, pero era difícil no reconocer en su personalidad y su actividad dirigente el carácter franco y valiente, con el que sabía enfrentar la defensa de sus ideales de izquierda liberal, sus causas sociales por la paz, y el reconocimiento de derechos a poblaciones históricamente excluidas.
Con ella se podía dialogar y llegar acuerdos, pero no aceptaba someterse o que mancharan su dignidad o la de los suyos. Por eso sectores de las élites la odiaban y perseguían, mientras desde amplios territorios marginados y sectores sociales populares la respaldaban y querían.
Como ella misma lo declaraba, ante todo era una mujer de carne y hueso con ideales. Llevaba en su piel, en su mente y en su corazón mil batallas. El pasado sábado 20 de enero, las fuerzas de la vida no le alcanzaron más para seguir enfrentando la feroz campaña de ataques jurídicos, políticos y humanos que la ultraderecha persistía en realizar.
En un país racista, Piedad reivindicaba sus raíces negras, no paraba de denunciar la persistencia de la discriminación, y promovía leyes como la ley 170 de 1993 que permitió el reconocimiento de los derechos de las comunidades afrodescendientes.
En un país machista y homofóbico, con su propio ejemplo Piedad enfrentaba el patriarcado, representaba la voz de las mujeres y los sectores LGBTIQ+, y acompañaba las causas de sus movimientos.
En un país en guerra, padeció el secuestro, la violencia y el exilio, pero jamás actúo con venganza; cuando muy pocos defendían la solución política. Y llegó el embrujo autoritario, ella iba por los pueblos y ciudades del mundo reclamando acuerdos humanitarios; fue de las pocas voces que, sin importar su seguridad, enfrentaba en las calles y aeropuertos los ataques de los fanáticos del militarismo y la guerra. Aun así, jamás renunció a la causa de la paz, tal vez la más importante de todas.
Como quijote, también lucho por un liberalismo popular atreviéndose a disputar la conducción de un partido de caciques, clanes y negociantes, imposible de reformarse. Sin renunciar a sus ideas liberales de izquierda, mantuvo siempre su presencia social y política que traspasaba las fronteras.
La solidaridad, la hermandad y la integración entre los pueblos de Nuestra América también hizo parte de sus banderas. Presidentes, premios nobeles, intelectuales, directivos y funcionarios de organismos internacionales, artistas, deportistas y pueblos del mundo la recibían con afecto y reconocían su figura y liderazgo.
En el 2010, un procurador camandulero y ultraconservador le impuso una sanción con el objetivo de anularla en el campo político y en el poder público, pero la justicia le retornó plenamente sus derechos en el 2026 y obligó al Estado a repararla.
A pesar de tantas adversidades, no dejó de trabajar por las causas en las que creía, y no abandonaría la política jamás. Con su trayectoria, y con el apoyo del presidente Gustavo Petro, avalada por la Unión Patriótica, regresó a su Curul del Senado de la cual años atrás quiso desterrarla la ultraderecha.
Piedad no se amilanaba. Su mejor defensa era no parar de luchar, y en esas andaba, organizando el comienzo de la legislatura y las actividades políticas, cuando la muerte la sorprendió. Ya no estará físicamente entre nosotros, pero sí en la historia de nuestro pueblo.
¡Hasta siempre Piedad!