Análisis de esta figura lingüística relacionada con la derecha y sus mensajes ocultos y tergiversadores
Rubén Darío Arroyo Osorio
La Real Academia Española, RAE, define el eufemismo como una expresión suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante.
Así, un eufemismo es una palabra o expresión menos ofensiva que sustituye a otra de mal gusto que puede afrentar o sugerir algo no placentero o mostrarse peyorativo al oyente. También puede ser la palabra o expresión que sustituye a nombres secretos o sagrados para evitar revelar estos a los no iniciados.
Manipulación
En nuestro contexto nacional ha hecho carrera la noción de enmascarar realidades sociales objetivas-inocultables, porque si las muestran tal como son, enturbiarían la imagen falsa de un país con “ciudadanos felices, contentos o conformes con su calidad de vida”, para no decir con su supervivencia.
Desde la perspectiva crítica de autores como Enrique Gallud, el uso y abuso del eufemismo ha contribuido a una manipulación mediática, especialmente de quienes leen o consumen mensajes, que según sus emisores representan a una mayoría, o a un grupo significativo de personas que piensan “el bien para la nación”, aquellos que no cuestionan, ni están resentidos con el éxito de los demás.
Que mentís tan proverbial el que siguen pregonando quienes han normalizado expresiones tales como “habitantes de calle” o “en condición de calle”, en vez de desplazados, desterrados sin hogares, ni familia, ni Estado que los proteja como mandata la norma constitucional; “ciudadanos menos favorecidos”, por habitantes de los cordones de miseria, analfabetos, desempleados, o subempleados.
La lista sigue: “gente humilde”, “ciudadano de a pie”, en vez de conciudadanos excluidos de la educación, el empleo, la vivienda y a una alimentación suficiente y digna para el ser humano; “migrantes internos”, en vez de desplazados por amenaza de muerte, en el país donde nacen y sobreviven; víctima de la estigmatización y persecución contra quienes denuncian la corrupción política-administrativa de sus regiones; “Trabajadores informales”, por subempleo; “consumidor habitual de sustancias prohibidas”, por drogadicto; “pobreza multidimensional” en vez de miseria. Y así sucesivamente.
Por su nombre
En la política y la guerra, el eufemismo se vuelve rey. A las masacres cometidas por sus aliados, los paramilitares, el expresidente Iván Duque les asignó un nombre suave y confuso: “homicidios múltiples”. O antes, su maestro Álvaro Uribe, a la criminalización de la protesta social y la militarización de los territorios le llamó “Seguridad democrática” y además la volvió política pública.
El mayor de los eufemismos recientes es el de llamar a los paramilitares como “autodefensa gaitanistas”. Semejante despropósito contó con la protesta de la familia del caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitán y de sectores de la academia y de izquierda. Entonces para seguir suavizando y ocultando, les asignaron otro eufemismo, el “Clan del Golfo”. Con este, lo que Uribe y Duque quisieron resaltar subliminalmente, es supremacía y control del Golfo y la región de Urabá
En suma, el eufemismo, oculta realidades objetivas, soporta la manipulación bajo una pretendida pureza del lenguaje. Produce otros daños de los cuales se han ocupado autores especializados, que podríamos seguir escudriñando.
La izquierda y los humanistas debemos cuidarnos del eufemismo. Hay que seguir insistiendo en llamar las cosas por su nombre. El titular de la portada de VOZ de la semana pasada es el claro ejemplo de nombrar los hechos y las cosas por su nombre: “No al periodismo basura”.