Dejando a un lado las denuncias sobre fraude, lo cierto es que parte del éxito de la candidatura de Rodolfo Hernández se debe en buena medida a la imagen de figura apolítica e independiente que construyeron en torno a él. De esta manera, las personas que no votaron por el Pacto Histórico, pero que buscaban una alternativa al uribismo y demás fuerzas tradicionales que han venido gobernando en las últimas décadas, engañados apoyaron al ingeniero.
Y habrá muchos que que juzgarán a los votantes de Hernández como ingenuos o incautos, pues las pruebas que demuestran que este es un político inmerso en las redes de corruptela, con los mismos métodos y mañas de quienes lo han precedido, saltan a la vista: su gestión en la alcaldía de Bucaramanga marcada por el engaño a sus electores, el autoritarismo y los escándalos en la contratación que lo mantienen imputado por corrupción; sus declaraciones machistas y misóginas; su comportamiento violento y las reiteradas expresiones de admiración hacia el expresidente Uribe.
Sin embargo, no podemos perder de vista que la campaña de Hernández, hábilmente ha logrado ocultar o minimizar las acciones delictivas, sus expresiones machistas y su subvaloración de los derechos y los aportes de las mujeres al desarrollo de la sociedad. Además, aprovechando la simpatía de los grandes medios por la candidatura del ingeniero, ha logrado minimizar muchas de las acciones negativas, algunas claramente delincuenciales, del candidato y reforzar, principalmente por medio de las redes sociales, su imagen de empresario y profesional, ajeno a los partidos y las disputas con lenguaje agresivo como las que propicia el ingeniero y que rechaza el país.
Los asesores de imagen exitosamente han construido y mañosamente han posicionado en el imaginario de algunas personas elementales al ingeniero Hernández como un empresario trabajador, cuya fortuna lo haría inmune a la corrupción. La magia de las redes y el discurso manipulador de sus asesores han convertido a un imputado por interés indebido en la celebración de contrato, un delito sancionado por el Código Penal, en un candidato impoluto y capaz de administrar con eficiencia al país en su condición de Presidente de Colombia.
Evidentemente los alcances de la campaña de Rodolfo tienen que ver con los ingentes recursos que están detrás, y los cuales no provienen de la fortuna que este ha amasado gracias a la especulación con suelos. Como se puso en evidencia tras la primera vuelta, a Hernández también lo sustentan las poderosas maquinarias tradicionales: al día siguiente de la elección comenzamos a ver cómo todo el aparato de propaganda que se había desplegado previamente para jalonar la candidatura del embozado uribista Fico Gutiérrez, se ponía ahora a la orden de Rodolfo.
Además, hemos visto también ya varias denuncias de colaboradores de Hernández, quienes, desencantados con la realidad del ingeniero, abandonaron sus labores y relatan ahora la podredumbre que se vive al interior de la campaña del candidato santandereano, ilustrada, entre otras cosas, por los sombríos manejos de los recursos económicos de la misma.
No obstante, hay razones para pensar que la candidatura de Rodolfo no solamente ha sido impulsada por las oscuras fuerzas conservadoras criollas. En Colombia hemos sido testigos de las iniciativas de la derecha para articularse a nivel internacional para hacer frente a los proyectos populares, para darle continuidad al agónico modelo liberal, y para mantener sometidos a los pueblos de Nuestra América al yugo del capital financiero trasnacional.
Así lo vimos el pasado febrero en Bogotá en la reunión del llamado Foro de Madrid, apadrinado por Vox, y que recoge en Latinoamérica a figuras como Keiko Fujimori, José Antonio Kast o Eduardo Bolsonaro (hijo del actual presidente brasilero).
Igualmente, en diversos procesos electorales durante los últimos años, hemos visto esa articulación en acción. Cabe recordar las correrías del siniestro publicista venezolano J.J. Rendón, que ha tenido entre su selecta clientela a Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos, Enrique Peña Nieto, Sebastián Piñera o Enrique Peñalosa. Y precisamente Peñalosa es otro ejemplo de dicha articulación, pues su campaña a la alcaldía de Bogotá en 2015 contó con asesores que también trabajaron en la campaña presidencial del argentino Mauricio Macri ese mismo año.
Y a propósito de Macri, volvemos a Hernández, pues en ambos casos la propaganda política se ha concentrado en un aspecto discursivo central: su condición de empresarios. Cuando Macri se lanzó a la presidencia, se le vendió al público su idoneidad para luchar contra la corrupción, pues en tanto era un rico empresario, haría de la política una vocación y no un medio para incrementar su riqueza, después se ha sabido mal habida. Ahora con Rodolfo, escuchamos el mismo discurso: el ingeniero no llega a la política para hacer dinero, porque este le sobra, sino para cumplir con un deber cívico e impulsar el rescate de los pobres.
O sea, se piensa que el pueblo colombiano es tan tonto que va creer que el ingeniero Rodolfo confeso explotador del pueblo pobre todos los días “jueves, viernes santos, ¡Eso es una delicia!” Por obra de las urnas devendrá un San Pedro Claver. El pueblo colombiano ahí tiene el reto: Con la acción política evitar la estafa electoral. ¡El 19 de junio todos a las urnas: Petro presidente!