martes, marzo 18, 2025
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Entre la misoginia y la teocracia

“La religión islámica ha tomado como rehenes a los iraníes”, Mohammad Rasoulof

Juan Guillermo Ramírez

El cine iraní toma partido por hacer un cine comprometido y alejado de la poesía y el lirismo. Más cercano a Jafar Panahi en forma y fondo que a Asghar Farhadi y sus dramas morales, Rasoulof retrata con más ferocidad que sutileza un régimen ciego y voraz que se aferra a ese fanatismo que todo lo pudre, llevándose por delante derechos y aplicando la represión sin misericordia, convirtiendo esta valiente película en un grito de socorro, un clamor de esperanza.

Para ello, se vale de una puesta en cámara que crea una tensión incómoda, insoportable, en una suerte de cine de guerrilla que disimula, utilizando imágenes reales de las protestas que refuerzan su trama. Una ficción con visos de realidad en la que un drama familiar deviene en thriller de forma consciente y orgánica para decir que la semilla está puesta y que solo falta regarla para que crezca.

Rasoulof en 2011, presentó en Cannes Goodbye, por la que recibió los premios a mejor película y dirección. Ese mismo año fue sentenciado junto con Panahi a seis años de prisión y una prohibición de realizar películas durante 20 años por hacer propaganda contra el régimen. En 2020, obtendría el Oso de Oro de Berlín por There is no evil, premio que recoge su hija por estar encarcelado. Su enfrentamiento al régimen de los ayatolás se recrudecería en 2022 cuando apoyó las manifestaciones que estallaron tras el derrumbe de un edificio donde murieron más de 40 personas.

La historia

Todo esto está en la película. Se cuenta la historia de un juez de instrucción feliz en su puesto de funcionario, feliz en su conformismo, feliz con su familia a salvo de los desmanes del régimen que custodia y defiende. Un día la pistola a la que tiene derecho por su puesto de trabajo desaparece de casa. Justo en ese instante, peligra todo. Peligra la confianza de sus jefes, su carrera, su posición y su familia formada por su mujer y sus dos hijas.

La situación que describe Rasoulof no se limita a Irán. Hay ecos de la Alemania nazi y de la China actual, en la forma en que los ciudadanos medios se someten, mientras que las presiones para informar sobre los vecinos recuerdan las políticas de derecha.

La genialidad de Rasoulof consiste en centrarse en cómo se desarrolla esta dinámica dentro de una familia, lo que la hace personal. Iman duda en acatar una orden que entra en conflicto con sus ideales. En el final de esta alegoría magistral, décadas de compromiso han erosionado lo que él representa, amenazando con enterrarlo a él y al sistema autoritario que representa.

La maestría de la película reside en la forma en que Rasoulof enfrenta progresivamente a los miembros de la familia. Presenta a Iman como una figura de sensibilidad y principios, y a Najmeh como la auténtica conformista de la casa, cuya posición solo comienza a cambiar cuando empieza a reexaminar su lealtad como esposa, madre y ciudadana.

La obra

Las actuaciones de los cuatro protagonistas son impecables, y su naturalidad compensa la tendencia al melodrama. Pero el momento más incisivo se produce cuando Iman intercambia miradas con la joven que está en el coche de al lado: pelo corto, sin hijab, música de baile en la radio y una mirada fría y desafiante que dice que los días del viejo orden están contados.

La semilla de la higuera sagrada de Rasoulof, es una obra mayor. Y lo es por su valentía, su gesto turbio y su frontal brutalidad. Es la película de un hombre libre. Está construida sobre la sospecha, el miedo, la indecencia. El director compone un thriller a puerta cerrada en el que lo que cuenta no es tanto lo que se ve como lo que está.

Es la más acertada aproximación a un terror que todo lo filtra. De manera estratégica y siempre precisa, Rasoulof se las arregla para intercalar imágenes reales en su más rotunda ferocidad de un régimen que no atiende más que a su propio fanatismo. Y es en la construcción pautada de una alegoría que es testimonio fiel, donde la película se agiganta hasta blindarse contra cualquier amago de condescendencia.

Lo filmado por Rasoulof es una crítica abierta a la política draconiana e intolerante que rige en Irán. Y lo hace a través de una familia cuyo padre, ha sido recién nombrado investigador del tribunal revolucionario, para beneplácito de su esposa, aunque es tan secreto que no se lo puede decir a sus hijas adolescentes.

La nominación al Oscar

Ellas participan de una actitud contraria al régimen, son mentiras, dicen cuando ven los noticieros de la tv, y ayudan a una amiga que ha sido herida por la represión policiaca durante manifestaciones estudiantiles.

La trama da un giro cuando el padre pierde su pistola, falta que le podría acarrear tres años de prisión. El asunto pasa de lo general a lo particular. El hombre se pone paranoico y, en un viaje a su casa en provincia, acaba sometiendo a sus familiares a un interrogatorio propio de su metodología profesional.En un final metafórico, Rasoulof confía en que serán las nuevas generaciones quienes acabarán sepultando al viejo régimen.

Se trata de una película filmada clandestinamente, para un relato dramático de suspenso esas limitaciones son agobiantes. Casi toda la película transcurre en la casa de la familia y llega un momento que no hay manera de filmar ese lugar tan burgués y anodino que sea interesante.

Al salir de allí la película recupera un poco el aire: las rutas, las calles, cierto artificial suspenso construido en esos momentos. El problema es que con eso tampoco termina construyendo nada demasiado valioso, sino que acumula una serie de enredos propios de una comedia. La película es valiosa como denuncia de una situación política preocupante y dolorosa, con las mujeres y no solo con ellas. No sería extraño que se lleve el Oscar a mejor película extranjera considerando el contexto.

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