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San Carlos, un pueblo luchador sometido a la barbarie

Homenaje a los pobladores del municipio antioqueño, víctimas del conflicto. Este es un recuento detallado de la tragedia a la que fue sometida esta población de la Colombia profunda

Duván Carvajal

“Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”. José Eustasio Rivera

A partir del primer semestre de 1998 y hasta el año 2010, la comunidad de San Carlos padeció una crisis humanitaria sin precedentes. En ese periodo se produjo una danza de guerra aciaga, en la cual los paramilitares masacraron indiscriminadamente a los habitantes del municipio, mientras que las guerrillas atacaban los cascos urbanos de todas las localidades de la región, sostenían fuertes enfrentamientos con el ejército en las áreas rurales y mataban a los pobladores que consideraban informantes o auxiliadores de los paramilitares.

En San Carlos, Antioquia, seis de cada diez víctimas por el conflicto armado murieron en una masacre. Es conocido como “el pueblo de las 33 masacres”, que recorrieron el municipio entre 1998 y 2010, 32 de ellas ocurrieron entre 1998, cuando los paramilitares entraron al municipio y el 2005, cuando el Bloque Héroes de Granada se desmovilizó. Fueron siete años donde 219 sancarlitanos fueron masacrados. Y eso sin contar las víctimas mortales de otros delitos.

Génesis de la barbarie

En este municipio el conflicto se vivió en todas sus dimensiones. Las masacres ocurrieron en 20 de las 73 veredas, especialmente en los tres corregimientos del municipio (El Jordán, Samaná del Norte y el Chocó). Todas quedaban al occidente, la zona de embalses y cercana a las centrales hidroeléctricas, como el Peñol. También, atraviesa la autopista Bogotá -Medellín que se despobló casi en su totalidad.

Los paramilitares del Bloque Metro, comandados por alias Doble Cero, fueron responsables de 23 masacres con 156 víctimas fatales. El frente noveno de las extintas FARC fue culpable de seis masacres, con 42 víctimas mortales. Y grupos armados no identificados de cuatro, con 21 asesinados. Fueron 33 masacres que soportó el municipio enclavado en las montañas de Antioquia. Y no olvidar que todo empezó en el año 1995, cuando hombres armados entraron a una casa en el corregimiento de El Jordán y mataron a un padre y a sus tres hijas de cuatro, siete y ocho años. Se llevaron a la de 14 años. Después de violarla también la mataron. Fue el 27 de agosto de 1995.

1998

El 27 de octubre de 1998, después de matar a 13 personas y de desaparecer a 15 más, un grupo de 200 paramilitares escribieron en las paredes del corregimiento la Holanda: “Muerte a los sapos. Muerte a los Elenos. Los paramilitares llegamos, Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá”. (ACCU). Fue, el inicio del fin.

En diciembre los mismos hombres llegaron por primera vez con las temidas listas negras. Era de noche y faltaban cinco días para la fiesta de la navidad. Los animalitos silvestres escaseaban y los lobos hambrientos bajaban a buscar comida, normalmente se comen las gallinas, las ovejas y los terneros, pero si un campesino da papaya, también se lo comen. Mataron a siete personas y desaparecieron a otra. Al otro día los vecinos encontraron los cuerpos en las afueras de los corregimientos de El Jordán y Narices.

1999

Corregimiento El Jordán y dos veredas del municipio de San Carlos Antioquia: Del 17 al 20 del mes de junio.  Doce campesinos muertos y trece desaparecidos. Entonces el Bloque Metro no queda muy convencido, de todas maneras, ríe y mucho. Empieza otra historia de lobos, pues es sabido que a esos hombres de esas zonas les encanta oír historias acerca de las peleas y desapariciones causadas por los lobos.

El 12 de agosto los pobladores de la zona, hicieron una fila en la plaza central, los obligaron a mostrar sus identificaciones, acto seguido, fusilamiento de seis campesinos. En noviembre llega el arzobispo y las actividades de los viernes, sin embargo, el patrón del Bloque Metro, asesinó a seis personas más, encontradas flotando en la represa Punchiná, como si los cadáveres fueran peces de ciudad.

En diciembre llegó la navidad y en el barrio La Zulia, un hombre encapuchado mató a tres espectadores que estaban viendo un partido de baloncesto. Entre el 14 y el 15 de diciembre los paramilitares asesinaron a 15 personas que laboraban en un trapiche, cocinando el jugo de caña de azúcar a altas temperaturas hasta formar la melaza que produce la panela. ¿Por qué razón pasó todo esto?, nunca se supo, solo quedaron las lágrimas, el dolor, los cadáveres y la memoria.

2000

Corregimiento de Samaná. La historia del carro encarpao. “El vehículo que todos vieron pasar. Nos despedimos y les dije que, si me necesitaban, a cualquier hora me podían buscar”. Estas son las palabras de uno de los pasajeros de aquella chiva, o camión escalera, que fue retenida durante los retenes que organizaban los “paras” en la región.

En la primera masacre, asesinaron a cuatro personas. En la segunda, los paramilitares pasaron reclutando campesinos en una chiva escalera, cubierta a los lados por plásticos negros, asesinaron a 15 personas. De allí la historia del “carro encarpao” fue el año más cruel y el inicio del milenio fue recibido por muertos y más muertos, bajados de las chivas y otros asesinados en la cabecera municipal. En abril no llegaron las flores, sin embargo, llegó la muerte y las AUC mataron a cuatro personas en Samaná y las FARC, entre marzo, mayo y octubre asesinaron a 14 personas en Santa Inés y la Culebrita, casco urbano del municipio de San Carlos. Ese pasajero terminó convertido en un pasajero del tiempo, le dispararon a él y a cuatro personas más, a quemarropa, en el corregimiento de San Miguel.

2001

Hotel Punchiná: El más lujoso del pueblo. Otra historia, de esas que les gustan a los lobos. Se desarrolló en el hotel más cachetudo del casco urbano, propiedad de Gabriel Puerta, extraditado por narcotráfico en el año 2009. Según el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica, este lugar sirvió como centro de torturas, ajusticiamientos, violaciones, desapariciones y asesinatos de los pobladores del municipio. Por estas razones fue llamado, años después, la casita del terror.

Cuentan las lenguas de los vivos, que los paramilitares en la primera semana del año asesinaron a cuatro personas, dos eran un par de esposos, ella de 60 años y él de 70. Iban por el mundo, como yendo por una pista de baile, siempre pegados, recordando viejos tangos y música guasca-carrilera, en condiciones que el mundo jamás creería. Un par de viejos que sembraron esperanza en cada una de las vidas que parieron, cuando aún se podía soñar.

En la segunda semana de febrero, el Bloque Metro, perpetró otras dos masacres y se instalaron en el casco urbano, teniendo como centro de operaciones el hotel más lujoso de la ciudad, el Punchiná, desde donde se señaló a 17 personas más, como presuntos guerrilleros que fueron ejecutados sin piedad.

2002

Buenos Aires, la Cascada y Vallejuelo: En esa región existieron seres humanos a los que se los comerían los lobos, y esos seres, solo tenían telares para hacerse ruanas y protegerse del frío, no tenían, sino un cuerpo bien diseñado para resistir las inclemencias de la naturaleza.

El 21 de marzo, en la vereda Buenos Aires, integrantes del Frente Noveno de las Farc dispararon contra una ambulancia y una volqueta y mataron a tres personas. El 9 y el 11 de mayo, los paramilitares asesinaron a 12 personas.  La cobardía y la indiferencia deshumanizan el conflicto y estos seres humanos son abandonados a la rapiña de los buitres.

El 22 de noviembre no llegaron las brisas, en cambio, llegó el Bloque Metro de las Autodefensas Campesinas de Colombia, AUC, y asesinaron a once campesinos. Los desfiguraron, usaron hachas, sierras y machetes para que el terror se sembrara en esa tierra, porque parece mentira que la verdad nunca se sepa, está más allá del fin y de los medios, de la política y de la ética. En Balsora, Hortoná y El Vergel, el mismo grupo, masacró a cinco personas más. Todo esto sucedió en el mes de noviembre bajo la complicidad del Estado.

2003

Corregimientos Dos quebradas, Dinamarca y la Tupiada. El 16 de enero ocurrió una nueva masacre. 18 personas fueron asesinadas, los autores iban uniformados. Dos días después, las FARC reconocieron su autoría, la excusa perfecta. Las muertes de los campesinos se dieron por una retaliación contra los “paras” por el asesinato de otros campesinos en el corregimiento del Chocó. Un mito construido con asombrosa lucidez, justo, cuando están prestos a ejecutar la gran empresa de la guerra. Desgastando los últimos días del año 2003. El tren avanza, la vida avanza y la lluvia mengua hacia el centro y hacia la derecha.

“Hemos venido a la guerra dentro del país, por el problema de la guerrilla, porque la guerrilla tiene 40 años de estar secuestrando y haciendo de las suyas en todo el país. Mientras que nosotros apenas hace 18 años que llegamos y llegamos porque nos forzaron, y tuvimos que pensar que una guerrilla merece una contraguerrilla para poder sostener el problema subversivo”. Esta respuesta la dio Ramón Isaza, paramilitar del Magdalena Medio, en una entrevista realizada por la Corporación Jurídica Libertad de Antioquia.

2004

Corregimiento de Samaná. Decía Cicerón, “y así debemos mantener y guardar inviolablemente la justicia; tanto por ella misma (porque sin esto no lo sería), como por lo que contribuye al adelantamiento del honor y de la gloria”. La verdadera gloria echa raíces y se va propagando, en cambio, la gloria y la justicia, jamás llegaron a este corregimiento, del municipio de San Carlos, que vio cómo el diez de julio del 2004, integrantes de las FARC les dispararon a siete campesinos que apenas tres meses antes habían decidido retornar.

Lo emblemático de la masacre es que fue perpetrada en una casa que habían abandonado otros campesinos que huyeron de la guerra por el miedo a morir en manos de los grupos armados que se disputaban el territorio.  Una tierra de todos y de nadie.

2005.

Caserío El Vergel.  El 29 de enero, fecha que quedará grabada en la memoria de sus habitantes, siete miembros de una familia fueron asesinados por los “paras” mientras veían la televisión. Dicen las fuentes oficiales que la masacre fue cometida por los hombres del Bloque Héroes de Granada. Tal vez, fue la última vez que entraron en el capullo de la flor, avanzando por los caminos de la terracería, empedrados, maltrechos y llenos de cadáveres desorientados que van desplazados hacia un peligroso cañón con curvas cerradas, en tanto, la vida se entretiene entre chiste y chiste, hasta que desciende sobre ellos una parvada de buitres que se lanza a devorar los cadáveres. Y todos comienzan a rezar. Fue la última masacre, pero aún se recuerda. San Carlos, jamás olvidará.

Prohibido olvidar

Los ecos sociales de la historia de las masacres en San Carlos, Antioquia, han devorado a toda una población, a toda una región y a todo un país. Por todo lo anterior está prohibido olvidar y en ese sentido, se enumeran los enormes retos que tiene el Estado para garantizar la seguridad y la elaboración del duelo por la pérdida de sus seres queridos y de su lugar de origen.

Entonces no es descabellado salir de la técnica, explicitar los vínculos entre teorías de la comunicación y teorías de la sociedad. En otras palabras, más castizas y menos técnicas, un ojo perfecto, el cual nada sustrae y centro hacia el cual están vueltas todas las miradas.

Es en memoria a las víctimas, a esos hombres y mujeres cuyo único delito fue conducir y/o acompañar procesos que dignificaban las condiciones de vida de sus territorios que, hace cuatros años, específicamente el 5 de abril de 2019, se hizo entrega, ante la Corte Penal Internacional de la documentación acerca de la barbarie que se perpetró en el municipio de San Carlos, Antioquia.

Rendir tributo a las víctimas y encontrar a los responsables de estos crímenes fue el objetivo que animó a esos mil ciudadanos y ciudadanas que se hicieron presentes en La Haya para no hacer del silencio un posible olvido. Como dice Cicerón, “la misma causa hubo para el establecimiento de las leyes; siendo siempre el fin de estas providencias conseguir una justicia igual a todos, porque de otro modo no sería justicia”.

Es así como un grupo de ciudadanos colombianos suscribieron uno de los tres documentos que se presentaron en la Corte Penal Internacional como evidencias, para que la dignidad de los pobladores del municipio de San Carlos no sea mancillada y las víctimas encuentren de cierta manera la paz que el Estado Colombiano, como único responsable, de esta barbarie, no les ha concedido.

No más crímenes de lesa humanidad. No más masacres, no más repetición, ya es tiempo de que tratemos del orden de las cosas y de la oportunidad del tiempo para aliviar esta afrenta en la búsqueda de la verdad histórica de lo que sucedió en el municipio de San Carlos, Antioquia.

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