El ejercicio creativo debe preocuparse más por abrir espacios nuevos y más amplios (populares, democráticos), que en jugar a las delimitaciones estrictas de conceptos bastante viejos
Jorge Andrés Garavito Cárdenas
La estética es un estudio político, en la medida que la definición de lo bello es a su vez la definición de lo bueno, es decir lo que aceptamos y por contraste lo que rechazamos también. Partiendo desde ahí, podemos ver al arte, así como el Estado en Lenin como un aparato de opresión de una clase sobre otra, como un concepto de imposición de la definición de belleza de un grupo sobre otros.
Por ello desde la galería (que hoy, afortunadamente, no es el único lugar del arte) se impone el discurso desde el dinero y en las calles, por ejemplo, con los murales, se impone desde el ejercicio cotidiano de habitar espacios. Se trata de una guerra de pulsos, como toda la historia de la humanidad. La definición y uso del arte siempre ha sido parte de la discusión de poder.
La obra
La técnica de las obras no tiene por función delimitar hasta dónde llega el prestigio de qué puede ser llamado arte y qué no. Su función es encontrar el mejor sendero desde la idea hasta la materialidad, por ello cada técnica es la mejor en la medida en que es la más útil para la obra que fue parida.
Por supuesto existen obras fallidas, y los que más lo reconocen serán sus propios autores, aunque como espectadores las apreciemos distinto, pero las valoraciones de las obras son discusiones que pueden durar años, y eso es bueno en la medida que mantiene la obra viva.
No debemos utilizar los desarrollos técnicos del arte para apartar las expresiones que se nos presentan como desconocidas, sino para ser capaces de escuchar cómo otros han tomado decisiones para llevar una idea a la materialidad. Por supuesto la obra debe importarnos en la medida en que discutimos su propuesta, y nos conmueve o nos aparta su mensaje (o nos mantiene indiferentes).
La belleza, asunto político
Sin desviación a la regla no existirá progreso. El ejercicio creativo debe preocuparse más por abrir espacios nuevos y más amplios (populares, democráticos) en él, que en jugar a las delimitaciones estrictas de conceptos bastante viejos. La belleza es un asunto político y por ello soy del bando de verla en la mayor cantidad de lugares.
No entiendo al artista como un ente abstraído de la humanidad por el prestigio de un título o una técnica, sino como el ser humano que se ha atrevido a mostrarnos dónde ve la belleza en el mundo.
Antes que encargarnos de rechazar esas acciones, nuestra tarea debería ser motivar a todos a mostrarnos los lugares donde ve la belleza y hacernos partícipes de la constante actividad creadora. Llenémonos de arte y artistas y que las galerías y las academias se desesperen hasta quedar más calvas. El ejercicio creativo es una trinchera más de la lucha de clases.