domingo, diciembre 1, 2024
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Nicolás Guillén, periodista

En su rol de periodista, el cubano instruía, divertía, deleitaba. Cuando había que ser trascendental, lo era. Cuando había que ser lúdico, también

José Luis Díaz-Granados

Con ocasión de cumplirse 121 años del nacimiento del Poeta Nacional de Cuba Nicolás Guillén, se tocarán los diversos aspectos de la personalidad literaria del gran camagüeyano, especialmente en lo que se refiere a su poesía, tan rica en temáticas, en ritmos y en cadencias, virtudes que sólo son posibles en creadores de tan proteica inquietud mental.

Y en verdad, hemos visto que son muchas las voces autorizadas en la estilística, en la investigación y en la crítica literaria que se han dado a la tarea de exaltar los múltiples empaques de la poesía guilleniana. Sería, pues, ingenuo de mi parte, intentar en una crónica abarcar tan complejo sistema, por lo cual me limito a destacar un aspecto, quizás un poco desconocido de la trayectoria vital del maestro Guillén: el periodismo.

No recuerdo si fue André Gide o André Malraux, quien habló de la actividad periodística del escritor como una especie de “literatura alimenticia”, es decir, como un oficio paralelo al de escribir -escritura también-, que servía como disciplina al autor, como calentamiento de la mano, al decir de García Márquez, y que a la vez le daba el sustento para vivir su cotidianidad civil. El caso es que son muchos los poetas y narradores que se han dedicado con pasión absoluta a lo que Albert Camus denominaba “el más bello y noble de los oficios”.

Temas literarios

Guillén no era ajeno a ello. Ejerció durante casi toda su vida el periodismo, pero no como un cronista común y corriente, sino como una prolongación de su maravilloso estro poético. Si no me equivoco, a finales de la década del cuarenta colaboró en un periódico cubano escribiendo una décima diaria a manera de columna, como también lo hizo Pablo Neruda durante su exilio entre 1949 y 1952, publicando una oda semanal en El Nacional de Caracas, que dirigía Miguel Otero Silva.

En algunas de sus crónicas más sobresalientes, Guillén, en ese estilo ágil y ameno con el que deleitaba a sus innumerables lectores, tocaba temas diversos, pero con preferencia los literarios, como los de la poesía y, por ejemplo, la faz desconocida de Antonio Machado y Balzac en La Habana, aunque también escribía sobre hechos aparentemente intrascendentes como los perros de la ciudad e historias de la literatura, muchas de ellas reunidas en sus célebres “Ocios dominicales”.

También, Guillén actualizaba a sus lectores acerca de las heridas que mataron a Martí, en las que cada detalle revelador, al leerlos ahora, nos sumerge en profundo dolor e inmenso respeto.

Las formas eternas de la poesía

En otros artículos, Guillén se da el lujo de sintetizar en un par de páginas -y casi como una canción, como un juego de niños- las formas eternas de la poesía: de cómo se inventó la décima, de dónde viene el soneto, qué es lo que llaman en literatura el presente histórico, etc.

Y bueno, la crónica en verso, que jamás faltó en la pluma guilleniana:

“A Camagüey suelo ir / por revivir / mis claros días de infancia. / Aspiro allá en su fragancia / rosas que no volverán. / ¡Oh nubes en la distancia / del porvenir, / que es ya morir, / mientras que naciendo están / los que mi sitio tendrán! / (…) Bajo gran cielo sombrío de mi dolor, / sollozo por muertos que durmiendo están, / y en olas de olvido van…».

Guillén, periodista instruía, divertía, deleitaba. Cuando había que ser trascendental, lo era. Cuando había que ser lúdico, también. De pronto nos sorprende comentando los misterios del Más Allá, a propósito de una extraña y desconocida novela de Alejandro Dumas, padre, el famoso autor de El conde de Montecristo y Los tres mosqueteros. Con fina ironía se sumerge en el tema capsular y extraterrestre del libro y anota: “No (se trata) del Más allá que conciben los espiritistas, sino un más allá concreto, tangible, casi dan ganas de decir inmediato, que se diferencia del otro del que se podrá regresar intacto, cosa que no ha ocurrido hasta ahora en el mundo de los espíritus”.

Enfermedades de los grandes hombres

En otro artículo se refiere a las enfermedades que sufrieron los más célebres personajes de la historia, y nos revela de que al “Rey Sol” Luis XIV le sangraban las viruelas, por falta de vacuna, y que sufría de terribles dolores de estómago, forúnculos, diarreas, flatulencias y lombrices, todo ello debido a que se comía en un día un faisán entero, un pedazo de cordero cocido con salsa de ajo, enormes trozos de jamón y muchos pasteles y caramelos.

Luego nos remite a los catarros crónicos de Oliverio Cromwell, el alcoholismo y los espasmos urémicos de Carlos II y las pesadillas estomacales de Napoleón Bonaparte.

También en el terreno histórico, Nicolás Guillén hace gala de la mejor erudición y la más rica prosa. A pedido de la revista Les Temps Moderns (Los Tiempos Modernos), fundada y dirigida por el célebre filósofo francés Jean-Paul Sartre, el poeta cubano escribió un artículo en enero de 1959, en el que realiza una verdadera proeza de condensación al analizar sabiamente los caminos que condujeron al triunfo de la Revolución comandada por Fidel Castro, detallando una por una, las grandes fallas y las ascendentes heridas que se efectuaron desde la entronización de la seudorrepública el 20 de mayo de 1902.

El destino de los sátrapas

Allí, Guillén abordó lo que vendría luego de la emancipación de los países americanos del yugo español en 1810 al expresar que nadie ya podrá impedir la liberación de estos pueblos de Bolívar, Martí, San Martín y O’Higgins.

“Nadie podrá impedirlo -escribe- y menos quienes son causa de ella, allá en el Norte donde toda miseria tiene asiento, donde ser pobre es una deshonra y ser rico una burla de la justicia y ser negro un crimen y los criminales que no son negros, azotan y linchan a los negros no más que porque lo son”. Y agrega: “Los tiranos, los sátrapas, los dictadores no saben que a medida que dan vueltas al dogal, a medida que más aprietan, menos posibilidades tendrán de salvarse”. Y como muestra de ello, cita los casos de Luis XVI, el zar Nicolás II y el siniestro Fulgencio Batista.

Pero cuando conoce a Salvador Allende, prefiere hacerle la crónica en verso y a manera de brindis en La Bodeguita del Medio le dice:

“Tú, que nunca desdeñas un mojito, / acepta el puro brindis que hoy te hacemos, / alta la copa y aún más el grito: / Salvador ¡Patria o muerte, venceremos!”.

Y en otra cuarteta memorable se anticipó por lo menos 30 años a los pretensiosos emperadores del mundo en el siglo XXI: “Frente al fascismo que bate / otra vez sus negras alas, / tanques tenemos y balas, / si lo que quiere es combate. / El yanqui con torpe mano / estrangularnos pretende, / mas por lo visto no entiende / que Cuba es ya del cubano…”.

¡Qué grande, Nicolás Guillén, en las letras del mundo y en cualquiera de sus géneros!

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