jueves, octubre 3, 2024
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María Mercedes Carranza y la generación desencantada

Sonia Nadhezda Truque Vélez

María Mercedes Carranza (Bogotá 1945-2003) ocupa un lugar muy importante en la poesía colombiana del siglo pasado. Tuvo una vida privilegiada a nivel intelectual: fue la segunda hija de Rosa Coronado y Eduardo Carranza, poeta perteneciente al grupo poético Piedra y Cielo, que en 1952 se trasladó a España como agregado cultural de la embajada colombiana en Madrid. Allí compartió con su tía materna la novelista Elisa Mújica de quien diría al periodista Carlos Jáuregui: “La fábula de mi infancia está tejida con sus leyendas y cuentos; con ella descubrí el poder de la palabra.»

En 1958 la familia regresa a la capital colombiana, donde a María Mercedes se le dificulta adaptarse, pero, al mismo tiempo, le hace tomar la decisión de asumir su colombianidad, postura que se hará evidente en su producción poética como en su tendencia política.

Desde joven, trabajó en periodismo cultural, en 1965, con veinte años, es nombrada directora de «Vanguardia», página literaria del diario bogotano El SIGLO. Desde allí difundió la obra de autores que después se harían muy significativos, como Juan Mario Rivero, Juan Manuel Roca y Nicolás Suescún, entre otros. Estuvo casada con el escritor Fernando Garavito, subdirector del Instituto Colombiano de Cultura. Con Garavito codirigió la revista cultural «Estravagario» del diario caleño El Pueblo en 1975. Poco después fue nombrada jefe de redacción de la revista Nueva Frontera, que había sido fundada en 1974 por el expresidente liberal Carlos Lleras Restrepo, cargo que desempeñó durante trece años, y en el que tuvo una activa participación en la opinión política nacional.

Desde 1986 dirigió la Casa de Poesía Silva en Bogotá. Fue elegida para la Asamblea Nacional Constituyente de 1991 por la Alianza Democrática M-19. Tras meses de angustia por el secuestro de su hermano, decidió suicidarse con una sobredosis de antidepresivos el 11 de julio de 2003 en Bogotá.

En su análisis sobre la lírica de los años 70 en Colombia, el crítico James J. Alstrum destaca la «labor poética demoledora pero sana y necesaria para encaminar el poema hacia derroteros insólitos,» de Carranza. La suya fue así, en palabras del poeta mexicano José Emilio Pacheco, «una obra justa y necesaria que se extendió a otras formas de amar la poesía y creer en ella».

María Mercedes Carranza logró unir en la poesía la filosofía de su vida. En cada una de sus producciones se pueden evidenciar importantes problemas filosóficos y, más aún, existenciales, pues tanto el amor como la muerte rodearon su vida y varios trechos de su obra, en donde los abordó con profundidad y detenimiento. Su rastreo poético por la órbita existencial ha generado que algunos estudiosos la relacionen con otras dos grandes poetisas del continente: Alfonsina Storni y Alejandra Pizarnik.

Según Harold Alvarado Tenorio, en Colombia –en la década de los noventa– fueron varias las poetas que frecuentaron el tema del amor, de la intimidad de pareja, de la entrega perpetua hacia el ser amado; pero ninguna se atrevió a plasmar el afecto pasional y carnal tan directamente como lo hizo María Mercedes Carranza en sus escritos. De hecho, aquellos entusiasmos que se comparten con el ser amado se materializaron en su poemario De amor y desamor; sin embargo, surge hacia la mitad del texto una desilusión pasional de forma paulatina que inicia el proceso de cambio hacia el verdadero amor: su profesión de escritora.

Así, el cambio entre el amor sexual y el amor a la escritura son estados de transición que se expresan con un discurso espontáneo y franco, que se hace más evidente, en la medida en que el lector avanza en la obra e interpreta la sucesión de los poemas. Por tanto, De amor y desamores un poemario en el que la voz poética conjetura un estado de transición entre estos dos sentimientos, en la medida que establece un orden de presentación para cada uno de los veintiún poemas».

Como lo resume la crítica Lucía Tono, el «efecto lúdico e irónico» de la poesía de Carranza “puede leerse como testimonio de lo que significó ser mujer en la Colombia del siglo XX. Pero también se ubica dentro del escepticismo que la misma Carranza señaló como característico de la llamada «poesía post-nadaísta» y que otros, como el ya citado Alstrum o el escritor Harold Alvarado Tenorio, consideran un rasgo distintivo de la «Generación Desencantada». Otras direcciones de lectura que ha inspirado la estética de Carranza incluyen la sátira de lo nacional y de la civilización Occidental, y una mirada ecológica, especialmente en su último poemario”. La revista de creación Palimpsesto nº 19 (Carmona-Sevilla, 2004) dedicó un amplio dossier sobre su vida y su obra (pp.31-50).

En mi opinión, la poesía de Carranza, ubicada como ella misma lo hiciera, como post-nadaista, irrumpe en el contexto colombiano como una escritura transgresora no solamente en el lenguaje sino en la manera de abordar su discordia con el mundo. Para Carranza el deseo es sed infinita, es una invasión del cuerpo y un reconocimiento del mismo, pues se hace consciente, real y concreto en toda su amplitud. El acto sexual se muestra en sus diferentes etapas, el comienzo, en donde se manifiesta el deseo y se comienza el encuentro de los cuerpos del encuentro erótico para llegar al clímax. En otros poemas se decanta por un lenguaje cotidiano de crítica a lo convencional donde la mujer es relegada pero determinadora.

Por los años noventa y un poco antes, aparecieron poetas que hicieron de lo erótico su tema. Sin embargo muchas se quedan en la mención del cuerpo y los devaneos o lo escriben cargado de imágenes y lugares comunes. Carranza escribe con un lenguaje nada procaz sino de atmósfera, sutil pero contundente con ella misma y con el otro. Aunque todos sus libros están atravesados por el vivir en un país en permanente tensión social y política.

Pero es en su libro El canto de las moscas donde hace su catarsis de la angustia por el país y escribe los haikus donde principalmente han sucedido masacres: Dabeiba, Mapiripán, Necoclí, Soacha, entre otros. Es un poemario que se debería conocer más y tenerlo siempre presente. También como sujeto consciente, el país que vive lo interpreta desde una postura crítica, no en vano, su gran amigo Luis Carlos Galán muere asesinado en Soacha en 1989, fue testigo del genocidio a la UP y a uno de sus hermanos lo desaparecieron.

Poemarios

  • Vainas y otros poemas (1972)
  • Tengo miedo (1983)
  • Maneras de desamor (1993)
  • Hola, soledad (1987)
  • El canto de las moscas (1997)

Oración

No más amaneceres ni costumbres,
no más luz, no más oficios, no más instantes.
Solo tierra, tierra en los ojos,
entre la boca y los oídos;
tierra sobre los pechos aplastados;
tierra entre el vientre seco;
tierra apretada a la espalda;
a lo largo de las piernas entreabiertas, tierra;
tierra entre las manos ahí dejadas.
Tierra y olvido.

De ‘El canto de las moscas’

Necoclí
Quizás
el próximo instante
de noche tarde o mañana
en Necoclí
se oirá nada más
el canto de las moscas.

Tierralta

Esto es la boca que hubo,
esto los besos.
Ahora solo tierra: tierra
entre la boca quieta.

Soacha

Un pájaro
negro husmea
las sobras de
la vida.
Puede ser Dios
o el asesino:
da lo mismo ya.

 MAPIRIPÁN

Quieto el viento,
el tiempo.
Mapiripán es ya
una fecha.

DABEIBA

El río es dulce aquí
en Dabeiba
y lleva rosas rojas
esparcidas en las aguas.
No son rosas,
es la sangre
que toma otros caminos. 

Kavafiana

El deseo aparece de repente,
en cualquier parte, a propósito de nada.
En la cocina, caminando por la calle.
Basta una mirada, un ademán, un roce.
Pero dos cuerpos
tienen también su ocaso,
su rutina de amor y de sueños,
de gestos sabidos hasta el cansancio.
Se dispersan las risas, se deforman.
Hay cenizas en las bocas
y el íntimo desdén.
Dos cuerpos tienen
su muerte el uno frente al otro.
Basta el silencio.

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