Ana Esa Rojas Rey
Se ha ganado bastante en conquistar los derechos para las mujeres, tanto en lo formal como en lo real, pero aún falta muchísimo.
El 20 de julio del presente año se instaló el Congreso de la República con características muy importantes. Por primera vez los sectores que estuvieron sometidos a la marginalidad, por medio del control abusivo instalando en el imaginario colectivo en la fuerza del poder, utilizando el terror contra los excluidos, contra la intelectualidad, los partidos de izquierda que fueron difuminados y arrasados, con el desplazamiento, con la desaparición forzada, con encarcelamientos y masacres. Un país donde su descomposición llegó hasta convertir a los humanos en máquinas de guerra agrediendo a países vecinos; se creían con licencia para asesinar, incluso a presidentes.
Lo interesante de esta nueva etapa que comienza, es trasformar todo rezago de intolerancia y de indiferencia que el régimen ha dejado. Todo esto es posible con el ejercicio democrático para vencer el monstruo, haciendo prácticas sin odio ni avaricia, con el fin de transformar el quehacer político.
La instalación del Congreso de la República es el comienzo de un nuevo Gobierno que tiene el propósito de deconstruir los abominables vestigios con que gobernó el régimen. Sin embargo, la actual mesa directiva del Senado sin mujeres, deja un vacío que está muy lejos de la paridad política.
Esta discusión no corresponde a un relato del momento, sino a una construcción histórica como la realizada en Atenas en 1979, que registra en uno de sus puntos: “Porque las mujeres constituyen la mitad de las inteligencias y de las capacidades potenciales de la humanidad y su infra-representación en los puestos de decisión constituye una pérdida para el conjunto de la sociedad”.
El parlamento es el espacio más simbólico en el ejercicio del poder, por ello es un error que allí no estén las mujeres, porque significa que se sigue desarrollando la política con la idea, del interés pragmático del patriarcado, dejando por fuera a la mitad de la población, en la cual someten a las propias mujeres al interés de los patriarcas.
No se dio explicación alguna, más cuando miles de miradas estaban pendientes de cómo se desarrollaba esta elección. La inclusión paritaria o representación cremallera no se vio en la presente mesa directiva, lo que deja mucho que desear en el legislativo.
El asunto de la paridad política no nace de una mente mágica, sino que tiene consignada la transversalidad de grandes luchas y discusiones filosóficas que se han dado en distintos momentos caóticos en la vida de las mujeres.
Son muchas las discusiones del orden internacional en las que se ha discutido sobre la paridad política: como en la Conferencia de las Naciones Unidas de diciembre de 1979; o la de noviembre de 1992 de Atenas, en donde se exige la paridad en la representación de todos los espacios públicos y políticos; en 1975 en la Conferencia de Beijín; en la X Conferencia Regional en Quito de Mujeres para América Latina y el Caribe en 2007; entre otras.
La paridad política no es solo un relato, sino una categoría equipolente, sine-qua-non, para desarrollar relaciones distintas entre hombres y mujeres. No se puede dejar pasar por alto tan craso error. Hemos ganado bastante, pero falta muchísimo en la representación del poder para las mujeres, como para la democracia y la paz.