viernes, marzo 29, 2024
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Bogotá y la lucha por la paz

La crisis de la capital puede devenir en una oportunidad para la convergencia entre la lucha por la solución de los graves problemas urbanos y el amplio anhelo de solución política al conflicto social y armado.

Panorámica de Bogotá en la Autopista Norte con Calle 106. Foto J.C.H.
Panorámica de Bogotá en la Autopista Norte con Calle 106. Foto J.C.H.

Jaime Caycedo Turriago

El primer mes del año enseña los contrastes que dibujan el curso de la situación política nacional. Mientras concluía la tregua unilateral de las FARC, entre reconocimientos y reproches pero siempre como un gesto de voluntad afirmativa en medio de la complejidad del diálogo en La Habana, en Bogotá la derecha tradicional prosigue empeñada en recolectar firmas para revocar al alcalde mayor. Dos hechos aparentemente sin relación ninguna muestran el curso tortuoso de las diferencias entre sectores del poder y quizás pueden dar luces sobre el quehacer de la lucha popular.

En una esclarecedora entrevista publicada por este semanario, Gabriel Becerra ha caracterizado los alcances del reformismo de Petro, su significado para el Plan de Desarrollo Bogotá Humana, las serias limitaciones que lo enmarcan pero también su importancia en la lucha contra las tremendas deformaciones que el neoliberalismo privatizador introdujo en el país y la ciudad en los últimos veinticinco años. La ofensiva de la derecha contra el alcalde Petro no refleja solo la reacción frente a los problemas antiguos, otros nuevos con los que lidia la administración distrital. La crisis de la ciudad es estructural, es decir, obedece a desajustes que no logran resolverse con políticas paliativas puntuales, por bien intencionadas que sean. El énfasis social de los recientes gobiernos ha hecho retroceder la pobreza más extrema, pero la desigualdad no cede. Correlativamente las contradicciones de clase, de tanto en tanto, afloran a la luz.

No votamos por Petro y hemos mantenido una actitud de independencia crítica frente a la administración. Pero una cosa es esta conducta y otra, muy distinta, cerrar los ojos ante la polarización inducida desde los estados mayores del poder que explota y usufructúa de los recursos de la ciudadanía. Y cuando se intenta atizar desde las posiciones de la extrema derecha todo lo que contribuya a desestabilizar el frágil proceso de paz que ha empezado a tomar cuerpo en el diálogo gobierno – guerrilla.

El gobierno distrital ha mostrado las derivas propias de la improvisación, de los caprichos de su jefe pero también de los choques inevitables con el poder real del gran dinero que pugna por continuar mandando sin límites en la ciudad. El tema de las basuras ha sido el motivo de múltiples especulaciones pero así mismo del enfrentamiento con las mafias del contratismo, expresiones del capitalismo rentístico y parasitario que acumula sobre la base de regulaciones sesgadas, de interpretaciones tramposas de la ley y de complicidades en el seno mismo de la institucionalidad. Recuperar el control público sobre los servicios esenciales, en este caso el manejo de los residuos sólidos y de los materiales reciclables, hoy reducidos al concepto de “basuras” y lanzados sin más selección a botaderos urbanos o periféricos; reivindicar a los trabajadores del reciclaje, según el mandato de la Corte Constitucional; reasumir en un plazo corto la función de la Empresa de Acueducto y crear la de aseo como empresa pública, indica que sí es posible desarrollar medidas para superar el viejo modelo privatizador y proponer alternativas viables, inspiradas en otras experiencias urbanas latinoamericanas.

No es menos importante el papel de la administración de Bogotá de cara a las libertades, los derechos ciudadanos y la seguridad ciudadana. Sin duda alguna aún queda mucho por hacer. No obstante, en abril del año anterior sus principales autoridades dieron las garantías a la presencia de Marcha Patriótica, en clara diferenciación frente al gobierno nacional y la campaña mediática anti Marcha. Aun en el marco de esa diferenciación Santos entiende que no se puede tratar al alcalde de la capital como al guerrillero que se ha apoderado de la ciudad, en el mismo momento que busca persuadir al mundo de que puede suscribir eventuales acuerdos con la insurgencia, de factura creíble, acuerdos que tienen que incluir la participación en política. Paradójicamente, la crisis de la capital puede devenir en una oportunidad para la convergencia entre la lucha por la solución de los graves problemas urbanos y el amplio anhelo de solución política para la paz que crece en medio de las vacilaciones, altibajos y contradicciones en las alturas del poder.

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