viernes, julio 26, 2024
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El metal no ha muerto, tan solo agoniza

Un encuentro con Enrique “Kike” Rodríguez, fundador y director del Festival Usmetal

Michael Benítez Ortiz

Junto a su sonido brutal
mi vida resiste su ruina
Hermética / Evitando el ablande

Era amante de la vida
de la música que un día
sus sueños despertó
Kraken / Todo hombre es una historia

I

Por esa cuadra no, por la otra

Había quedado de verme con Kike un domingo por la mañana en su casa, «a las once de la madrugada», como me dijo bromeando. Subí por la principal del barrio La Andrea buscando la dirección. La cuadra estaba repleta de gente y desde las panaderías y cantinas sonaba música navideña que adelantaba el año a las malas con canciones de Pastor López y Guillermo Buitrago. Por acá les decimos cuadras principales a esas que son más anchas, están llenas de comercio y donde es más fácil conseguir cualquier cosa que se necesite. Cuando sentí que me acercaba, llamé a Kike y le dije que estaba al frente del CAI de Santa Librada. Me dijo que por esa cuadra no era, sino por la otra, que me saliera otra vez a la principal, subiera una, doblara por esa, y que donde había un parqueadero de motos en el primer piso, ahí era. Cuando me devolví iba pasando un man todo raro que me dijo, como ofreciéndome algo, que por ahí sí era.

Llegué al parqueadero de motos, una casa de tres pisos, lo volví a llamar. Cuando Kike salió, con una camiseta de Nonsense Premonition, una banda colombiana de death metal, me preguntó si esperábamos al fotógrafo que iba a grabar la entrevista ahí, o mejor adentro. Vidal, el fotógrafo, a quien conozco desde hace tiempo porque está trabajando en un documental de una banda que nos gusta mucho, Los Árboles, me había escrito para decirme que se demoraba un poco, entonces le dije que mejor adentro. Subimos por unas escaleras estrechas y me mostró su ensayadero para bandas. Había una batería grande, guitarras, bajos y unas cabinas gigantes, como para azarar el parche diez cuadras a la redonda. Después pasamos a la sala de su casa, tenía una pared llena de CDs, vinilos y tremendo equipo de sonido. Adriana, la esposa de Kike, estaba escuchando atentamente un disco de Overkill, una de las bandas invitadas (junto a Los Árboles, casualmente) a Rock al Parque este año. Me senté, un poco tímido, en el sofá y comencé a contarle a Kike cómo era el visaje de la entrevista. Me ofrecieron un tinto que estaba todo bueno, con panelita. Les dije que muchas gracias que estaba muy rico y me dijeron: y eso que no está embrujado, o algo así. Yo les pregunté que cómo era eso. Entonces Kike bajó una botella de Jack Daniel’s y me embrujó el tinto. O me lo embaló. No me acuerdo cómo fue que dijo. Me pareció muy metalero de su parte, en todo caso. Nos dimos cuenta de que teníamos amigos en común, músicos de algunas bandas locales, y que alguna vez frecuentamos los mismos bares de Santa Librada, los que quedan al lado de la iglesia y el CAMI. Severas farras que me pegué allá, en el bar del viejo Yesid, al que aprovecho para mandarle un saludo y pedirle disculpas por tanto trago que le entramos a escondidas.

Al ratico llegó Vidal y comenzó a acomodar sus chécheres: las cámaras, los micrófonos, para que todo quedara en orden. Mientras tanto le pregunté a Kike si no tenía grabaciones de bandas usmeñas de los años noventa, algún casete, un demo, alguna cosa rara. Kike me dijo que las pocas cosas que conservaba tenían pésimo sonido. Recordé un concierto que había escuchado de Lluvia Negra, una banda de thrash metal de Armenia, que tenía un sonido muy malo y le dije que si así. Me respondió «peor» y sonrió. Supongo que mi curiosidad, alejada del morbo y más cercana a un vivo gusto por esta música, finalmente lo persuadió y me compartió, creo que con un poco de pena, unas grabaciones en vídeo de una banda de los noventa de la localidad: Vademekum, en la que él había sido baterista. Kike y Adriana se miraron amorosamente, con cierta nostalgia, mientras escuchábamos lo que pensaban y sentían los metaleros usmeños en esa época. Media hora después, empezamos a grabar.

—¿Listos? —preguntó Vidal.

—Sí —respondió Kike con seguridad.

—Lo que fue, fue —pensé, aunque no recuerdo si eso fue lo que dije.

II

Alaridos en la radio

Dicen los que saben, que el rock and roll llegó a Colombia a finales de la década de los cincuenta por medio de la radio y el cine. En 1957 se presentó la película Rock Around the Clock (Al compás del reloj) de Bill Halley y cuentan que los espectadores quedaron tan impresionados y enloquecidos con este nuevo sonido que destrozaron varios teatros del país. Unos añitos después se comenzaron a formar en Bogotá algunas agrupaciones como Los Flippers, Los Ampex o Los Speakers, bandas que, sobre todo, hacían covers de grupos ingleses como The Beatles, The Rolling Stones o The Byrds, y que estaban muy metidos en la música de la Nueva Ola. Luego de la disolución de Los Speakers en 1969, Humberto Monroy, uno de sus miembros, se vino para Usme y formó Gene-Sis, un grupo que combinaba el rock con elementos de las músicas tradicionales colombianas. Una fusión aparentemente rara pero que expresaba muy bien la diversidad cultural del país.

En 1978, cuando Gene-Sis publicaba ‘Reuniom’, su cuarto álbum, nació en Bogotá Kike, el metalero que está a la cabeza del festival de música extrema Usmetal, evento que tuvo su primera edición en el 2004 pero que comenzó a gestarse en 1998. El Festival Usmetal ha celebrado, desde entonces, quince versiones de las que, según dice Kike, les ha tocado aprender de los típicos problemas con «las comunidades cristianas, la policía, los clanes políticos locales, la voluntad administrativa, los presupuestos, los operadores contratistas y hasta el clima». Así empezamos.

Usmetal se prepara con varios meses de anticipación y es uno de los festivales locales que ha ido adquiriendo una relevancia cada vez mayor en la escena metalera de Colombia. «Usmetal se ha convertido en una de las plazas obligadas para las bandas de la ciudad y del país. Es un evento de importancia para el público asistente, esto debido al nivel que ha venido creciendo en cuanto a la programación, producción, formación, y categoría».

Este festival surgió de la necesidad «de crear un espacio en el que el metal local se pudiera exponer ante sus seguidores y la demás comunidad». Si en otras localidades de la ciudad ya existían otras experiencias, como por ejemplo Kennedy al Rock, Usme tenía que construir un espacio para difundir la escena metalera local, que estaba creciendo y comenzaba a profesionalizarse con la creación de «bares, salas de ensayo, estudios de grabación, sellos de distribución, ingenieros de audio en vivo y de estudio, medios especializados, comercio y producción de merch, etc.». Las posibilidades para el metal en la localidad de Usme, entonces, empezaron a ampliarse.

III

De la vieja guardia al metal extremo

Si el rock llegó a Colombia a través de la radio, fue por una emisora del AM, probablemente Radio Fantasía o Radio Tequendama, donde Kike escuchó por primera vez a Black Sabbath y Led Zeppelin, entre 1990 y 1992. Música “vieja guardia”. Desde ahí Kike se empezó a interesar por sonidos más pesados: «el Metal lo conocí simultáneamente en emisoras como La Super Estación 88.9 FM y el programa “Metal en estéreo”, que después mutó a “El final de los tiempos” en la Radiodifusora Nacional [hoy Radiónica], ambos realizados por Lucho Barrera o Lucho Metales, como se le conoció inicialmente». Otra manera de informarse sobre música metalera era por los números viejos de revistas especializadas que llegaban a Colombia, como Metal Hammer o Heavy Rock. También ir a parchar a la 19, en una época sin internet, para los metaleros era una manera de investigar y conseguir joyitas musicales: «la música la comprábamos en los almacenes de rock de la 19 como La “Rock-Ola”, “MortDiscos” y “Morrison” y a los que vendían casetes piratas en la calle».

En Colombia, los rockeros, los metaleros, los punkeros, siempre fueron —y aún lo son en cierta medida— estigmatizados por sus gustos musicales y por sus posiciones en torno a la vida. «En los noventa ser metalero era sinónimo de rebeldía y de ver el mundo con una óptica muy crítica». Su actitud frente a la guerra y a la política tradicional ha sido muy incómoda para algunos sectores de una sociedad tan conservadora y religiosa como la colombiana, que los tachó de violentos. Esta etiqueta, sin embargo, siempre se contrastó con aquella postura que asumía el metal como expresión cultural, «un género que se rodeó de la literatura, del conocimiento». En todo caso los prejuicios no faltaban. «En Usme, así como en el resto de la ciudad, a principios de los noventa ni siquiera se usaba el término “metalero”, aquí los demás habitantes de la localidad nos denominaban “hippies satánicos” o “mariguaneros”».

La escena metalera de Usme comenzó a construirse en las salas de las casas. Con rock and roll a “volumen brutal”, como canta Barón Rojo, fumaban y tomaban vino mientras escuchaban las nuevas adquisiciones de música que traían del Centro. A veces también llegaba la policía. «Recuerdo que en una ocasión —cuenta Kike— lanzaron piedras al techo y rompieron una teja, nuestras farras duraban toda la noche, con el volumen del equipo a todo taco». Entre 1996 y 1997 aparecieron los primeros bares, “Zeppelin Bar” en un comienzo y, un poco después, “Tarántula Bar”.

Los pocos metaleros de la localidad empezaron a organizarse, formaron algunas bandas y se concretaron los primeros toques. «Entre 1995 y 1996 se conformaron las primeras agrupaciones de metal de Usme: Mausoleo y Vademekum, y a partir de ahí se realizaron los primeros conciertos que se hicieron inicialmente en salones comunales [de los barrios Monte Blanco, Betania, La Marichuela, La Aurora] con pésimo sonido, y a los que llegaba la policía a acabarlos arbitrariamente». Creo que la policía nunca ha sido muy amiga de los metaleros que digamos.

Los organizadores convocaban a estos pequeños conciertos con flyers hechos a mano, por el “voz a voz” y se hacían con unas condiciones técnicas muy precarias. «La producción era mínima: se usaban amplificadores de 15 watts, generalmente de marca Peavey, que era lo que se conseguía en el mercado, tanto para el bajo como para las guitarras. Para las voces se empleaban equipos de sonido caseros con entradas de micrófono que los mismos músicos traían. En cuanto a la batería, generalmente era una de fabricación casera con canecas y radiografías que no había forma de amplificar. Todos estos equipos eran recolectados entre las bandas que los tuvieran y a quienes obviamente se les daba un espacio en el evento. No había forma de acceder económicamente a un sonido óptimo como un PA o a un backline más acorde». Las cosas eran hechas con las uñas. “Todo costó sacrificios”, canta el grupo venezolano Arkangel.

IV

¿Como los osos polares, los metaleros están en peligro de extinción?

Desconozco las estadísticas, pero tengo la percepción de que los metaleros están en vía de extinción. Aunque las bandas internacionales se animan cada vez más a venir a Colombia, se trata de grupos viejos y detrás de ellos, algunas veces, hay un interés netamente económico. Lo que no está mal tampoco. En un mundo tan interconectado como el de ahora, estas bandas legendarias se enteraron de que existe un país llamado Colombia donde los escuchan y que, además, no es tan peligroso venir, como en la época en que tuvieron auge: 80s y 90s. «Colombia era considerado un país muy peligroso durante la época plena del narcotráfico de los carteles de Medellín y de Cali, desde mediados de la década de los ochenta y hasta mediados de los noventa, por ese motivo no tuvimos a Metallica en el país en 1992, cuando pudieron haber venido junto a Guns N’ Roses». Pero los tiempos han cambiado y estas bandas ya se atreven a venir a Colombia; a llenar estadios, teatros, garajes o bares pequeños.

Parece que las nuevas generaciones no están tan llamadas por el rock and roll y prefieren otros géneros. «Actualmente el metal y el rock no son más que una moda adolescente sin trasfondos definidos, en donde unas herramientas tan poderosas como el internet y las redes sociales no se usan en beneficio del mismo».

El metal tiene una parte ritual, quiero decir, hay una manera de relacionarse con esta música que implica un misterio. Conocer un álbum, luchar por conseguirlo, en casete, CD, o vinilo, reunir a los amigos en torno al disco. Oírlo a todo volumen. Tal vez ese sentimiento del rock and roll sea muy difícil de explicar, pero en parte es allí donde radica su magia. «Hoy en día es muy fácil acceder al metal y eso ha hecho que se pierda la pasión por cosas tan simples como el disfrutar de escuchar y poder tener en las manos un vinilo, un casete, o un CD de una banda». ¿Tiene Spotify Premium o qué?

V

Y entonces, ¿para qué putas un festival local de metal?

Pero si el metal es cosa del pasado o de unos pocos nostálgicos, ¿para qué insistir en un festival musical como el Usmetal? Me dice Kike: «en este momento el festival hace parte fundamental del panorama cultural de la localidad, a pesar de que Usme es una localidad urbano-rural, es un referente importante en cuanto a producción top de festivales en Bogotá. Y también se ha convertido en la cereza del pastel para la administración local, al mostrar resultados y cifras favorables de ejecución de presupuesto».

Pero más allá de las razones institucionales, el metal ha sido una música que, desde sus orígenes, ha servido para conectar la gente con su propia sensibilidad y con su propia fuerza. Ricardo Iorio, el recientemente fallecido líder de la banda argentina de heavy metal Hermética, declara en 1993: «[nuestra música] trata de difundir la idea de que cada quien haga lo que realmente siente adentro suyo». Habría que conectarse con el deseo, con los sueños, y encontrarse con la propia fuerza para realizarlos. Se pretende, a la par, cultivar un espíritu crítico en contravía a la domesticación sutil y cotidiana que hace culto a la producción y el progreso. Pues, poco a poco, como sociedad vamos caminando hacia la muerte del deseo y la destrucción física del planeta.

El rock y el metal en Colombia, como arte que denuncia (si el arte no denuncia algo es cómplice de lo que nos subyuga) tiene amplias posibilidades, porque en este país hiper violento hay mucho que cuestionar. Algunas bandas lo han tenido claro desde un comienzo. Los Speakers cantaron en los sesenta: “Si la guerra es buen negocio invierte a tus hijos”, Gene-Sis en los setenta: “Dime cómo se puede amar a quien manda a fusilar a los que quieren protestar”, Carbure en los ochenta: “Adormecieron tu cerebro los años de educación y, sin decírtelo siquiera, programaron tu yo”, y La Pestilencia en los noventa: “Llanto de inocentes en un mundo delincuente, tu primer derecho como ciudadano es el silencio. Siempre todos nos prometen paz y votamos siempre por estos asesinos”. Por poner solo algunos ejemplos. Las posibilidades del rock and roll, del metal, en Colombia, como grito consciente, están intactas, en la medida que la realidad del país sigue siendo absurdamente violenta y desigual. Por eso, puede resultar paradójico que sea el Estado el que financie este tipo de eventos de música que, en teoría, es crítica con el establecimiento. Un perro negro intenta morderse la cola.

VI

El metal no ha muerto, tan solo agoniza

Cuando la entrevista terminó le dije a Kike que me mostrara algunas de las joyitas musicales que tuviera por ahí caletas, algo de metal noventero colombiano. Kike respiró hondo y se fue, no sé a dónde, a buscar sus tesoros. Llegó con casetes de, entre otras bandas, Neurosis, Agony, Herejía y Ekhymosis. «Porque Ekhymosis era metal», me dijo sonriendo de nuevo. Quedé impresionado porque si bien ya había escuchado estos álbumes, ver las primeras ediciones, con sus artes completas, treinta o casi treinta años después de haber sido producidas por primera vez, era muy poderoso, es como recoger escombros y reconstruir la vida ardiendo. «El sonido digital pierde mucho de lo que conserva el sonido análogo», afirma Kike, como contándome un secreto. Me quedo pensando.

Este texto fue publicado inicialmente en la «Revista Surgente, No. 21. Usme, 2023».

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