El pasado domingo 24 de noviembre, a las 8:30 p.m., explotó una celebración que se escuchó con claridad en todo Montevideo, comparable solo con la euforia por un gol de la selección: la propuesta progresista había ganado
Germán Ávila N.
Las elecciones presidenciales en Uruguay tienen tres momentos puntuales: las internas que se llevaron a cabo el 30 de junio pasado, no son obligatorias y sirven para que cada partido defina su fórmula presidencial (presidente y vicepresidente); luego la primera ronda que para ser ganada debe juntar, de los votos, el 50% más uno y, en caso de no lograrlo, el balotaje o segunda vuelta.
Desde mediados de los años 90, el Frente Amplio, FA, fundado en 1971, se convirtió en la expresión política electoral más grande del país, al punto que la derecha gobernante modificó el sistema electoral introduciendo en 1996 la figura del balotaje.
En la primera ronda se eligen presidente, vicepresidente, 30 senadores y 99 representantes a la cámara baja del parlamento que en Uruguay se llama de diputados. Además, el vicepresidente electo presidirá tanto la Cámara de Senadores como la Asamblea General.
Ese día las cifras de las encuestadoras a boca de urna se empezaron a filtrar de forma no oficial cerca de las 8:00 p.m. y todas parecían coincidir en que la diferencia de votos en favor de la fórmula Orsi-Cosse sería la suficiente para que no fuera posible que Delgado y Ripoll remontaran con los votos que faltaban por contar. A las 8:20 p.m. ya era un comentario extendido en la sala de prensa de la sede de campaña del Frente Amplio: “Está todo el pescado vendido, no hay forma de remontar, ganamos”. Solo quedaba esperar. A las 8:30 p.m. explotó todo: “Volvimos”.
Tratamiento suave al gran capital
Yamandú Orsi representa una izquierda que se percibe como menos “radical”, cuya perspectiva ideológica está marcada por buscar grandes acuerdos que involucren incluso a los sectores de la derecha.
El nuevo presidente no es un confrontador del gran capital e incluso gusta tratarlo con cierto cuidado en materia tributaria. Esta fue la perspectiva de los sectores más representativos dentro del FA, que decidieron irse por este camino, interpretando que era la manera de asegurar el triunfo y recuperar la presencia en el interior del país, ya que Orsi es el primer presidente, en 100 años, que no es de Montevideo.
El gobierno saliente estuvo caracterizado por escándalos que difícilmente se habían visto hace décadas. Entre los más graves se destacan la maniobra consular de alto nivel para otorgar un pasaporte de emergencia a un narcotraficante uruguayo preso en Dubái, con el que, finalmente, logró escabullirse; la imputación de un alto dirigente del partido de gobierno por 22 cargos de abuso sexual de menores, así como el entramado encabezado por el jefe de la custodia presidencial, que funcionaba desde el edificio de Gobierno y que reveló toda una serie de conductas delictivas cometidas, haciendo uso de las herramientas del Estado. Estos fueron algunos de los principales hechos que marcaron el período que termina en marzo.
Mientras todo esto ocurría, Lacalle Pou estableció un modelo profundamente neoliberal que desmanteló buena parte del Estado de derecho existente, el cual se basaba en la participación de las fuerzas vivas de la sociedad en las decisiones sobre temas clave, como la educación.
Atender el drama humano de la pobreza
El Estado se retiró de los territorios. La pandemia, que sirvió como la excusa perfecta para sustentar el modelo empobrecedor, arrojó a miles de personas a la miseria y aumentó en un 24% el número de ciudadanos sin techo en un proceso de pauperización acelerado, mientras tanto los parámetros estadísticos se modificaron para que las cifras no se vieran tan alarmantes en el caso de los hurtos menores, pero hay cifras que no se pueden maquillar y el número de homicidios aumentó por la extensión de un incipiente modelo narco que ha venido en aumento (12% desde 2021), mientras la gran prensa, jugosamente beneficiada por el modelo concentrador, dio un tratamiento administrativo a tanto escándalos.
Hoy en Uruguay si bien es importante saber qué tan jugado será el presidente a la hora de tomar decisiones, lo determinante será atender el drama humano de la pobreza dejada tras los cinco años del gobierno de Lacalle, recuperar la presencia del Estado donde más se necesita, ofrecer alternativas a los jóvenes que ven en el modelo narco un “camino legítimo”; eso requiere desmantelar un imaginario que ha tomado ventaja en los últimos años en que el individualismo, mezclado con la necesidad y la ausencia de referentes alternativos para la juventud han sido predominantes.
Retos: justicia social y comunicación
El sector que hoy deja el Gobierno le pasó lo mejor que le podía pasar: van a dejar de estar en el centro de la atención, se van a posicionar donde tienen más experiencia que es en la oposición y podrán afirmar que cualquier hallazgo que los vincule con más hechos de corrupción se trata de una maniobra de persecución política.
Los grandes medios de comunicación ─que han sido beneficiados con millones de dólares producto de la reforma a la Ley de Medios─ podrán retomar su papel editorial, por lo que uno de los grandes retos del gobierno Orsi será justamente en materia de comunicación.
Hoy el campo de batalla está en el terreno de lo ideológico, avanzar en justicia social, disputar el relato, ganar la agenda de los grandes medios y no solamente estimular la creación de pequeños medios o limitarse a aumentar la presencia en las redes sociales.