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El arte de hacer la paz

Para consignar en la memoria colectiva los Acuerdos de paz firmados por el gobierno colombiano y las antiguas FARC-EP, este 11 de julio fue descubierto el monumento “Kusikawsay” del artista chileno Mario Opazo, en el prestigioso jardín de esculturas de la ONU

Guillermo Linero Montes

Kusikawsay es una de las tres obras plásticas forjadas con balas y armas de las antiguas Farc-Ep. La obra sigue una práctica consuetudinaria en la historia de la humanidad ─la de los monumentos─ que parte de cómo la comunión entre la expresión artística y los hechos sociales significativos permite que estos se tornen más fácilmente memorables.

Los vestigios de la escultura artística están en la antigüedad y en piezas que fueron creadas sin pensar, ni siquiera remotamente, en el objeto de arte y, aun menos, en la función social de lo artístico. Esta función va más allá de los beneficios prestados por los utensilios de asistencia doméstica o por las armas y herramientas. Esos vestigios están materialmente evidenciados en hallazgos de utensilios domésticos como las vasijas, que moldeadas en barro y horneadas fueron usadas para guardar vinos y cereales, y en algunas armas talladas o fundidas empleadas para la caza o la guerra.

Herencia histórica

Sin embargo, en ambos casos ─en la fabricación de utensilios (ánforas), herramientas (hachas y azadones) o armas (lanzas y espadas)─ se desarrollaron técnicas para el hacer ─como el moldeado y la fundición─ que hoy todavía son punto de partida para la creación de objetos tridimensionales plenamente artísticos. Y, debido a que los humanos, además de ser una especie racional es también imaginativa, a buena parte de aquellas ánforas, y a algunas de aquellas armas, les fueron agregadas por cuenta de la sutil imaginación de sus fabricantes, ocurrencias plásticas sin duda inaugurales de la creación artística, como una pata de león en reemplazo del asa de un ánfora o ─estos son ejemplos ilustrativos, meramente hipotéticos─ la cabeza de un caballo en la empuñadura de una espada o de un bastón de mando.

Pero, asimismo, antes de llegar a ser completamente artísticas, en algunas de esas piezas con funciones domésticas, los primeros artesanos lograron técnicamente representar la realidad en términos de imitación; y se desarrolló el concepto del monumento (del latín recordar, advertir); es decir, la construcción de referentes imitativos de la realidad que permitieran la perduración de una memoria, bien para perpetuar un triunfo obtenido en una guerra o en una competencia deportiva.

De estas últimas, perduran representaciones tridimensionales como el famoso Discóbolo de Mirón (realizado en 450 a.C.), y en numerosas piezas moldeadas o talladas, se alude a contiendas guerreristas. Igual tenemos memoria de la creencia en los mitos bíblicos de la edad media y del renacimiento, cuando visualizamos en presente la imagen corpórea del Moisés de Miguel Ángel, tallado en mármol blanco (en 505 d.C.), o tenemos memoria de nuestra historia nacional al contemplar en el Parque Santander de Bogotá, el Bolívar Ecuestre, realizado en 1919 por el escultor francés Emmanuel Frémiet.

Recordar para no repetir

De ahí en adelante, en la línea del tiempo, hay una suerte de esculturas y de monumentos que desenvuelven sus mensajes a partir de la sola gracia de la belleza plástica, escapando de la estatuaria (el Discóbolo, el Moisés) y de las representaciones imitativas de los héroes (el Bolívar Ecuestre); pero no escapando del propósito de conservar en la memoria los hechos de los cuales debemos enorgullecernos o simplemente recordarlos para no repetirlos. Un nuevo concepto de la belleza plástica como medio trasmisor de mensajes memorables, que no es baladí ni carece de trasfondo cognitivo; sino, por el contrario, sus pensamientos ─las representaciones y los mensajes para comunicar─ son tan excelsos como inasibles, pues hacen más parte del mundo de las emociones que del mundo de las percepciones.

Si los objetos y documentos museográficos nos traen a la memoria hechos y momentos de la historia, las piezas de arte hacen lo propio, pero capturando además emociones. En efecto, los monumentos de la segunda mitad del siglo XX y del siglo XXI, por fortuna se han convertido en objetos artísticos, descontando casi por completo las maneras de la estatuaria y permitiendo al autor que, sin alejarse de la esencia de la información que se le encarga para trasmitir, eche mano de sus imaginaciones artísticas; es decir, hoy se espera del escultor el privilegio de las emociones existenciales, más que los hechos tangibles, que pueden consultarse y apreciarse en documentos y piezas de archivos y museos.

En consecuencia, en el presente existen entre las cosas memorables del mundo, más que guerreros montados en caballos, más que héroes posando con sus armas y ufanándose de sus victorias, más que todo eso, ahora hay piezas artísticas que ─si bien buscan lo mismo que los consuetudinarios monumentos explícitos─ nos dan noticia filosófica, conceptual y humana, de un puntual momento histórico con sus aristas materiales y subjetivas.

Esculturas en Cuba, Estados Unidos y Colombia

En esa nueva línea de la escultura, están las realizadas para hacer perdurable la memoria de los Acuerdos de paz firmados entre el gobierno de Colombia y las antiguas Farc-Ep, como son la titulada Kusikawsay del escultor chileno Mario Opazo, ya mentada al inicio; una segunda, que en poco tiempo se descubrirá en Cuba ─realizada por un artista cubano y otro colombiano─ y una tercera, ya exhibida en Colombia, en el 2018, titulada Fragmentos, de la artista colombiana Doris Salcedo.

La ahistoricidad del arte, tan connotada por Marx en sus premisas acerca de que el arte no surge de los modos de producción, lo hace un recurso eficaz para hacer perdurable, en el imaginario colectivo y en la memoria de la humanidad, que un día en Colombia cerramos la puerta a un duro conflicto armado y dimos paso a un proceso de paz.

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