En Norte de Santander el trabajo para la participación política de las mujeres es difícil, no por la capacidad de organizarse, construir y proponer, sino por la relación entre quienes gobiernan y quienes representan a las bases organizadas
Eliana Zafra
Históricamente el departamento de Norte de Santander se ha conocido como un territorio hostil y discriminador contra las mujeres rurales. El desconocimiento de la múltiple carga de trabajo que desarrollan en sus hogares y la romantización del trabajo del cuidado, han conllevado a que se siga trazando la conducción de un territorio fronterizo, sus apuestas de paz y las posibilidades de cambio en las manos de los hombres.
En un departamento en que aún en sus grandes ciudades se escucha la popular frase sobre la inclusión de las mujeres en la política, “cumplir con la cuota de género” como una obligación que tienen los partidos políticos, imposibilita cualquier avance en materia de participación.
Mujeres campesinas
Esto se evidenció el primero de marzo del 2024 en el marco de una posible crisis de paro de los campesinos cocaleros, ya que el papel de la mujer fue relegado de estos procesos de discusión, debate y análisis. Indiscutiblemente se trata de una problemática que primero afecta no a los que poseen la tierra y la usufructúan con el cultivo de la coca, sino a las mujeres que protegen el ámbito familiar y comunitario, así como las primeras en identificar las hambrunas.
A propósito de esto último, la solución al problema del hambre se reduce a un histórico asistencialismo que enfrenta la situación con donaciones de mercado adquiridos en grandes plataformas de distribución de alimentos.
El Estado con sus trámites para la tenencia formal de la tierra, reconocía como único propietario al hombre, identificando millares de inconvenientes para que las mujeres que habitan, trabajan y viven de estos predios, puedan obtener sus títulos y garantizar el sostenimiento de sus familias.
En la crisis de pandemia e inicios de la crisis social de esta subregión, han sido las mujeres las que buscan soluciones internas en sus veredas y corregimientos para sembrar y cosechar la comida de manera comunitaria, un ejercicio que no solo alimenta, sino que ha salvado vidas en la guerra y las violencias basadas en género contra las hijas e hijos de estas mujeres.
Todo ello ha mantenido el anonimato de la movilización de las mujeres en el marco del poder de los hombres que gobiernan y deciden desde el ámbito de la institucionalidad colombiana, así como de los hombres que provienen de las bases organizativas y del poder popular, imperando un machismo para invisibilizar la capacidad y posición política de las mujeres rurales, en sus territorios y en el ejercicio de la movilización.
Para el caso de las mujeres de la frontera su lucha es más compleja, puesto que han tenido que enfrentar todos los días escenarios de violencia y acciones con daño que no permiten mostrar la gran labor humanitaria, y el rol fundamental que jugaron en momentos de crisis.
Las mujeres en la frontera
Las organizaciones del corregimiento La Parada, Norte de Santander, compuestas por mujeres colombianas y venezolanas se dieron la tarea de hacer el mayor y mejor proceso insurgente, invisibilizado en la frontera colombo venezolana.
La propuesta es organizarse, revelarse y construir rutas que permitan mostrar la violencia que las mujeres y los jóvenes estaban viviendo al momento de cruzar la frontera, además de rescatar mujeres de las trochas víctimas de violencia sexual, diseñar rutas seguras, creadas por ellas para rescatarlas, curarlas y tratar de garantizar acciones para la denuncia.
Esto condujo a enfrentar en colectivo a los gobiernos e instituciones sordas y necias de ambos países, ante la crisis política entre Caracas y Bogotá que comenzó en 2016. Una de las cosas más importantes fue que estas colectivas asumieron la carga de sostener, a través del paso fronterizo, la hermandad del pueblo colombo-venezolano.
Lo anterior facilitó en el territorio la política impulsada por el presidente Gustavo Petro de restablecer relaciones entre los dos países hermanos, lo que significó abrir los puentes y restaurar confianzas. Es decir, el espacio de mujeres de La Parada abonó de manera consecuente está deuda con los pueblos fronterizos.
Las apuestas de las mujeres rurales
La falta de reconocimiento minimiza la potencia de la fuerza de trabajo que vienen desarrollando las mujeres rurales en las regiones nortesantandereanas. Se destacan cuatro aspectos. El primero es que ellas en ese ejercicio de cuidado han impulsado la resistencia y permanencia en el territorio.
Lo segundo, es la consolidación de otras opciones de vida, a través del trabajo colectivo y comunitario, priorizando el uso de la tierra para la seguridad y la soberanía alimentaria de las comunidades en las que viven.
Finalmente, es el ejercicio de construir paz a través de la memoria, la recuperación de saberes y la cultura, permitiendo observar que el trabajo del cuidado de la mujer campesina y étnica lo concibe desde su relación con la tierra, su territorio y sus comunidades.
Para el caso del Catatumbo y los municipios de frontera, en las últimas décadas estás regiones se han destacado por defender su pluriculturalidad y mantener un fuerte tejido organizativo, permanecen en la dinámica de movilización social.
En los momentos que el país ha intentado buscar soluciones definitivas a las guerras internas, las mujeres catatumberas y nortesantandereanas mantienen un papel fundamental en las agendas, que no tiene la pretensión de ser protagónico.
Han sido las mujeres rurales, las que en su defensa y compromiso con la vida, han movilizado sus regiones en favor de denunciar la guerra y la corrupción para promover la alimentación, educación, salud y vivienda digna, pero también, organizarse y proteger la esperanza de paz que.
Para las mujeres de la Perla del Norte, cada vez que se silencia un fusil y se comprometen los actores a llegar a acuerdos, significa creer en la vida para construir un país distinto.