Reflexiones sobre la obra, los rasgos esenciales de la trayectoria y el legado político y cultural del grande neogranadino, la más importante personalidad nacida en la actual República de Colombia
Alfredo Valdivieso
El 13 de diciembre de 2023 se cumplen 200 años de la muerte en la población de Villa de Leyva, actual Boyacá, de Don Antonio Amador Joseph Nariño y Álvarez, nacido el 9 de abril de 1765 en Santafé de Bogotá.
Don Antonio desde muy joven, por su relación con personalidades de la talla de José Celestino Mutis y la Expedición Botánica, al no poder continuar sus estudios en el Colegio de San Bartolomé por problemas de salud, se dedica en su casa al incesante estudio, dominando el francés, inglés, latín y griego y aprendiendo de forma autodidacta medicina, jurisprudencia y filosofía, amén de convertirse en un experto en literatura clásica y universal y en otras ramas del saber. Además de erudito era un «polímata».
Juventud
Al fallecimiento de su padre en 1778, con trece años de edad, asume los negocios del progenitor en las labores agrícolas, experimentando en minería. La difícil situación de la familia obliga a su madre, Catalina Álvarez del Casal, a vender la casa paterna, en cuyos terrenos se erige actualmente el Palacio de Nariño.
En 1781, con 16 años, es enviado con un regimiento para combatir la Rebelión de los Comuneros, exigiendo su baja ante las atrocidades a que fueron sometidos los insurrectos, con el ahorcamiento y descuartizamiento de José Antonio Galán, Lorenzo Alcantuz y otros de los jefes, pese a las promesas de las autoridades.
Se convierte en librero, lo que le permite ampliar su voluminosa biblioteca heredada del padre. En 1789 es nombrado alcalde de Santafé y posteriormente encargado de la Tesorería de Diezmos. Se le acusará de malversar fondos para negocios de exportación de té, quina, café y cacao a Honda, Cartagena, Veracruz y La Habana.
A sus veinte años contrajo matrimonio con Magdalena Ortega y Mesa, con quien tuvo seis hijos. Mantuvo una febril actividad intelectual y en torno suyo aglutinó personalidades de Santafé en tertulias como el «Arcano de la Filantropía».
La declaración
En 1785 realizó la primera publicación periodística en nuestra patria, con el «Aviso del Terremoto en la Ciudad de Santafé». Dicha publicación tuvo tres números, pues fue prohibida por las autoridades. No obstante, en su vocación periodística contribuyó y ayudó a mantener el «Papel Periódico de Santafé», creado en febrero de 1791 por el cubano Manuel del Socorro Rodríguez.
Don Antonio fue el primer traductor al castellano de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano promulgados por la Gran Revolución Francesa en 1789, que ve la luz en las Américas en enero de 1794, cuando son distribuidos algunos ejemplares. La traducción, brillante y rigurosa, se hace de ‘Historie de la Révolution de 1789’, que paradójicamente era propiedad del virrey José Manuel de Ezpeleta. Su difusión estaba prohibida por la Inquisición de Cartagena desde diciembre de 1789.
Es preciso recordar que la traducción es de la primera «Declaración», adoptada por la Convención francesa de 1789, insertada como prólogo en la Constitución de 1791 calificada como «Declaración Girondina», por ser los girondinos −moderados monarquistas− mayoría en la Convención.
Hubo una segunda, conocida como «Declaración Jacobina», decretada tras el triunfo de los Jacobinos con el ascenso al poder de Maximiliano Robespierre. El texto solo se conoció en nuestras tierras muchísimos años después y su traducción fue del cepiteño Pedro Fermín de Vargas, exiliado en Islas Canarias. Esta segunda declaración, revolucionaria radical, consagraba el derecho a la rebelión y a derrocar la tiranía. Pero hubo una tercera, reaccionaria, la «Declaración Termidoriana», que más que derechos consagró ‘deberes’, y que se produjo tras el derrocamiento del gobierno jacobino en julio de 1794.
Esas tres declaraciones eran, literalmente, de derechos del ‘hombre’, mas no incluía la mujer. La precursora feminista, Olimpe de Gouges, en su periódico L’Impacient, propuso una «Declaración de Derechos de la Mujer y la Ciudadana», en un preámbulo, diecisiete artículos y un epílogo, lo que acarreó su encarcelamiento y su guillotinamiento en noviembre de 1793.
La publicación de la «Declaración», más la aparición de unos pasquines lo llevó a juicio (acusado de ambos) y el 29 de agosto de 1794 fue condenado al extrañamiento y condena de diez años en África, así como la confiscación de todos sus bienes, con su casa y biblioteca.
Escapó de sus carceleros y tras larga peripecia regresó a Nueva Granada. Estuvo confinado en la sabana y luego enviado a las mazmorras de Cartagena, de las que recobró su libertad solo en octubre de 1810 por presión popular en Santafé. No obstante, desde prisión contribuyó al debate sobre el Congreso y el gobierno creados con la revuelta del 20 de julio de ese año.
La Bagatela, presidente e internacionalista
La inconformidad popular con el gobierno de Jorge Tadeo Lozano, «Marqués de San Jorge», y las denuncias del periódico La Bagatela fundado por Nariño, lo llevó a la presidencia del Estado de Cundinamarca. Desde el poder propendió por la creación de un gobierno centralista −pero con autonomía de las provincias−, ante el inminente peligro de reconquista armada que se cernía sobre el país, con la amenaza de tropas realistas en la periferia.
Dicha exigencia generó confrontación con los otros ‘Estados’, creados tras los actos del 20 de julio, que exigían gobiernos federales, dislocados, muestra del parroquialismo miope, lo que finalmente llevó a la primera guerra civil (llamada posteriormente por el propio Nariño como la «Patria Boba»).
Los federalistas fueron derrotados en la Batalla de San Victorino el 9 de enero de 1813, en la propia Bogotá, lo que los obligó a una alianza militar para combatir a los realistas.
En medio del fragor, Antonio Nariño envía al militar venezolano Simón Bolívar un gran contingente de soldados, suboficiales y oficiales a acompañarlo (y morir) en la Campaña Admirable entre enero y agosto de 1813, muestra de verdadero internacionalismo y consecuencia.
La campaña del sur
Para afrontar la tarea militar de derrotar a los realistas, renuncia ante el Colegio Electoral (órgano supremo del Estado), aunque no le es aceptada y por el contrario se le confirma como dictador. Además, el mismo Colegio, el 28 de junio de 1813, le confiere el grado de Teniente General para asumir como comandante de los Ejércitos de la Unión en la Campaña del Sur.
Esta campaña lo mostró como indiscutido y brillante estratega militar, al vencer en las batallas de Alto Palacé, Calibío, Juanambú y Tacines; pero la traición que se urdía desde un comienzo llevó a que los comandantes federalistas con artimañas desinformadoras y derrotistas lo abandonaran, desertando del campo recuperado, cayendo Nariño como prisionero tras la Batalla de los Ejidos de Pasto, el 14 de mayo de 1814.
En territorio de Quito estuvo preso hasta que fue remitido a La Carraca de Cádiz, España, a la que llegó el 6 de marzo de 1816, permaneciendo preso, torturado y por largo tiempo engrillado hasta el 23 de marzo de 1820, cuando fue liberado por la ‘Revolución de los Coroneles’ del 1 de enero, siendo acogido como secretario de confianza por el coronel Antonio Quiroga, uno de los jefes de la revolución estallada como rebufo del triunfo patriota en la Batalla de Boyacá.
Vicepresidente y senador
Libre Nariño emprendió la denuncia de los crímenes de los realistas Pablo Morillo, Juan Sámano y sus secuaces en la ‘Reconquista’ y la ‘Pacificación’, en las «Cartas de un americano a un amigo suyo», firmadas por ‘Enrique Somoyar’. Éste había sido su amigo y benefactor durante su prisión en Cartagena, quien salvó la vida de su hijo Antonio dando muerte al agresor chapetón.
Las denuncias y contactos con personas y gobiernos extranjeros lo mantuvieron durante un tiempo en Europa. Retornó a Colombia en febrero de 1821. A su regreso a Achaguas, El Libertador Simón Bolívar lo eleva al rango de vicepresidente de la República de Colombia y le encarga asumir la presidencia del Congreso Constituyente de Cúcuta, que proclama la Constitución de 1821, primera Carta Magna de la República, encargo que ejerció con lujo de detalles.
Regresó a Bogotá donde fue elegido senador, lo que generó la más enconada y difamatoria campaña de sus antiguos enemigos, encabezados ahora por Francisco de Paula Santander y sus aláteres, que lo obligó a tomar de nuevo a la pluma con su periódico «Los Toros de Fucha» donde los demolió con argumentos incontrastables; además de su defensa en el propio recinto del Senado, pieza oratoria magnifica, según todos sus contemporáneos.
Por su agravada enfermedad se retiró a Villa de Leyva donde finalmente falleció para lamento de la gran mayoría de los colombianos el 13 de diciembre de 1823.
Corolario
Como corolario de esta semblanza, que no se abordó para mantener la ilación, habría que señalar:
- a) La previsión y perspectiva de Don Antonio en la necesidad de desarrollar una industria y economía propias, que entre otras volcó en la investigación de nuevas plantas y productos agrícolas, la exploración de sus propiedades, incluso curativas, y la búsqueda de nuevos frutos exóticos; así como la proyección de una explotación minera en Pacho, Cundinamarca, en momentos en que apremiaban el plomo, mineral de hierro y cobre, para no depender incluso en materia logística bélica del extranjero, labor encomendada poco antes de partir a la Campaña del Sur.
- b) Sus investigaciones e innovaciones médicas que le llevaron, en prisión, a desarrollar una vacuna eficaz contra la viruela, que no se desarrolló por los avatares de su vida.
- c) Su espíritu tolerante e incluyente, al punto de no sancionar punitivamente a su hijo mayor, Gregorio, por ser partidario de las ideas realistas y de la monarquía.
Como colombianos y colombianas, que entramos a la modernidad gracias al pensamiento y acción de Don Antonio Nariño, debemos apropiarnos del pensamiento y legado de nuestro ilustre coterráneo.