El número de leedores de un país es uno de los más precisos indicadores para entender cómo andan aspectos determinantes de su cultura, como el nivel educativo, las artes y las ciencias
Fernando Iriarte
Colombia no ha sido un gran país lector en América Latina en comparación con México, Argentina o Cuba, aunque no ha estado nunca en el último lugar, lo que no es ningún consuelo.
Ha habido, por cierto, una élite que lee. Siempre la ha habido. Pero solo a partir del siglo XX puede decirse que el gusto por los libros se fue ampliando a otros sectores como los estudiantes, inicialmente universitarios. No solo de libros de texto, si bien fueron estos los que aumentaron la estadística desde el bachillerato en los años cincuenta y sesenta.
Panorama editorial
En los setenta, hubo un fenómeno inédito: un aumento de libros de izquierda, así como de editoriales de la misma orientación, el cual cabalgó en el muy activo movimiento estudiantil. Si antes los textos impresos llegaban sobre todo de Chile, Argentina, España o México, comenzaron a ser producidos en Colombia, en Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla y otras ciudades intermedias. Fue un tiempo cuando se podían imprimir diez mil ejemplares de un autor como Ignacio Torres Giraldo y se vendían por completo a precios módicos. Este auge duró quizá diez años. Hoy en día ya no es posible.
Por razones varias, desde los años noventa hasta la actualidad, el panorama editorial ha sido ocupado por las grandes empresas españolas, que importan o imprimen libros en el país, y lejos de abaratar el valor por ejemplar se conservó como si fueran de importación. Esto ha hecho que los libros sean casi imposibles de adquirir por los sectores populares e incluso para sectores medios bajos. Claro, también llegaron editoriales de habla inglesa que imprimen en español.
Disminuidas o desaparecidas las editoriales de izquierda, se produjo otro fenómeno que había sido marginal: la reventa de libros de segunda mano, a precios mucho más asequibles. Esto fue consecuencia de los altos costos de los importados o producidos internamente, pero vendidos al nivel de aquellos. Aparecieron verdaderos centros de venta, y no solo librerías de segunda, los cuales persisten.
Nacer y desaparecer
Como quiera que la escasa asequibilidad seguía siendo notoria, acompañada del hecho de que los más importantes o más conocidos autores resultan acaparados por las empresas grandes, fue aumentando un sinnúmero de editoriales independientes que llegan hasta hoy, que nacen y desaparecen con relativa facilidad, sin saberse a ciencia cierta en qué podrá parar tal fenómeno.
De las pocas veces que se han obtenido estadísticas serias del nivel de lectura en los últimos años, luego de la creación de la Cámara Colombiana del Libro, se sabe que de 1.5 a 2 libros por persona (de las que leen) se ha pasado en los últimos cinco años a 3.9 libros, casi cuatro. Esto sigue siendo bajo, pero representa un incremento para tener en cuenta. Claro, no se trata de libros leídos según la población total del país (lo que daría muchos millones de ejemplares vendidos), sino de libros leídos y comprados por quienes leen, que son un porcentaje pequeño.
Respecto de los autores, la problemática del acaparamiento de los más conocidos por las grandes editoriales, mediante contratos de exclusividad (lo que no implica desmesuradas regalías) hace que los demás tengan que acudir a las editoriales independientes o ─si pueden, si sus medios se lo permiten─ a las autoediciones, generalmente con tirajes mínimos. A lo cual se suma una dramática deficiencia en la distribución no solo de las autoediciones, sino también de las ediciones independientes. Algo que las editoriales grandes no tienen, pues también hegemonizan en la distribución.
Cómo estamos hoy, a finales del 2024
Sea como sea, las pequeñas editoriales independientes permanecen activas, y hasta se crean nuevas, pero enfrentan una problemática que merece la pena mencionar. En primer lugar, compiten en difíciles condiciones con las editoriales grandes en cuanto a publicidad y distribución, pues las editoriales extranjeras son transnacionales, tienen dinero y controlan los medios de comunicación.
En segundo lugar, mientras las transnacionales manejan autores prestigiosos, es decir, difunden marcas ya establecidas, las independientes tienen que manejar sobre todo obras, lo que significa que tienen que hacer un esfuerzo mayor y apostar por autores distintos, a menudo sin apoyo de ninguna clase, ni siquiera de préstamos bancarios, duros de obtener cuando se trata de cultura.
En tercer lugar, por lo anterior, los costos de las independientes se hacen más complejos. Y, finalmente, como el mercado más importante de libros en Colombia no son las librerías, sino las compras públicas de libros (por el Estado en general y por miles de millones de pesos), las independientes se ven en segundo plano frente a las grandes, pues estas cuentan con dinero y medios para inclinar a su favor estas adquisiciones estatales mediante prebendas y sobornos.
De fondo, además, salta a la vista una notoria ausencia de política gubernamental de promoción de la lectura, con sus implicaciones en el ámbito educativo y económico.
Así, tanto autores como pequeñas editoriales independientes necesitan prestar mayor atención a la distribución y venta por redes (no necesariamente por Amazon o similares), que pueden ser asumidas de manera directa.
Igualmente, enfatizar en la creación y administración de canales para comentar y promover con imaginación autores y obras mediante videos y podcast en las redes, en tanto pueden alcanzar también de manera directa a los interesados.