El estrechón de manos entre los presidentes de Cuba y Estados Unidos, en los funerales de Mandela, en diciembre pasado, podría presagiar una nueva etapa de relaciones entre las dos naciones, si Obama interpreta el legado del líder negro sudafricano.
Expectativa entre los medios de comunicación y los círculos políticos internacionales motivó el saludo entre los presidentes de Estados Unidos y Cuba, Barack Obama y Raúl Castro, ocurrido, no de manera tan casual ni fortuita, en el marco de los funerales del líder sudafricano Nelson Mandela.
Fue iniciativa de los organizadores de los funerales que el gobernante cubano ocupara un lugar de privilegio en la tribuna y una silla frente a la cual debería pasar forzosamente el mandatario norteamericano. Raúl Castro emuló en la tribuna al lado de jefes de estado de países desarrollados y fue el encargado de cerrar la ronda de discursos.
El saludo, pues, era inevitable. Sin embargo se dio de manera cordial. Al fin y al cabo, uno de los principios de las relaciones internacionales es el respeto mutuo y la cortesía, y si alguna vez estas premisas mínimas se han roto, no ha sido precisamente por iniciativa de los cubanos.
Entre las señales que envía el hecho, está la de que Estados Unidos ya no tiene las condiciones de imponer protocolos a naciones como Sudáfrica, y era previsible el cruce de palabras entre los dos gobernantes. No fue tampoco un saludo ajeno al ceremonial o las reglas que rigen las formalidades en las relaciones internacionales. Al fin y al cabo, ambos gobiernos son parte del sistema de las Naciones Unidas.
El ex canciller británico, David Owen, comentó al respecto: “Esto abre el camino para que mejoren las relaciones entre ambos, algo que se necesita desde hace mucho tiempo”. No es el único observador internacional que piensa así. El vaticinio podría lograrse, si Obama quisiera mostrar un mínimo de sensatez frente al legado de Nelson Mandela, por el que dijo profesar tanta admiración.