viernes, marzo 29, 2024
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Mujeres y docencia

El rol que cumple la mujer como maestra debe ser reivindicado. La profesionalización del oficio puede ayudar a superar la concepción de la profesora como una segunda madre

Anna María Margoliner

El ser humano nace vulnerable a diferencia de otras especies del mundo animal. Es hasta cierta edad que se vale por sí mismo, gracias a un proceso de enseñanza que se produce en el seno de donde la nueva vida crece y aprende lo necesario para sobrevivir y fortalecerse físicamente. Es allí donde aprende a hablar una lengua, a caminar y a reconocer los alimentos entre otras cosas.

Este aprendizaje cultural se ha consolidado dentro de la lógica de la familia mononuclear, que conforme a los lineamientos de la estructura patriarcal asigna roles específicos: el padre trabaja para conseguir el sostenimiento de la familia, la madre se queda en casa y cría a los hijos y estos últimos aprenden los roles designados para ellos de acuerdo a su género. La maternidad que ejerce la mujer dentro de los roles familiares tradicionales está directamente ligada a los primeros aprendizajes de las personas.

Ahora, pensemos en el ejercicio de la docencia. Después de haber obtenido los conocimientos básicos para su desarrollo en sociedad, los niños van al colegio y encuentran otro tipo de aprendizaje. Allí les enseñan a leer, a escribir, a sumar, restar, dibujar, etc. En Latinoamérica es común que quienes ejercen la docencia en los primeros años de formación sean mujeres.

Para el caso de Colombia, es común que en la primaria sea una mujer quien asuma la enseñanza de los primeros conocimientos académicos. Surgen los primeros interrogantes: ¿Por qué casi no vemos a los hombres escogiendo ser maestros de primaria? ¿Acaso esto es un reflejo del rol de la maternidad impuesta únicamente a las mujeres desde la tradición familiar, en que ellas son las principales encargadas de la enseñanza?

Cartas a quien pretende enseñar

Paulo Freire propone una reflexión al respecto en sus Cartas a quien pretende enseñar. Allí propone “maestra sí, tía no” sobre la utilización de la palabra tía para referirse a las maestras y cómo esto se convierte en una trampa para la función que ellas realizan. Evidentemente es posible que aquellas mujeres que se dedican a enseñar tengan sobrinos, pero no todas las tías son maestras, entonces, ¿por qué se pueden volver difusas las líneas entre la labor de la tía y la de la maestra?

Al salir del terreno de lo académico y generar un vínculo afectivo con los estudiantes, la maestra pierde su posición profesional creando una atmósfera en la cual puede llegar a ser imposible para ellas manifestar lo que piensan o sienten, siendo incluso vulnerados sus derechos. A la vez, los estudiantes no tendrían una voz más allá que la de sí mismos para reclamar por lo justo.

Segunda madre

Desmitificar a la maestra como “segunda madre”, separando los afectos y la emocionalidad que se imprime al oficio de la enseñanza, permite entender su labor como profesional más allá de mujer que materna en otro espacio.

Hay que dignificar su formación académica, necesaria para ejercer tal función. Eso permitiría igualmente comprender a la maestra y su función como un ente político de suma importancia para la formación de sus estudiantes, en tanto su opinión trasciende los afectos y emociones únicamente, hacia la esfera de lo que podría llamarse académico.

Este sería en sí mismo un acto político si es promovido desde ellas mismas como mujeres que se empoderan de su oficio y profesión, reconociendo la labor y formación académica que no debería ser considerada inferior “porque es apenas maestra de primaria”.

¿Acaso la visión de la mujer que materna desde la docencia se prolonga culturalmente más allá de las mujeres que enseñan en la primaria? Las esferas de la academia suelen ser dominadas por los grandes investigadores. Es posible que los roles se sigan extendiendo e incluso se considere que el conocimiento académico generado por las mujeres sea inferior por el simple hecho de ser mujeres que se atreven a ocupar los espacios que históricamente han sido de los hombres.

La labor de la mujer maestra no es maternar, aunque se mezclen afectos y emociones. Así como el ejercicio de la docencia, en el caso de las mujeres no es la profesionalización de ser madre.

Reivindicaciones políticas

A quien corresponde dignificar el ejercicio de la docencia en primer lugar es a la mujer que lo ejerce, lo cual es posible a través de una reivindicación política de sus labores. El estudiantado también tiene la posibilidad de romper con los estereotipos que observan desde muy pequeños en cuanto a los hombres y las mujeres quienes se desempeñan como sus profesores, desde el respeto a la labor de cada uno.

Tampoco se puede olvidar que relacionadas directamente con la labor del maestro y la maestra y el rol que cumplen en la sociedad, están las claves para la transformación de esta. La formación que permita a cada uno producir pensamiento crítico y la capacidad de cuestionarse el mundo que les rodea, es innegociable a la hora de proyectar una sociedad que pretenda tener cambios estructurales.

La relación entre la persona que enseña y la que aprende se nutre constantemente gracias a la interacción y el flujo de conocimiento. Es por eso que, en la primera carta de su libro, Freire discute acerca de la relación estrecha que guarda el ejercicio de la enseñanza y del aprendizaje, la dicotomía entre enseñar-aprender, que deriva en los propios maestros.

Más allá de visualizar al maestro como un ser que todo lo sabe, debe entenderse que en su papel de guía del conocimiento se encuentra en un propio proceso de aprender a enseñar, por lo cual el autor hace referencia a cómo se debe estar abierto a repensar lo aprendido, a las dudas e incertidumbres que puedan tener los estudiantes para poder incentivar en estos la curiosidad y la autonomía necesarias para el ejercicio del aprendizaje.

Más allá de un área

Freire también menciona la importancia del saber utilizar los instrumentos que se pueden tener a mano para el desarrollo del estudio, puesto que el aprendizaje va más allá de centrarse en una sola área. En conclusión, el maestro debe ser consciente de lo que sabe, puesto que no puede enseñar lo que no sabe. Al reconocer sus límites, puede establecer herramientas que permitan el aprendizaje tanto propio como de los estudiantes.

¿Qué les queda, entonces, a las maestras? Si bien existen arraigos culturales que las encasillan en un rol maternal, es hora de tomar las riendas de su profesionalización y no son pocos los casos que hay en Colombia de mujeres maestras que lideran investigaciones académicas o que se destacan en el ámbito de lo profesional como deberían ser reconocidas siempre, aunque con ello no se deje de lado la importancia del afecto que tienen para con sus estudiantes, siendo este muchas veces crucial para el crecimiento de la juventud que encuentra refugio en ellas.

No queda más que agradecer a todas las maestras, Mieles y Tronchatoros, que día a día dan su vida para cambiar al país desde las aulas, aquellas que inspiran a las niñas a ir más allá de donde les dicen que es posible. Ven un ejemplo a seguir que les inspira a soñar, no solo transforman la dinámica del conocimiento desde lo académico sino desde todos los ámbitos en que se desarrollan porque no se puede olvidar que antes que maestras son personas que tienen sentimientos, ambiciones y luchas que dan por dentro y fuera de la clase.

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