El 6 de agosto pasado, en el aniversario de la capital, la Cinemateca de Bogotá propuso, en su programación especial, una selección de cortos documentales inmersos entre largometrajes que se han impuesto como verdaderas obras de culto, por su audacia y libertad visual, que el público devora con una fidelidad a toda prueba
Sergio Becerra
Pepos (1984), de Jorge Aldana, o cómo el consumo de sustancias estableció las relaciones entre espacio público, urbe y juventud, La mujer del piso alto (1997), de Ricardo Coral, o la cadena alimenticia de la fauna nocturna, en la esquina, en la acera, y Cartucho (2017), de Andrés Chaves, implacable crónica de la deshumanización, basada en material de archivo, son, entre otras, las producciones que se podrán ver y disfrutar.
Si bien estas producciones trabajan el territorio y sus infinitas formas de apropiación, defendidas a sangre y fuego, la lucha por la supervivencia pasa por la experiencia del personaje individual. En dirección contraria a esquivar la muerte, prevalece en la selección de cortos la centralidad de lo colectivo; el barrio, expresión comunitaria, se moviliza en la lucha diaria por la vida. El cuerpo biológico, abandonado a su suerte, se opone aquí al cuerpo social, constructor de tejido.
Cine, poesía y lucha
Esta realidad es igual de latente como en “¿Qué es para usted la poesía?” (1980), de la exiliada chilena Cecilia Vicuña. La frescura con la que los entrevistados responden a la pregunta propuesta, ya sea que jueguen banquitas, trabajen en un taller, bailen en un bar, o deambulen por un parque, adquiere otra dimensión cuando la artista pasa del micrófono callejero a la entrevista en el hogar.
Para don Amadeo, de la generación fundadora del barrio Policarpa Salavarrieta, hacer casas para el pueblo, ejerciendo un derecho fundamental, visto por el Estado como invasión de la propiedad privada, es un acto poético. Este permite a su vez planificar el espacio público, en el que los niños también responden, con el mural del Maestro Calarcá ─habitante del barrio─ como telón de fondo, plasmando la memoria popular.
Clara Riascos, del Colectivo Cine Mujer, ahonda en esta vía con La mirada de Myriam (1986), rodado en el barrio Luis Alberto Vega, construido igualmente por la Central Nacional ProVivienda, Cenaprov, cuyo nombre rememora al líder asesinado por la policía el 8 de abril de 1966, cuando una nueva ola de migrantes campesinos, huyendo de la represión militar en Chaparral, llega al “Policarpa”, recibida a plomo y gas lacrimógeno, en la que caen Vega y dos menores de edad. Acontecimientos registrados para la historia por Diego León Giraldo en Viernes Santo sangriento (1966).
La casa de tela
Myriam, migrada de Boyacá con su mamá y sus hermanos, pasó su infancia de inquilinato en inquilinato, en cuyas habitaciones permanecían encerrados mientras la madre trabajaba en la costura. Progenitora a su vez, decide romper con la cadena de maltrato de su infancia y la de su matrimonio, y en compañía de sus hijos, se decide a “invadir”. Con paciencia, y de la mano de la comunidad, edifica su casa que, con el tiempo, pasa de la tela asfáltica a la madera y de esta a la piedra y el cemento.
El logro familiar marca a su vez la construcción del acueducto comunitario, y la del jardín infantil, en el que Myriam trabaja, marcando una mejora innegable en la calidad de vida de todos. La celebración del día de la madre coincide con la campaña al Concejo y a la Alcaldía, y el acto cultural se funde con la agitación política de la Unión Patriótica, en la cancha barrial.
Partido, masas y Cenaprov
Estas dos obras ponen de manifiesto la relación entre Partido, comunidad y territorio, trabajo y presencia política que se consolidaron en los barrios populares de Bogotá y de todo el país, de la mano de Cenaprov como frente de masas de nuestro Partido. Esta relación orgánica también es registrada en Central Nacional Provivienda (1978), de Umberto Coral, que documenta su fundación, sus equipos de trabajo, su metodología en acción y claro, la columna del movimiento de defensa de la vivienda que, con Mario Upegui y Teófilo Forero a la cabeza, se integra a la marcha del primero de mayo, por la carrera décima rumbo a la Plaza de Bolívar.
En tiempos de gentrificación y desmemoria, de copamiento de los barrios populares, rodeados por proyectos inmobiliarios que los asedian, cuestionando su existencia misma, es importante recordar que somos un acumulado urbano de expulsados del campo por la violencia y el acaparamiento de la tierra, pasando, en un siglo, de 1917 a 2017, de 70 mil a siete millones de habitantes, multiplicando su tamaño por cien. Al mismo tiempo, México-Tenochtitlán, la urbe más grande de la historia de la humanidad, se multiplicó por 22, en cinco siglos.
Somos memoria popular
De ese tamaño es nuestro conflicto armado, que las matrices mediáticas del uribismo se empeñaron en negar, minimizar y normalizar. A esta ciudad llegaron, huyendo de la desposesión y la muerte, familias como la de Juliana Samboní al barrio Luis Alberto Vega, buscando como otrora Myriam y su familia, una vida mejor. Pero el enemigo de clase no perdona, y el hijo de una “gente de bien” secuestró, violó y asesinó a esta pequeña niña, en uno de los edificios que rodean dicho barrio, forzando el cambio del uso del suelo por la especulación.
Ningún derecho es dado al pueblo, se conquistan por la lucha. La mirada de Myriam nos obliga a mirar nuestro propio trabajo, cuya memoria quedó plasmada en obras fílmicas a pesar de ellas mismas. Somos parte de la memoria popular. No lo olvidemos.