Horacio Duque
Veinte años de neoliberalismo, desde la apertura gavirista hasta la «macroeconomía populista» en curso (Familias en Acción y viviendas gratis) con bajas tasas de inflación de un dígito como gran éxito, han sido un desastre demoledor para millones de colombianos sumidos en pobreza y exclusión.
La nación ha sido devastada económicamente por el vendaval neoliberal, con las estructuras administrativas, laborales, sindicales, ciudadanas y partidistas anarquizadas.
Recientemente los Tratados de Libre Comercio y las estrategias del Banco de la República que mantienen revaluado el peso, han profundizado la debacle de la agricultura y la industria, colocando en el abismo a cientos de familias de pequeños y medianos propietarios y a los trabajadores ligados a esos espacios productivos.
Pequeña y mediana empresa, arroceros, paperos, paneleros, lecheros, maiceros, trigueros, palmeros y algodoneros, han sido avocados a la liquidación de sus mundos económicos y de supervivencia por cada una de las medidas de corte neoliberal que febrilmente aplican los teólogos del mercado que dominan en el Banco de la República, Planeación Nacional y el Ministerio de Hacienda.
La ruina social produce el coro adolorido de la diversidad social atrapada en el caos.
La política de tierra arrasada hacia la que fluyó el neoliberalismo generó anticuerpos sociales integrales, de manera que las respuestas lo son en todos los ámbitos de los social y popular (económico, político, normativo e identitario cultural).
Los campesinos del café nos acaban de dar una lección contundente. La movilización organizada, combativa y firme es la herramienta eficaz para derribar los muros del imperio neoliberal. Lo alcanzaron a satisfacción, la Federación de Cafeteros es un cadáver insepulto y el Minagricultura es una grotesca mueca del pasado retardatario.
Asoma con fuerza el reclamo de los campesinos arroceros del Tolima, Huila, los Llanos, Casanare y Norte de Santander.
De nuevo Restrepo incardina las soluciones en el protocolo reaccionario que desconoce derechos mediante el estigma y la descalificación burda con dardos plagados de desprecio por la desobediencia, la protesta y los pliegos de derechos. Mala cosa.
Se despierta, también, la inconformidad del campesino boyacense y nariñense que cultiva la papa y sale de su centenaria servidumbre silenciosa para formular una muy cualificada reivindicación que devela las recetas neoliberales del oficialismo oligárquico.
Crece el coro popular y la onda atrae a otros componentes básicos de la economía popular: trigueros de Sandoná, algodoneros de Montería, lecheros del Cesar y Antioquia, maiceros de Cereté, palmeros del Magdalena Medio y paneleros de Santander y Villeta.
Por supuesto, se estremece la pequeña y mediana industria, con los trabajadores sumidos en la incertidumbre.
La ola de la protesta crecerá y el clamor de la nación demanda que la paz sea con justicia social. Quiere decir antineoliberal.