El debate sobre la estrategia ha resurgido en los últimos años y la llamada «vía democrática al socialismo» cobra centralidad como enfoque alternativo tanto a la socialdemocracia como al leninismo, pero no debemos dejar que sus virtudes nos hagan pasar por alto algunas de sus importantes debilidades
Martín Mosquera
La estrategia socialista en Occidente sufre un déficit histórico cuyo origen último es la ausencia de triunfos revolucionarios en los países capitalistas avanzados. Esta ausencia produjo una brecha entre las referencias estratégicas predominantes en la izquierda marxista, provenientes de las revoluciones exitosas en países periféricos, y las formas de la dominación política realmente existente en el capitalismo occidental.
Como observó Perry Anderson: «El Estado representativo que había surgido gradualmente en Europa occidental, Norteamérica y Japón, después de la compleja cadena de revoluciones burguesas cuyos episodios finales databan solamente de finales del siglo XIX, era todavía un objeto político bastante desconocido para los marxistas cuando tuvo lugar la revolución bolchevique».
Legalidad y democracia liberal
El siglo XX vino acompañado de una progresiva «occidentalización» del mundo. En consecuencia, el problema de la estrategia socialista en Occidente, que a inicios del siglo XX se reducía a un puñado de países industrialmente avanzados, se extiende hoy a gran parte de la periferia capitalista.
Es necesario, entonces, formular un enfoque estratégico que se corresponda con un mundo donde mayoritariamente se consolidó un Estado complejo y ramificado en la sociedad civil, en el que la burguesía tiene una fuerza social muy superior a la de los países que vivieron triunfos revolucionarios (Rusia, China, Vietnam, Cuba), en el que prevalece un contexto de legalidad para la lucha política e impera la democracia liberal como mecanismo de metabolización estatal de demandas sociales.
En los últimos años, una ola de amplias movilizaciones sociales y la irrupción de fuerzas de izquierda que disputan electoralmente el gobierno (Grecia, España, América Latina) han conducido a un relanzamiento parcial del debate estratégico.
Estado y revolución en Occidente
La discusión en curso se desarrolla en lo fundamental por medio de una polarización entre una «vía democrática al socialismo» y el tradicional enfoque «insurreccional» que remite a Lenin y Trotski. Dos «modelos» alternativos que parecen oponerse término a término: la vía de acceso al poder (electoral o insurreccional), el tipo de partido necesario (partido de masas o partido de vanguardia), el tipo de polarización política que se prevé (un conflicto que desgarra por dentro al Estado o un combate entre el Estado y un contra-Estado exterior) y el tipo de régimen político posrevolucionario (radicalización de la democracia parlamentaria o democracia soviética).
Pese a cualquier mérito de las reflexiones actuales, la discusión reproduce bastante puntualmente los términos del debate de los años 1970, probablemente la última gran polémica sobre el Estado y la revolución en Occidente. En aquellos años, fueron centrales las discusiones en torno al giro eurocomunista, el descubrimiento del pensamiento de Gramsci más allá de su país natal y el impacto de las experiencias de la Unidad Popular chilena y la revolución portuguesa, ambas alejadas de los cánones clásicos.
En ese contexto surgieron obras significativas, como las de Nicos Poulantzas y Ralph Miliband sobre la teoría marxista del Estado, el eurocomunismo de izquierda representado por figuras como Christine Buci-Glucksmann o Pietro Ingrao, así como los ensayos críticos de Perry Anderson y Ernest Mandel contra el eurocomunismo, el debate alemán de la derivación del Estado o los enfoques neofrankfurtianos de Habermas u Offe.
Hoy no tenemos todavía obras equivalentes. Tal vez la falta de avance respecto a la discusión de los años 1970 sea un síntoma de un impasse que está en «las cosas mismas». Porque, por un lado, efectivamente la dinámica de los procesos actuales de radicalización social y política adquieren los contornos que prevé la hipótesis de la vía democrática: las luchas sociales de amplitud no conducen a la irrupción volcánica de soviets de obreros y soldados, sino que, por lo general, colocan en el horizonte la posibilidad de un gobierno de izquierda en el marco del Estado capitalista.
Lenin y Trotsky ¿Qué vía?
Pero, por otro, estas experiencias se estrellan sucesivamente contra los mismos obstáculos: la capitulación socialdemócrata de las direcciones (Austria, Suecia, Portugal, Francia, Brasil, Grecia) o la incapacidad para responder a la reacción de las clases dominantes (Chile). La acumulación de experiencias fallidas es demasiado voluminosa como para que podamos simplemente ignorarla y esperar tener mejor suerte en la próxima ocasión.
La discusión en curso se desarrolla en lo fundamental por medio de una polarización entre una «vía democrática al socialismo» y el tradicional enfoque «insurreccional» que remite a Lenin y Trotski.
Siendo esta la situación, la polarización que divide las corrientes de opinión convencionales es previsible. Los críticos insurreccionalistas de la «vía democrática» cuestionan la tendencia de las fuerzas electorales de izquierda a capitular ante las clases dominantes, y cuentan con numerosa evidencia a su favor.
Los «socialistas democráticos», por su parte, suelen recordar la constatación de Carmen Siriani de que no solo no hay revoluciones exitosas en países democráticos, sino que en una democracia capitalista la idea de una insurrección armada contra el Gobierno nunca logró más que un apoyo muy minoritario en la clase trabajadora, incluso en momentos de intensa agitación social. No hay vías democráticas exitosas, pero insurrecciones ni siquiera las hay fracasadas.
*Fuente: Revista Jacobín. Para leer el texto completo en Luces y sombras de la «vía democrática» al socialismo – Jacobin Revista (jacobinlat.com)