Luis Sepúlveda*
Hay varias fotos circulando en las redes sociales y hasta en la prensa, que son más elocuentes que cualquier discurso y llaman a pensar, no a la gente sensata, de mínima cultura social y política, sino a esos miles de grandísimos pelotudos de todos los sexos posibles que claman por golpes de Estado en varios países latinoamericanos.
No protestan contra los gobiernos de Argentina, Ecuador y Venezuela, sino que piden intervenciones armadas, guerra, sangre, golpes de Estado, porque la historia de los últimos treinta años ha pasado por las cabezotas de los más viejos sin dejar nada más que rencor, y por las cabecitas huecas de los más jóvenes, simplemente no ha pasado.
Chile tampoco escapa a este fenómeno, aunque los y las histéricas de Chile no piden otro golpe de Estado, es innecesario, el país vive bajo la férrea dictadura de un modelo económico inhumano y aparentemente inamovible.
Cuelgo tres de las fotos que menciono. Una muestra un vehículo de opositores venezolanos que aseguran sufrir hambre, más aún, dicen que Maduro (y aclaro que no me simpatiza porque el cargo le queda grande) los mata de hambre. Lo curioso es que ese vehículo es uno de los más caros del mercado, es un vehículo de narcotraficantes o de tratantes de blancas (los que venden carne humana, putas), o de ricos picantes y sin absolutamente ninguna manchita de cultura en sus currículos.
Estos son los que reclaman porque en Venezuela no hay papel para limpiarse el culo, y toda su percepción o comprensión de la democracia se queda ahí, en limpiarse el culo ya sea con papel higiénico, con la constitución o los Derechos Humanos. Nunca antes se preocuparon y mucho menos reclamaron porque los pobres casi no tenían nada que evacuar por el culo. Y estos extraños demócratas de gorrita de béisbol, vacaciones en Miami y música de Shakira en sus autos tunados, son los mismos hijos de puta que claman por golpes de Estado en Venezuela, Ecuador y Argentina.
Otra de las fotos muestra a dos porteñas muy porteñas, minas chotas que no pueden evitar ninguna salida a la calle sin lucir sus abrigos de pieles, generalmente muy bien ganadas con el sudor de sus coños. Las minas rubias y forradas de pieles que se ven en la foto, golpean cacerolas porque tienen hambre, mucha hambre, aseguran, y junto a la más poderosa de las internacionales, la de los pelotudos que hablan porque tienen boca, aseguran que Argentina es un caos, que la crisis las mata, que el país se deshace. ¿Quién, con dos dedos de frente, puede dar alguna credibilidad a estas hijas de puta?
Y otra foto muestra a unas esforzadas «agricultoras» chilenas que piden paz, ¡Oh cómo claman por la paz! en la región de La Araucania, preocupadas porque algunos indios (¿cómo se llaman oye María Pía Echazarruguinagui? Mapuches niña, es que a ti se te olvida todo oye María Fernanda von Kakenbaum Errázuriz) les ha dado por reclamar como suyas las tierras en las que han vivido desde que este puto planeta tomó su actual forma.
Esas hijas de puta piden que se apliquen con mayor rigor y fuerza leyes antiterroristas, una «solución final al problema mapuche», es decir su exterminio definitivo. Tetas siliconadas y odio, botox y desprecio es lo único que enarbolan como razones esas redomadas hijas de puta que sin embargo, gracias a la internacional de pelotudos que rechazan todo tipo de violencia siempre que venga de los pobres, han logrado que su foto de guerreras del apartheid chileno de la vuelta al mundo.
Los y las protagonistas de las tres fotos tienen algo que las une: son hijos e hijas de puta, así, sin paliativos ni medias tintas. Hijos e Hijas de Puta.
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* escritor, periodista y cineasta chileno, autor de cuentos y novelas, entre las que se destaca Un viejo que leía novelas de amor.
