En momentos en que las propuestas de cambio se definen como reformas sociales, es importante la reflexión teórica que permita nuevos horizontes para construir transformaciones radicales
Óscar Sotelo Ortiz
@oscarsopos
El discurso del presidente Gustavo Petro el pasado Primero de Mayo desató la ira del Establecimiento. La razón fueron las referencias hechas en su intervención desde el balcón de la Casa de Nariño: “Las reformas y la revolución van de la mano. El intento de coartar las reformas puede llevar a una revolución. Lo que se necesita es que el pueblo esté movilizado”.
Lo que evidentemente tergiversó la derecha, con el único propósito de sembrar miedo en la ciudadanía fue que, en el Día Internacional de la Clase Trabajadora, el jefe de Estado quiso problematizar el actual momento a partir del clásico debate sobre la reforma y la revolución. Era apenas lógico, en su público estaban los sindicatos, los partidos políticos y las organizaciones sociales que se reconocen como izquierda.
Más allá del oportunismo desplegado por la derecha, la intervención del presidente es valida, sobre todo en un momento donde las principales propuestas de cambio se circunscriben como reformas sociales. Incluso, en momentos de debate al interior del Pacto Histórico en perspectiva a un nuevo escenario de disputa política, no está del todo mal un poco de reflexión teórica que permita nuevos horizontes para construir transformaciones radicales.
Un par de críticas
Es común leer comentarios hechos en las diferentes redes sociales donde se pone en tela de juicio el carácter revolucionario de las organizaciones que hoy son Gobierno, críticas que se agudizan especialmente en contra del Partido Comunista Colombiano.
Por ejemplo, con la publicación de la columna Gloria Inés, presidenciable en el Instagram de VOZ, un amable lector escribió: “Ahora me queda claro el objetivo del PCC. Tomar el poder del Estado burgués sin revolución alguna. Por eso abandonaron la línea revolucionaria”.
Incluso, con ocasión del pasado mensaje televisivo que emitió el PCC donde intervino la secretaria general de la colectividad, Claudia Flórez, se originó una interesante polémica en Twitter, la mayoría estimulada por círculos maoístas.
“El problema no es que el PCC haya emitido un mensaje por RCN (…) La crítica debe ser hacia el contenido reformista, pacifista y cretino parlamentario del mensaje. En este se puede ver claramente su carácter socialdemócrata: se muestra un partido respetuoso del orden capitalista y que desea integrarse cada vez más a este”, dice León, quien se describe como vocero de la Unión Obrera Comunista.
Un clásico universal
En efecto, al interior de la izquierda revolucionaria existen mil y un debates que giran con referencia a todo: la caracterización del momento socioeconómico, la correlación de fuerzas, la táctica y estrategia acertada, la política de alianzas, las vías de la revolución y un largo etcétera.
Sobre el debate de reforma o revolución, lo primero que se debe decir es que no estamos ante una discusión nueva. Incluso se podría remontar a los constantes choques ideológicos al interior del movimiento obrero europeo en el siglo XIX, extendiéndose después al resto de latitudes, con la característica de ser aún hoy una disputa permanente.
Lo segundo, es que sobre este especifico debate, el texto de la marxista alemana Rosa Luxemburgo ¿Reforma o revolución? (1900) es, sin lugar a dudas, un clásico universal y un referente vigente para la controversia contemporánea. Por ello, nos atrevemos a citarlo.
This is the question
En su discusión con el revisionista Eduard Bernstein y su texto Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia (1899), Rosa Luxemburgo no duda en identificar de entrada su posición: “La lucha cotidiana por las reformas, por el mejoramiento de la situación de los obreros en el marco del orden social imperante y por instituciones democráticas ofrece a la socialdemocracia el único medio de participar en la lucha de la clase obrera y de empeñarse en el sentido de su objetivo final: la conquista del poder político y la supresión del trabajo asalariado. Entre la reforma social y la revolución existe, para la socialdemocracia, un vínculo indisoluble. La lucha por reformas es el medio; la revolución social, el fin”.
Según los revisionistas, el método de la reforma reemplaza el objetivo de la revolución social, cristalizado con la famosa frase de Bernstein: “Para mí, el fin, sea cual sea, no es nada; el movimiento lo es todo”. En esa idea, el derrumbe del capitalismo será cada vez más imposible, porque el sistema va mostrando grados de adaptación. Desde esa visión, el papel de los sectores de avanzada no es la toma del poder político, sino ampliar progresivamente el control social e implantar el “socialismo”.
Rosa contesta: “O el revisionismo tiene razón en cuanto al curso del desarrollo capitalista, siendo, por tanto, una utopía la transformación socialista de la sociedad, o el socialismo no es tal utopía, quedando entonces malparada la teoría de los ‘medios de adaptación’. That is the question. Ese es el problema”. En las páginas siguientes del texto, la teórica alemana argumenta de manera demoledora.
Como la intención no es profundizar sobre el debate centenario entre Luxemburgo y Bernstein, la invitación es volver a los clásicos y ampliar la discusión en los espacios de debate.
Intelectual colectivo
Retomando con los problemas candentes del momento, el PCC en su documento ¿Qué es y por qué lucha el Partido Comunista Colombiano?, es claro en sentar posición sobre el debate reforma o revolución:
“Lo que caracteriza una reforma es que deja el poder en manos de los mismos sectores dominantes, aun cuando crea mejores condiciones para el desarrollo de la lucha. Los comunistas apoyan las luchas por las reformas y procuran que estas sean lo más avanzadas posibles”, dice el documento. Además, sirven de escuela de lucha por el poder, elevan el grado de consciencia y organización de la población. Sin embargo, son limitadas y abren paso a la necesidad de cambios profundos.
Por su parte, “lo que caracteriza una revolución social es el desplazamiento de las clases dominantes del poder y su reemplazo por las clases populares, las clases trabajadoras, para reorganizar la sociedad y la economía en función plena de sus necesidades”.
Como el PCC no es un club de discusión, sino un Partido para la acción revolucionaria, identifica que su papel como intelectual colectivo es impulsar y acompañar las luchas para las transformaciones: “Son las masas las que hacen la historia, y en ese proceso ellas generan sus propios liderazgos de acuerdo a las exigencias del momento histórico”.
Las banderas de la esperanza
La cuestión se complejiza cuando una fuerza revolucionaria está liderando las reformas sociales al interior de un Gobierno progresista, tal y como ocurre con el PCC y la poderosa gestión de la ministra de Trabajo Gloria Inés Ramírez. No será fácil lograr un buen puerto para los proyectos, así como no serán automáticos los cambios para beneficiar a las mayorías sociales.
Todo esto en un contexto mundial de estupor colectivo, según la caracterización del intelectual y exvicepresidente boliviano Álvaro García Linera. Por un lado, el neoliberalismo no propone un plan a largo plazo, en cambio, regresa con violencia en busca de las huellas del pasado. Mientras, por otro lado, las fuerzas de avanzada no remontan con política las dificultades que emergieron de la pandemia y la crisis económica-ambiental.
Por eso, dice García Linera, “tenemos una obligación o responsabilidad histórica: recuperar para nuestro lado las banderas de la esperanza, porque la política es, en esencia, la conducción de las esperanzas colectivas y el Estado, como síntesis jerarquizada de la sociedad, es el monopolio de estas esperanzas”.
Estamos en el Gobierno porque queremos transformaciones profundas. Pero también disputamos el barrio, la calle, la fábrica, la Universidad, la plaza, la marcha y la asamblea, ya que la acción revolucionaria es nuestro territorio político de siempre.
“Nuestro deber es luchar sin desmayo, mantener firme la ruta marcada por el marxismo”, dijo acertadamente Luxemburgo hace más de 100 años. Por nuestro lado, “erre erre, que por ese camino vamos”.