Nelson Lombana Silva
Con exquisitez desbordante, Gustavo Castro Caycedo desarrolla la tesis de que fue en Zipaquirá (Cundinamarca), casi a mil kilómetros de Aracataca, donde Gabriel García Márquez se hizo escritor y sembró los cimientes para la conquista del laureado trofeo concedido por la Academia Sueca de la lengua en 1982.
En su estructurada investigación titulada Gabo: Cuatro años de soledad, su vida en Zipaquirá, Gustavo Castro Caycedo rememora paso a paso como una filmación impoluta los cuatro años que permaneció allí Gabo, terminando el bachillerato y preparándose para ingresar a la Universidad Nacional a estudiar Derecho, fracaso rotundo, por cuanto su vocación real era la de escribir.
De acuerdo al libro citado, Gabo no solo se forma como escritor en Zipaquirá, sino también como persona. Descubre allí el almíbar del amor y el proyecto de vida que habría de catapultarlo al estrellato de la fama y del reconocimiento mundial. En Vivir para contarla, sus memorias contadas por él mismo, García Márquez consigna: “Todo lo que aprendí se lo debo al bachillerato”[1. Castro Caycedo, Gustavo. Gabo: Cuatro años de soledad, su vida en Zipaquirá. Página 19.]. Y en esta gélida población hizo tercero, cuarto, quinto y sexto bachillerato (1943-1946).
Mediante los testimonios de 83 personas, compañeros, profesores, amigos, novias y conocidos del laureado escritor de Aracataca nacido el 7 de marzo de 1927, y otros documentos históricos, Castro Caycedo intenta sustentar su tesis, con increíble fuerza y diafanidad.
Estudió en el Liceo Nacional de Varones, un verdadero centro literario que acogió abiertamente y sin ninguna prevención al hijo del telegrafista de Aracataca, pueblo embrujado, que aún no ha roto la peste de la miseria y el abandono oficial que les impusieron celosamente la burguesía y el imperialismo norteamericano.
Dice al respecto Gustavo Castro Caycedo: “En el Liceo Nacional de Varones, descollaba la alta calidad y preparación de los profesores, la mayoría de claras ideas de izquierda, quienes aparte de educar y formar a los estudiantes, les prestaban las últimas y más destacadas obras de la literatura, fuere cual fuere su contenido, incluyendo las de Marx, Freud o Vargas Vila”[2. Ibíd. Página 21.].
En el internado, todas las noches, algún profesor leía fragmentos de obras de literatura hasta pasada las nueve de la noche, cuando los jóvenes eran acogidos en el seno del dios Morfeo, para levantarse a las 5:45 de la fría mañana a encontrarse con la regadera que era una tragedia para los costeños, principalmente.
Diríase que Gabo llega a este centro cultural “descompuesto”, sin un proyecto definido, alejado de sus padres, acosado por la pobreza y sin amor a la edad de 16 años. En Zipaquirá es donde se conecta con un mundo distinto, culto, que poco a poco lo va moldeando, hasta hacerlo una persona con ideales y sobre todo con un proyecto de vida definido. Allí descubre su vocación. Allí, se hace persona humana, demasiado humana, como diría Federico Nietzsche.
Zipaquirá se convierte entonces en escenario espléndido para Gabo tener contacto directo con la ciencia, el arte, la cultura. Tiene contacto con la literatura marxista-leninista y forja de alguna manera un espíritu crítico y analítico que posteriormente habría de plasmar mágicamente en sus obras de literatura, en sus reportajes y crónicas universales.
Encontró un conjunto formidable de profesores que no solamente dieron lo mejor de sí en sus respectivas áreas, sino que lograron corregirlo para que abandonara el mundo de la banalidad y recorriera el camino de la vida, del compromiso social y el éxito personal. Descolló el profesor de literatura Carlos Julio Calderón Hermida, quien desde un momento con su ojo clínico le descubrió sus dotes de escritor en prosa. Gabo había llegado a esta población escribiendo poemas, haciendo acrósticos y cantando boleros, porros y vallenatos.
Cuando en 1955 escribió la obra de literatura La Hojarasca, Gabriel García Márquez fue hasta la oficina en Bogotá y le entregó esta producción literaria con la siguiente dedicatoria: “A mi profesor Carlos Julio Calderón Hermida, a quien se le metió en la cabeza esa vaina de que yo escribiera”. Es más: Señala Castro Caycedo en este libro que cinco meses antes de ganarse el premio Nobel de Literatura, Gabo escribió un artículo, ampliamente difundido, en el que reconocía a Carlos Julio Calderón Hermida como el “profesor ideal de literatura”[3. Ibíd. Página 22.].
En un reportaje que le concedió el profesor Calderón Hermida a Germán Santamaría, el cual fue publicado en el diario El Tiempo, confiesa su interés para que Gabo escribiera en prosa. Escribe Santamaría: “Le dijo que no, que lo suyo era la prosa, que tenía dormido en su sensibilidad literaria. Que haciendo versos románticos desperdiciaría su inmenso talento para escribir en prosa”[4. Ibíd. Página 191.].
Refiriéndose a la culta Zipaquirá, Gabriel García Márquez habría de confesarle al hermano de Gustavo, Germán Castro Caycedo, su profundo agradecimiento por la forma como fue recibido y atendido durante largos cuatro años: “Uno de los lugares donde no tuve la impresión de que no sobraba, fue en Zipaquirá”[5. Ibíd. Página 22.].
¿Con quién se codeaba Gabo en Zipaquirá? Con lo más granado de la intelectualidad y personalidades del momento en distintas áreas del conocimiento.
Tuvo la oportunidad, cursando el sexto de bachillerato, de estar en la presidencia de la república y hablar personalmente con el presidente Alberto Lleras Camargo (El Muelón), admiró profundamente al maestro Guillermo Quevedo Zornoza, al extremo que quiso ser como él. ¿Quién era el maestro Quevedo Zornoza? Gustavo Castro Caycedo consigna: “Fue un artista con una capacidad polifacética: Dramaturgo, educador, poeta, músico eminente; reconocido compositor de aires populares y de música religiosa y clásica; escribió música sinfónica y varias zarzuelas; fue historiador, pintor, educador, periodista, político, militar y guerrero”[6. Ibíd. Página 339.].
Gabo era romántico, sensible, melancólico y absorto, al sentirse distante de su patria chica, de su entorno, su estilo y acento costeño, pero poco a poco fue asimilando su nuevo escenario a través de su fino “mamagallismo”. A través de la poesía expresaba romanticismo, melancolía, tristeza y soledad.
Precisamente, en un poema dedicado a Virginia Lora (Minina) en 1945, refleja todas estas manifestaciones del alma. Algunos versos dicen:
“Contéstame, Minina: ¿Qué es el amor?
Dirás que juego, juego es todo, ¡Nada más!
Pero es también crepúsculo y es campo y es sueño.
Este sueño tuyo no se parece a la palabra melancolía
Porque la tristeza es compañera mía.Mientras tú juegas yo estoy triste, así te amo
Con la melancolía de esta esperanza mía!”
Poco recuerda, al parecer, García Márquez los verdaderos momentos cuando “era feliz e indocumentado” en el municipio de Zipaquirá. Él mismo se lo comentó a Germán Castro Caycedo en marzo de 1997 en una entrevista. Dijo: “Los de mi internado en Zipaquirá son años de mi vida que recuerdo poco”[7. Ibíd. Página 192.].
Álvaro Ruiz Torres señala sobre el particular: “Y así, un buen día escribió su primer cuento que leyó durante la clase de literatura, sorprendiéndonos a todos. Y luego llegó al calor de la Gaceta Literaria de nuestro Liceo. Fue en 1944 cuando Gabriel escribió su primer trabajo periodístico, y su primera prosa lírica que tituló: El instante de un río. Ese año fue cuando realmente surgió el joven escritor, que hasta entonces había sido poeta, con la característica clara de escribir con estilo ‘piedracielista’ y de comenzar a firmar como ‘Javier Garcés’”. [8. Ibíd. Página 191.]
Gabo no era perfecto. Las matemáticas para él eran un “coco” que lo tuvieron a punto de no poderse graduar como bachiller en 1946. Su gran profesor de matemáticas, Joaquín Giraldo Santa, natural de Líbano (Tolima), confiesa que tuvo que ayudarlo. Señala: “Él desarrolló en el Liceo su gran talento como escritor y haberlo hecho perder un año por unas materias que no eran las suyas, hubiera sido frustrarlo. Sí, fui condescendiente con él y no me pesa, pues mire a donde llegó”[9. Ibíd. Página 313.].
El Nobel de Literatura de García Márquez es producto de una actividad colectiva. Fueron muchas las personas que colaboraron en la formación de Gabo. Guillermo Granados, líder cívico y sindical en Zipaquirá, comenta: “Sabe que cuando yo entendí el verdadero valor de Gabo, es decir, cuando comenzó a triunfar internacionalmente, yo me decía a mí mismo: una partecita de su éxito, una gota de arena nos la debe a Álvaro Ruiz, a Miguel Lozano, a Eduardo Angulo Flórez y a mí, porque nosotros le ayudamos a ser un mejor estudiante”[10. Ibíd. Página 299.].
A pesar de todas las vicisitudes por las que tuvo que pasar Gabriel García Márquez en el infame mundo del desalmado capitalismo, contó con toda la suerte del mundo. Así lo retrata uno de sus compañeros de estudio en Zipaquirá. Se trata de Miguel Ángel Lozano. Dice: “Gabriel era un tipo muy divertido y ‘echó bueno’, era de suerte, porque en Zipaquirá lo tuvo todo gratis, hasta la peluqueada, médico, odontólogo, pensión, alojamiento y alimentación; y también lo que le financiaba José Palencia; la ‘manca’ González también le ayudaba, y los profesores hasta lo consentían, mejor dicho le alcahueteaban”[11. Ibíd. Página 286.].
Hernando Benavides Nivia, líder sindicalista y cívico, le prestaba libros marxistas. Sostiene: “Admiré a Gabriel García Márquez desde el mismo día cuando lo conocí pues me pareció un muchacho con mucho futuro. Yo, sin que él supiera, lo apadriné, en varias ocasiones”[12. Ibíd. Página 284.].
El libro Gabo: Cuatro años de soledad, su vida en Zipaquirá de Gustavo Castro Caycedo se constituye en una fuente cristalina y supremamente documentada, que permite conocer al que habría de ser a partir de 1982, el escritor colombiano más importante hasta el momento y uno de los grandes a nivel mundial. Su vida juvenil y su metamorfosis producto de su esfuerzo y de la solidaridad de muchas personas importantes que habitaban aquel gélido municipio cundinamarqués que con entusiasmo lo albergó a partir de 1943.
Bien podría decirse que este pueblo en su conjunto contribuyó en grado sumo a encaramarlo en la cumbre de la fama como escritor y periodista. Por algo se dice que uno es producto del medio. Por su parte –dice un dicho popular– “el que a buen árbol se arrima, buena sombra lo protege”. Eso pasó con Gabo.