“Fue un dictador inofensivo y noble, sin patíbulos ni proscripciones, ni atropellos, ni robos”: Vargas Vila
Leonidas Arango
En abril de 1854 el general José María Melo se proclamó Supremo Jefe del Estado de la República de Nueva Granada, abolió la vigencia de la Constitución, cerró el Congreso, detuvo al presidente José María Obando y convocó al pueblo a defender su gobierno. En palabras de su tocayo José María Vargas Vila, “no fue un golpe de Estado, fue un golpe de cuartel, pero atrevido, generoso, brillante”.
El mandatario prohibió los panfletos, las reuniones tumultuarias o las noticias falsas contra el orden establecido. Su dictadura fue vilipendiada durante todo el siglo xx por “demócratas” defensores del artículo 121 de la Constitución de 1886 que facultaba al presidente para declarar el estado de sitio y expedir decretos “para defender los derechos de la Nación o reprimir el alzamiento”.
A la derecha le molesta recordar que a partir de 1949 sufrió Colombia durante más de 30 años el estado de sitio, aplicado a fondo por las dictaduras de Mariano Ospina, Laureano Gómez, Roberto Urdaneta y Gustavo Rojas que gobernaron por decreto, sin Congreso y anegando en sangre los campos.
Antes de 1854 ninguna clase distinta a la burguesía ocupó la dirección del Estado en Colombia y el breve gobierno de Melo tuvo resultados palpables, como el que registra Enrique Santos Molano: “La ciudad capital no había conocido en su historia días más venturosos que los vividos en esos ocho meses de revolución artesanal. Una administración manejada honradamente cambió la mugrosa Bogotá tradicional en un lugar agradable. Las calles se asearon, los caños se limpiaron, los malos olores desaparecieron, los ladrones se acabaron y unos cuantos faroles de reverbero colocados con más eficiencia que exhibición de sabiduría por los laboriosos artesanos alumbraron las principales calles bogotanas”. (Crónica de la luz. Bogotá, 1800-1900). ****
Las formas de lucha
Los despojados del poder –liberales, conservadores, hacendados, clérigos y jefes militares de las provincias– se sintieron guardianes de la Constitución. Olvidando sus diferencias escogieron a Ibagué como capital provisional y planearon la combinación de todas las formas de lucha contra el gobierno popular. En lo militar enviaron ejércitos contra las fuerzas de Melo, acorralado en Bogotá, y lo forzaron a rendirse el 4 de diciembre de 1854 cuando la derrota era imparable. En la última batalla cayeron decenas de artesanos.
Se desató entonces la venganza judicial: los enemigos quisieron juzgar a Melo por insubordinación militar –penada con fusilamiento– pero la querella fracasó y decidieron revivir un remedo de juicio penal: tenía pendiente una acusación por el oscuro asesinato, semanas antes del golpe, del cabo Ramón Quiroz, quien realmente fue herido en una trifulca.
Los jueces rechazaron los testimonios que echaban por tierra la falsedad, negaron la declaración del mismo Quiroz antes de morir y usaron los periódicos y púlpitos para propagar que Melo era el homicida. Una típica fake news. El general fue condenado a ocho años de destierro. Los nuevos mandatarios echaron a mil militares, enviaron a trabajos forzados a Panamá a doscientos artesanos y voluntarios, muchos de los cuales murieron por las condiciones del viaje a pie.
Segundo exilio
Durante dos años fue incierto el paradero de Melo. En octubre de 1855 salió a Costa Rica y se sospecha que participó en la resistencia contra el filibustero norteamericano William Walker en Nicaragua. Apareció años después en El Salvador participando en la vida pública y llegó a Guatemala, pero allí enfrentó la persecución del dictador Rafael Carrera, que lo obligó a pasar a México.
En octubre de 1859 solicitó permiso para unirse al ejército liberal que organizaba el gobernador de Chiapas, Ángel Albino Corzo, para combatir las incursiones de conservadores desde Guatemala. En un gesto de solidaridad latinoamericana, en marzo de 1860 el presidente Benito Juárez (él sí fue el primer presidente indígena en América Latina) aprobó la incorporación de Melo al ejército fronterizo con rango de general.
Melo formó un destacamento de caballería con un centenar de jinetes bisoños. En la madrugada del 1 de junio de 1860 su pequeña fuerza fue sorprendida por pandilleros conservadores en una hacienda a pocos kilómetros de la frontera. Él fue herido y hecho prisionero. Por orden expresa del general conservador Juan Ortega fue fusilado sin juicio alguno. Sus restos mortales fueron sepultados en la Hacienda Juncaná por indios Tojolabales de la región.
Un balance
La vida de José María Melo está llena de algunas, incertidumbres y mitos, por lo que seguirá despertando controversia. Es posible aclarar, por ahora:
Era engreído y amigo de los uniformes vistosos, pero nunca posó de aristócrata. ¿Cuántos generales no pecan de ostentación y arrogancia?
Solo tuvo treinta meses para improvisar durante su gobierno algunas prácticas del socialismo romántico de mediados del siglo xix.
Sí fue un verdadero internacionalista que combatió por la libertad de cinco países en Suramérica, dos en América Central y en México, donde entregó su vida.
En 1940 y 1989 hubo intentos fallidos de exhumar los restos óseos del general Melo para repatriarlos. Poco antes de entregar su mandato, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador anunció que ordenó buscarlos, una decisión que coincide con la voluntad del presidente Gustavo Petro de cumplir este deber de colombiano.