Análisis sobre los intereses de Eco Oro, la empresa minera que quiere controlar y explotar el páramo
Fernando Iriarte
Los dos más grandes páramos del planeta tierra están en Colombia, en los llamados Andes tropicales húmedos: el primero es Sumapaz, en cuya zona de influencia queda Bogotá; el segundo es Santurbán, que genera el agua de Bucaramanga e innumerables pueblos y ciudades intermedias en el norte y sur de Santander, así como abastece la cuenca del lago de Maracaibo y hace su aporte a la cuenca del río Magdalena.
No son poca cosa y menos una simple curiosidad geográfica. La importancia de su ubicación es clave. Gran parte del agua de la sabana procede de Sumapaz, excepto algunas quebradas en el borde occidental, y miren el problema en que andamos por no saber manejar un asunto tan vital. Piensen no más en lo que sería vivir sin agua en la capital, digamos, durante una semana continua.
¿Qué son los páramos?
Se trata de reservorios de agua, limpia y pura, de millones y millones de litros, los cuales se renuevan por sí mismos cada cierto tiempo. Hay sitios de ellos donde, al caminar encima, uno siente que va andando sobre un colchón gigante con una cubierta verde de esa grama que allá crece, el espagnon. A cada paso se ve también cómo empiezan a salir corrientes que después forman ríos, o brotan lagunas. Pero la mayor parte del agua está abajo, acumulada, subterránea, sin que tengamos conciencia del valiosísimo recurso que es, quizá el más importante de todos.
Esa agua cae de las nubes por centenares de miles de millones de gotas de lluvia. Nubes que provienen sobre todo de la evaporación de la selva amazónica que se aglomera en eso que ahora se denominan ríos aéreos. Un fantástico fenómeno atmosférico del cual ni siquiera sospechábamos hace unos pocos años.
¡Ojo!, es el agua
Llevan buen tiempo en el norte y sur de Santander oponiéndose a que una empresa internacional minera reciba la “patente de corso” para explotar ─en ese páramo o poco más abajo─ cierto yacimiento de oro que viene siendo aprovechado de manera artesanal desde la época de la Colonia. Nunca ese aprovechamiento fue tan importante como, por ejemplo, en las zonas mineras de Antioquia o del Chocó. Solo sirvió para que sobrevivieran unas cuantas familias en pueblecitos como Vetas o California, cercanos a Bucaramanga.
Los opositores al proyecto por supuesto que hacen referencia al agua, es algo que salta a la vista, pero lo hacen suponiendo que la internacional minera la va a contaminar con químicos letales indispensables en la producción aurífera. De modo que la gente va a terminar envenenada.
Eso puede ser cierto, claro que sí. Pero es que el tema no es precisamente ese. ¿Cuál entonces?
El agua, el tema es el agua. Lo que se quieren llevar no es el oro, que no es mucho y abunda en el país de donde proviene la internacional minera, sino el líquido que produjo y mantiene la vida en la tierra y en los otros mundos donde aspiramos a que exista la vida. Ese líquido sí que es escaso en dicho país.
“Tráigame un vaso de agua de la llave”
¿Habrá algo más sencillo? Mediante acueductos y luego en gigantescos barcos-tanque. Es simple. Si se llevan el petróleo, que hay que extraerlo de la tierra mediante perforaciones profundas y luego bombearlo para manipularlo, meterlo en oleoductos y ser llevado a costosas y complicadas refinerías, ¿cómo no van a poder llevarse el agua, que brota sola y cae por gravedad o escorrentía y al final no hay necesidad de refinarla porque emerge limpia y sana? ¿Alguien puede imaginar mejor negocio?
Estamos en el siglo XXI, el siglo XX ya pasó. En este momento, hay cruentas guerras que ─entre otras razones─ también son por el agua. ¿O es que para la fuerza ocupante de Palestina uno de los objetivos estratégicos no es apoderarse del río Litani en el sur del Líbano, tal como lo fue arrebatar los Altos del Golán porque allí nace el río Jordán?
De otra parte, ¿acaso no nos venden ya en los supermercados el agua embotellada? En los años cincuenta, del siglo pasado, en Colombia el agua para beber no la vendían, la regalaban. En los pueblos a nadie se le negaba un vaso de agua. Era impensable. En la actualidad, casi en cualquier restaurante hay que especificar “tráigame un vaso de agua de la llave” si uno no quiere que la traigan en botella para abultar la cuenta.
No es exageración
Algunos argumentan que no hay que pensar tanto ni tan mal, que es una exageración. Y alegan que para evitar la contaminación del agua por la producción minera basta con delimitar los páramos y permitir la minería fuera de su influencia, es decir, más abajo. ¡Perfecto para los comerciantes del agua! Así aseguran la pureza del gigantesco acuífero. So pretexto de la minería, con toda su parafernalia técnica, extraerán el agua por decantación, la conducirán por acueductos y la comercializarán. ¿Piensa que no? Esperen solo un poco. Después, no faltarán políticos que “legalicen” tal operación.
¿Quién pensó en este país del Sagrado Corazón ─antes de que ocurriera─ que Panamá iba a dejar de ser un departamento (situación decidida por los mismos panameños siete décadas antes), que otros (ya saben quiénes) construirían un canal para unir el Atlántico con el Pacífico y que nos irían a cobrar en adelante un carísimo peaje para poder utilizarlo?
¿Terminarán vendiéndonos en el futuro nuestra propia agua? Ya lo hace una empresa extranjera que fabrica bebidas gaseosas, utilizando un embalse de los bogotanos sin pagar mayor cosa. Piensen. Pensémoslo.