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Una Vorágine de cien años

Este año se cumplen cien de haber sido publicada y más de ochenta de la muerte del autor, por lo que es ya de dominio público, y ello dio lugar a numerosas ediciones críticas en la pasada feria del libro en Bogotá, la del corriente 2024

Fernando Iriarte M.

Más que de novelistas, Colombia ha sido país de cuentistas. Y poetas. Alguna vez el poeta Julio Flórez salió con una respuesta que pasó a leyenda urbana dicha a un extranjero que lo buscaba y lo encontró bebiendo en una taberna en horas de la mañana. Se sorprendió de hallarlo ya borracho y así se lo dijo, pero le contestó Flórez que no se asombrara, porque en Colombia abundaban tanto los poetas que podía encontrárselos por montones hasta tirados en los andenes, ebrios hasta el alma.

Muchos poetas sí, pero de ahí a que fueran buenos. También muchos han escrito cuentos y hubo un tiempo en que hacerlo se consideraba una etapa obligada en el proceso de todo escritor. La mayoría se quedó en ese punto y eso dio como resultado una notoria escasez de novelas. Aunque no han faltado estas, sobre todo desde la segunda mitad del siglo XIX.

Sea como fuere, por supuesto que se han escrito varias, al punto de poder pensar cuáles han sido las “mejores” o las más destacadas.

Vorágine de novelas

Cualquiera puede hacer un listado y listados han sido hechos. Por mi parte, como simple comentador, que no crítico, he elaborado uno: María, de Jorge Isaacs; La marquesa de Yolombó, de Tomás Carrasquilla; La vorágine, de José Eustasio Rivera; El coronel no tiene quien le escriba y Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez; Changó el gran putas, de Manuel Zapata Olivella; La otra raya del tigre, de Pedro Gómez Valderrama; Celia se pudre, de Héctor Rojas Herazo; La tejedora de coronas, de Germán Espinosa; e igualmente, La ceiba de la memoria, de Roberto Burgos Cantor. Y no sigo, pare evitar problemas.

Claro, muchos la considerarán una lista incompleta. Lo que sí estoy seguro es que no eliminarán ninguna de las obras. Entre ellas, para mí, una verdaderamente mayor es La vorágine.

Este año se cumplen cien de haber sido publicada y más de ochenta de la muerte del autor, por lo que es ya de dominio público, y ello dio lugar a numerosas ediciones críticas en la pasada feria del libro en Bogotá, la del corriente 2024.

Lenguaje directo, claro y realista

La mayoría de nosotros conoce de qué tratan sus capítulos, solo que no deja de emocionarme su “actualidad”, que implica el parecido de la explotación de los caucheros e indígenas de comienzos del siglo XX por parte de la Casa Arana con la de los “raspachines” de la coca seis décadas después, en la misma zona (y en otras); la masacre de Mapiripán protagonizada por los bandoleros de Funes y su repetición en el mismo punto geográfico y con igual crueldad (incluidos los cadáveres despedazados y lanzados al río); la continuación de una violencia social que envuelve en su “vorágine” mortal ahora a cientos de miles; la venalidad de unos jueces (en este caso en los Llanos) que sigue casi intacta y así por el estilo, incluso en los detalles.

También me ha impactado siempre su lenguaje directo y claro, realista, que de pronto salta a extremos poéticos, a veces sin solución de continuidad, como en esa especie de ensoñación en medio de la selva más grande y enmarañada del mundo. A propósito de esto, comprendo la desilusión de ese otro enorme que fue Horacio Quiroga cuando reconoció que Rivera había hecho, con su visión de la selva, lo que él no había logrado desde la provincia de Misiones entre Paraguay, Argentina y Brasil. Por esas páginas suyas (de Rivera, digo) bien pudo haber logrado un premio Nobel. Y a lo mejor no exagero.

Una larga instantánea

Cien años van y podríamos estar acercándonos a otros cien de la siguiente novela de José Eustasio Rivera, Petróleo, que no alcanzó a terminar porque se murió en Nueva York de manera tan extraña y sospechosa.

Da rabia decirlo, porque uno no hace sino pensar que se fue al lugar donde menos debió ir, tan lejos de Colombia y tan cerca de las grandes empresas petroleras – parodiando el dicho mexicano, las mayores del mundo. Con mucha seguridad no iba a hablar bien de ellas, pienso. A juzgar por La vorágine.

Pero hay que ajustarse a lo cierto y lo cierto es que esta novela, la tercera de mi lista, merece una relectura. Para mí no sería una segunda sino una quinta vez. De modo que nos empeñemos en volverla a hacer visible en la medida en que es una larga instantánea de la historia de este país. ¡Y vaya qué instantánea!

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