Manuel Antonio Velandia Mora
Son las 4:00 de la mañana, me levanté presuroso, desperté junto al hombre que hasta ese momento sería mi pareja… Estaba algo trasnochado. Las personas más cercanas habían partido hacia sus hogares 2 horas antes; sabían que unas horas después saldría con rumbo a España, que comenzaba el exilio.
La familia tenía claro que a mis 50 años iba a iniciar un doctorado en psicopedagogía y que el futuro se vislumbra incierto. Para que no sufrieran, les había dicho la verdad a medias. Aun cuando era verdad que estudiaría, realmente no conocían que mi exilio tenía que ver más con las amenazas de muerte que se habían extendido a las personas que amo.
Mis pertenencias se apretujaron en dos maletas que deshice e hice varias veces. Empaqué recuerdos, metí algunos de mis libros, doblé la ropa que parecía funcionar para el invierno a pesar de que sabía que allí estaría nevando; enternecido, puse el unicornio que una niña (Johana) me había dado para que me acompañe, acaricié sus alas, alegoría que me recordaba que, gracias a la vida, el amor sabe volar.
No tenía ni idea sobre qué sería mi vida, conocía que en aquel lugar al que me dirigía (San Sebastián, España) se habla una lengua de la cual no tenía ni idea, el euskera. Con la ilusión de que el doctorado que comenzaría era en castellano me quedaba la esperanza de que por lo menos podría comunicarme con algunas personas.
Un desconocido, aquel mismo que me aceptó en el doctorado a pesar de que ya había iniciado unos meses atrás, me ofreció hasta el verano su vivienda. Luego de muchas horas volando y una escala en Miami por 4 horas, que se me antoja interminable, por fin el vuelo parte a Madrid, de allí me desplazo a Doností. eran casi las doce de la noche cuando el bus llegó a San Sebastián, estaba nevando. Tristemente no llevaba mis maletas conmigo, por alguna razón se suponía que llegarían en otro vuelo, y se las averiguaciones necesarias y me dijeron que me las enviarían a mi dirección en España. “Algo” me dije que quizá quisieron revisarlas profundamente antes de entregármelas, porque muy seguramente pensaron que un inmigrante cargando tanto peso podría ser un peligro. A pesar de que me sentía preocupado sentí cierto alivio de no haber tenido que cargarlas, dado que era una tarea bastante difícil.
Me habían dejado las llaves escondidas en un lugar en donde por suerte pude encontrarla rápidamente. Subí los cuatro pisos y me adentré al lugar que sería mi primera residencia en España. No tenía ni idea en donde se encendían las luces, ingresé a la cocina y abrí la nevera, con esa leve luz pude orientarme. Quise tomar agua, pero fue imposible, el fluido estaba inactivo y paseé hasta encontrar la llave. A la 1:00 h de la mañana me di un baño. A las 3:00 h de la mañana llegó el maestro Orcasitas, a pesar del cansancio no había podido dormir ni un minuto. Me dio la bienvenida, hablamos por casi 2 horas, me contó sobre lo que sería el doctorado y los trámites que debía seguir para la matrícula; la pesadumbre pudo conmigo y me fui a dormir.
El jueves 17 de enero de 2007 desperté al mediodía, salí a buscar algo para comer. Me comuniqué con la compañía con la que tenía el seguro de viaje y me autorizaron a comprar algunas prendas y fue así como pude tener mis primeros zapatos para invierno, un gorro y una bufanda, una chaqueta de invierno, ropa interior y objetos para el aseo.
Me comuniqué con Marta, una monja que había estudiado conmigo en la maestría de educación en la Universidad javeriana; ella coincidencialmente estaba realizando el doctorado en el que yo debía matricularme. Me invitó para la cena a su casa, hoy dirige a un hogar de Cáritas para refugiados.
Ayer, 18 años después, precisamente Johana vino a visitarme; por esas cosas de la magia de la vida coincidencialmente me trajo de regalo un unicornio; el que había viajado conmigo para acompañarme durante el exilio vino de regreso en mi maleta, pero alguien decidió llevarse consigo ese pedazo de mi historia. Es maravilloso saber que el amor sigue volando.
Mientras escribo mis ojos se humedecen. Fueron 12 años viviendo como refugiado político; si los paramilitares hubieran sabido que la resiliencia me permitió dedicarme a estudiar, realizar cuatro másteres y dos doctorados, hacerme una vida como artista, integrarme a la cultura en Alicante, que fue mi segunda ciudad para estudiar y vivir, encontrar el amor y ser feliz, tal vez su “modus operandi” no hubiera pasado de las amenazas de muerte y el atentado con granada de fragmentación del que fui víctima.