Alemania se ha sumado a las sanciones económicas a Rusia, cerró su espacio aéreo para vuelos desde ese país y el canciller ha ordenado detener la certificación del gasoducto Nord Stream-2
Ricardo Arenales
Durante el relativamente corto tiempo de gobierno del canciller alemán Olaf Scholz, la llamada coalición tricolor, integrada por los socialdemócratas, los Verdes y los Liberales, ha dado un vertiginoso giro hacia una política militarista y guerrerista, empujados por los cantos de sirena de la administración norteamericana y de la OTAN.
El asunto es que la nueva postura del gobierno de coalición, rompe con una tradición de relativa neutralidad, asumida por Alemania tras los resultados de la Segunda Guerra Mundial, en los que la humanidad entera fincó sus esperanzas en que nunca más germinaría en suelo alemán la semilla del militarismo fascista, que en su ánimo expansionista provocó dos conflagraciones mundiales con enormes pérdidas materiales y en vidas humanas.
Ciertamente la administración Scholz se diferencia sustancialmente de la de su antecesora Ángela Merkel, que asumió una posición pragmática frente a los conflictos internacionales, y consolidó el liderazgo de Alemania en el viejo continente. Los nuevos gobernantes en cambio se pliegan cada vez más a la política norteamericana, lo que se expresa con más fuerza a raíz del conflicto en Ucrania.
Cambio de paradigma
Alemania se ha sumado a las sanciones económicas a Rusia, cerró su espacio aéreo para vuelos desde ese país, el canciller alemán ha ordenado detener la certificación del gasoducto Nord Stream-2, en una operación suicida que amenaza con dejar sin combustibles a la población alemana y a sus vecinos.
Pero el hecho que bate récord en esta política proclive a los intereses de Estados Unidos y la OTAN es el anuncio, el pasado 6 de marzo, del canciller Scholz de aumentar en 100.000 millones de euros el presupuesto para gasto militar, en detrimento del gasto social y en favor de la gran industria armamentística. Algunos analistas, incluso de la propia Alemania, calificaron el hecho como un cambio de paradigma de la política germana desde la Segunda Guerra Mundial.
Estratégicamente, indican, retrotrae a Alemania al “espíritu de 1941”, cuando el estado mayor de Hitler aprobó un gigantesco programa de créditos de guerra, para darle sustento a la ambición del Tercer Reich de invadir a Europa y posicionarse en el mundo.
El mayor programa federal de rearme
La actual política exterior alemana, ciertamente no dista mucho de los planes expansionista de gran gendarme del mando hitleriano durante la primera y segunda guerra mundiales. El gobierno germano, en los últimos años, ha participado en aventuras intervencionistas en Las Malvinas, Libia, Afganistán, Bosnia, y ahora se suma al apoyo a la administración de Ucrania y a las sanciones a Rusia, por cuenta de las orientaciones del Pentágono.
El lobby armamentístico está de plácemes con el anuncio de aumento del gasto militar hecho por el canciller alemán, que aprovechó la conmoción causada por los acontecimientos en Ucrania, para justificar tamaña inversión, el mayor programa de rearme federal desde la fundación de las actuales Fuerzas Armadas en 1955.
El anuncio estuvo antecedido por una intensa campaña mediática justificando el rearme. No hubo un día en que no apareciera un artículo de prensa indicando que las tropas alemanas prácticamente ya no tenían armamento sino ‘chatarra’. Que el ejército ya no puede ni moverse, ni volar, ni flotar.
Ahora, con la enorme inyección de dinero, salen a flote los planes para la compra de helicópteros militares, tanques de guerra y nuevos sistemas de radar. La producción de munición para tanques podría multiplicarse hasta por seis, indican los especialistas.
De plácemes la industria militar
Más del 2 por ciento del PIB deberá invertirse en Defensa, que era la exigencia de la OTAN a todos los países miembros. Las rabietas del anterior presidente norteamericano, Donald Trump con la OTAN, eran precisamente porque los miembros de la alianza atlántica no destinaban al menos ese 2 por ciento de su presupuesto para armamentismo y guerra, “en defensa de la democracia”. Mejor, de los bolsillos de la industria militar, cuyas acciones subieron hasta en un 85 por ciento en las últimas semanas.
Tras los resultados de la Segunda Guerra Mundial, Alemania se había fijado un plan de reconversión de la producción de armas a la producción civil. Los sindicatos de trabajadores de las grandes empresas armamentísticas (I. G. Metall), reafirmaron sus posiciones sobre la política de paz, la reducción del gasto en armamento, ningún apoyo a las guerras y reconversión efectiva de la producción de armas. Toda esa política se ha ido al traste con la nueva administración de Scholz.
También el bloque de parlamentarios de izquierda (SPD) hizo una declaración conjunta: “Rechazamos el fondo especial para el rearme propuesto por el canciller Scholz, que asciende a 100.000 millones de euros, y un presupuesto en armamento permanente superior al 2% del producto interior bruto”. La decisión es «un cambio de paradigma sin precedentes» que los firmantes rechazan claramente. El problema del Bundeswehr (fuerzas Armadas) no es la falta de financiación, sus problemas son estructurales. En su lugar, el debate debería versar sobre cómo ayudar a la población de Ucrania lo antes posible.