jueves, marzo 28, 2024
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El novelón de la “Operación Sodoma”

Hay mucha fantasía sobre el operativo que le costó la vida a Jorge Briceño, conocido como el “Mono Jojoy”, quien murió en su ley en bombardeos de la Fuerza Aérea a su campamento en La Macarena

Jorge Briceño (“Mono Jojoy”).
Jorge Briceño (“Mono Jojoy”).

Carlos A. Lozano Guillén

El asalto al campamento de Jorge Briceño Suárez, conocido como el “Mono Jojoy”, miembro del Secretariado de las FARC-EP y comandante del Bloque Oriental, fue entre la noche del 22 y la madrugada del 23 de septiembre de 2010. El jefe guerrillero fue abatido y según se dice, sin certeza, también cayeron 20 combatientes más. La operación fue bautizada por los militares como “Sodoma” el mismo nombre de la célebre y libertina ciudad bíblica.

La “Operación Sodoma”, definida por el ministro de Defensa de la época, Armando Rivera, como quirúrgica, ha sido magnificada por las autoridades colombianas y por la “gran prensa”. No tuvo la larga e inteligente preparación que se asegura transcurrió en Larandia, la base militar con fuerte presencia militar estadounidense en el departamento de Caquetá al sur de Colombia. El presidente Álvaro Uribe Vélez y su ministro de Defensa Juan Manuel Santos, con persistente obsesión, persiguieron al comandante guerrillero y nunca lograron encontrarlo. Cuando más cerca estuvieron rompió el cerco con su tropa a pesar de sus limitaciones de salud por la diabetes que lo agobió en los últimos años.

Aun no se conoce el balance real de la “Operación Sodoma” aunque fue suficiente trofeo la exhibición del cadáver del legendario y casi mítico jefe guerrillero. En un principio decían que habían sido “dados de baja” también el médico Mauricio Jaramillo, años después cabeza de la delegación fariana que logró el “Acuerdo General para ponerle fin al conflicto y lograr la paz estable y duradera” en la fase secreta de los diálogos de La Habana y Tanja, la holandesa internacionalista, quien después también reapareció en La Habana.

No hubo combate

En la “Operación Sodoma” participaron 30 aviones de guerra y 27 helicópteros artillados. No hubo ningún combate, toneladas de bombas cayeron desde el aire en el campamento, ubicado en la región de La Macarena, departamento de Meta. En realidad, Briceño, desde la ruptura de los diálogos del Caguán, se movió entre La Macarena, La Uribe y el Guayabero como pez en el agua, gracias a su agilidad, a su olfato militar y al apoyo de cientos de campesinos que lo apreciaban y respetaban por su recia y amable personalidad. Para el intenso bombardeo no hubo necesidad del Gobierno de tener autorización especial como lo hace ahora, a manera de justificación, para no bombardear los sitios de concentración de las bandas de paramilitares y criminales.

Al comandante guerrillero lo abatieron por un error, porque fue interceptada una comunicación en que se solicitaba el envío de un par de zapatos especiales que necesitaba debido a la diabetes que lo afectaba. El paquete remitido fue interceptado por la inteligencia del Ejército y luego reenviado con un GPS definitivo para su ubicación. Eso fue “Sodoma” sin las tantas arandelas que ahora cuentan los descrestadores.

Sus convicciones

Jorge Briceño (el “Mono Jojoy”) murió con las botas puestas. En medio del bombardeo organizó la evacuación para evitar la muerte de la mayoría de los combatientes. Hasta el último respiro creyó en la posibilidad de la victoria militar sin descartar el diálogo como alternativa de solución política del conflicto. Aprendió de su maestro, el comandante Manuel Marulanda Vélez, que la paz es una bandera de los revolucionarios. Fue consecuente con sus convicciones.

Desde 1995 lo encontré en varias ocasiones. Siempre estaba al lado de Manuel Marulanda, se notaba la influencia que ejercía en él el legendario comandante de las FARC-EP. En 1995 los encontré. El objetivo de la visita era buscar acercamientos de la guerrilla con el gobierno de Ernesto Samper. El comandante Marulanda había hecho pronunciamientos públicos en ese sentido y Alfonso Cano también. Estaban dadas las condiciones para un primer encuentro en La Uribe (Meta) pero las FARC-EP exigían el despeje total del municipio porque los militares habían tendido un cerco alrededor del mismo. El general Harold Bedoya, ambientando el golpe contra Samper, se opuso al despeje de La Uribe.

El “Mono Jojoy” al tiempo que reconocía como inevitable que se incrementara la confrontación armada en estas circunstancias, entendía que el diálogo podía darse, “algo podrá salir de él”, dijo. Sin embargo, la crisis política se precipitó por los “dineros calientes” en la campaña presidencial y se recrudecieron los actos de guerra, lo cual no fue óbice para que se diera la liberación unilateral de más de un centenar de soldados que estaban en poder de las FARC. Fue un acto humanitario y durante las gestiones volvimos a ver al comandante Briceño. Hablaba de la guerra, al igual que de la necesidad de liberar a los soldados a los que trataba con respeto y de dejar abierta la puerta del diálogo, el que debía seguir buscándose.

Querido por su tropa

Era querido por su tropa, lo apreciaban y le celebraban cada apunte. Era un mamador de gallo. Las mujeres cumplían las mismas tareas que los hombres, pero les decía que no perdieran su feminidad y les hacía llevar aretes, collares y otros colgandejos como decía con gracia. Aunque era estricto con la disciplina y el cumplimiento de sus deberes.

Durante los diálogos del Caguán quería que de ellos saliera un acuerdo de paz, pero se mostró escéptico después del Plan Colombia. “Pastrana nos cree pendejos, dice que es un plan contra los narcotraficantes pero es contra nosotros, nos quiere aniquilar o por lo menos presionarnos para la entrega en la mesa”. No cabe la menor duda que el Plan Colombia enterró las posibilidades que los diálogos del Caguán fueran exitosos. Desde entonces hubo desconfianza y primó lo militar sobre lo político. Fueron palabras del jefe guerrillero. “Ellos se preparan para la guerra, nosotros también”.

Salvó la liberación de tres centenares de soldados y policías cuando estaba casi rota la negociación porque Camilo Gómez y Joaquín Gómez no se ponían de acuerdo en las palabras exactas del contenido del documento. “Por unos términos pendejos no puede cerrase la posibilidad”, anotó. Con él habíamos hablado sin mucha dificultad de que los liberados fueran todos y no unos pocos como se pretendía al comienzo. Salieron todos, menos los oficiales y suboficiales, fue un acto humanitario de reconocimiento nacional e internacional. Le dio oxígeno a la mesa del Caguán que no avanzaba en los temas de fondo.

Entonces ya lo amenazaba la diabetes. Le controlaban la alimentación. Pero con engaños a las rancheras comía de todo. “No puedo hacer dietas ni cosas de esas porque si vuelve la guerra me jodo”, decía. Era parte de su personalidad, porque al tiempo abrigaba la esperanza de la paz y en sus campamentos orientaba el cultivo de peces y de alimentos. Era infatigable. Trabajaba con intensidad. Duerme muy poco decían los guerrilleros más cercanos.

La suerte estaba echada

La última vez que lo vi fue en el Caguán en diciembre de 2001, agonizaba el proceso de diálogo con el gobierno de Pastrana. La mesa tenía dos meses de parálisis. Llegué buscando al comandante Manuel Marulanda con un mensaje de James Lemoyne, delegado de la ONU, para que recibiera una delegación de los Países Amigos y otro de monseñor Castro para que se reuniera con representantes de la Iglesia Católica. Jorge Briceño estaba en La Macarena donde lo visitaban campesinos con todo tipo de solicitudes y favores.

Cuando le comenté el objetivo de la visita me dijo: “Vaya que usted si lo convence que hable con esa gente, él no quiere, está verraco”. Y envió a Iván Ríos para que me llevara hasta Losada en un campamento donde se encontraba Marulanda. Me di cuenta que estaban ya en retirada. Se cumplió la advertencia de “Jojoy”, Marulanda aceptó que se hicieran las dos reuniones. Pero la suerte estaba echada. Pastrana muy solo y débil no tenía juego para mantener los diálogos, esperaba el pretexto que le llegó en febrero de 2002.

Volvieron los nubarrones de la guerra. El “Mono Jojoy” nunca se fue del área a pesar de la “seguridad democrática”, como tampoco lo hizo Manuel Marulanda, resistieron los embates de la confrontación. En La Habana, sin la presencia física de Marulanda y Briceño, las FARC están dialogando sin haber sido derrotadas.

El “Mono Jojoy” se topó con la muerte porque miles de toneladas de bombas le cayeron encima. Vivió la guerra y acarició la paz.

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