sábado, julio 27, 2024
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El mito de la Colombia no racista (II)

En la propuesta Colombia potencia mundial de la vida se deben identificar las causas y los efectos del racismo como herencia de La Colonia, para reconocer las luchas y conquistas del pueblo negro en la historia del país

Leandra Becerra

Hasta el momento, hemos abordado la dimensión social del racismo en Colombia, con el objetivo de comprender, a través del caso de las fórmulas vicepresidenciales afro y en especial de la figura representativa de Francia Márquez, cómo se bifurcan el patriarcado y el racismo, también, cómo a través de la perpetuación de símbolos y arquetipos se mantienen y sostienen, entre otros, las jerarquías raciales.

No es posible abordar en dos entregas de manera completa, el entramado tan complejo, de lo que es el racismo como sistema de opresión, tampoco, terminaríamos de escribir las múltiples formas en que este se presenta en un país como Colombia. Por lo tanto, en aras de no ser ambiciosos, terminaremos esta reflexión, apuntando a estos tres elementos:

La legalidad: multiculturalismo ¿inclusión o transformación?

La Constitución Política del 91 marcó un antes y un después en el reconocimiento de la etnicidad, acuñando dos conceptos bien utilizados por la demagogia: lo pluriétnico y lo multicultural.

Ya se ha enunciado hasta el cansancio, que en un país presidencialista como el nuestro, se trata de suplir con la normativa lo que socialmente se encuentra tambaleando y lo que no se implementa por falta de voluntad política.

Para darle desarrollo a lo preceptuado en la carta política, se pone en marcha lo que se ha conocido como legislación étnica, esta tiene como objetivo expedir leyes y sus concordantes, que sirvan como base de exigencia al Estado y en casos muy concretos a los particulares, la garantía de la protección de los derechos fundamentales de las comunidades negras afrocolombianas y palenqueras; esa legislación va desde seis leyes, nueve decretos, algunas resoluciones, otras circulares y hasta el 2014, tres documentos Conpes.

Se creería que por versar de manera muy especial, sobre la necesidad de fabricar oportunidades para los jóvenes afrocolombianos, la de tener enfoques diferenciales para mujeres negras y  víctimas del conflicto armado, la de  integrar  espacios pedagógicos,  y la de enunciar elementos para definirlos como sujetos de especial de protección, así como los procedimientos para implementar la etnoeducación y la cátedra de estudios afrocolombianos, estaríamos hablando de reformas importantes que apelarían a la estructura y que llevarían en algún momento a la transformación, pero no, todo lo contrario.

Hasta ahora, todos estos temas vienen observándose como una forma de pago de lo que algunos llaman “deuda histórica”, siendo entonces, la Ley 70 de 1993, la de mayor repercusión sobre la vida de los pueblos negros, ya que busca garantizar el reconocimiento de la propiedad colectiva sobre la tierra históricamente habitada por los pueblos negros.

En el papel, parece una respuesta adecuada, pero la realidad es que, sin atender el conflicto armado, y sus efectos, tal como el flagelo del desplazamiento, ni garantizando el derecho a la consulta previa, se ha convertido en un canto a la bandera.

También, las conocidas curules afro, constitucionalmente reconocidas como una acción afirmativa que busca garantizar la representación y participación de personas afrodescendientes en el Congreso, se ha convertido en un sofisma de distracción o lo que llamaría un disfraz de la inclusión, pues no es tan clara, que permite que a través de la “asimilación”, personas que no son afrodescendientes, puedan acceder a ellas, relegando la voz de quienes realmente si representan el pueblo negro en Colombia.

Estos son dos ejemplos claros de como el multiculturalismo fracasó, pues no ha funcionado nunca.

No tenemos derecho a vivir sabroso

Volvemos a Francia Márquez, quién ha acercado a la Colombia blanco mestiza, la matriz religiosa y de autoridad del pueblo negro, que nos habla de mayores y mayoras, así como de filosofías de vida que vienen del Muntu del pueblo negro, desde el “soy porque somos”, hasta el “vivir sabroso”. Parece una quimera que permite creer lo que ha cantado ChocQuibTown “…de donde vengo yo, la cosa no es fácil, pero siempre igual sobrevivimos”.

Esa sobrevivencia cada vez se ve amenazada por la contaminación de los ríos grandes como el Atrato y el Naya producto de la gran minería; también la corrupción que desangra los recursos de la salud de departamentos como el Chocó y las dinámicas de colonialismo interno. Es también, la violencia en Quibdó, donde en lo corrido del 2022, al menos 61 personas han sido asesinadas, en su mayoría jóvenes1[1]; en Tumaco y Buenaventura, la realidad no es muy distinta.

Los asesinatos de las y los líderes sociales, buscan quebrar la voz colectiva, esa voz que a pesar de los desplazamientos masivos, que ha obligado a que en 2021, se registrara que más de 40 mil personas de los departamentos del Chocó, Cauca y Nariño salieran de sus hogares2[2] y los confinamientos a los que estos territorios se han visto sometido, con mayor rigor en los últimos años, sigue gritando: el pueblo no se rinde carajo.

Todo esto sucede de manera impune ante una sociedad indolente alimentada por los gobiernos y las matrices de opinión creadas por los medios de comunicación, que claramente no son generadas por la selectividad de la moral, sino que tienen su raíz en la estructura racista, es ahí donde decimos que el racismo es estructural, ya que permite que tanto las causas como los efectos, de lo que ya hemos enunciado, sigan haciendo de esto un empobrecimiento racializado.

Acción antirracista para transformar

Ante el hito político-electoral de lo que hemos llamado la fórmula vicepresidencial afro, tendremos que preguntarnos: ¿representa transformación en términos simbólicos, estéticos, políticos o por el contrario, la reedición de la rancia práctica utilitarista por parte de los grupos políticos a los pueblos negros y los procesos organizativos?

Mientras el tiempo y las acciones nos dan la respuesta, se vuelve menester hacer de la acción antirracista un asunto popular, donde más allá de promover un pacto entre iguales, podamos promover múltiples actos, entre los iguales y los diferentes, donde, entre otras más exigencias:

-Se reconozcan las causas y los efectos del racismo como herencia de la colonia, que permita así el reconocimiento de las luchas y conquistas del pueblo negro en Colombia, que ha devenido en la construcción del país.

– Se eliminen las barreras de acceso y la garantía de los derechos fundamentales, así que se denuncie y reproche la violencia simbólica y física contra el pueblo negro.

– Se desmonte el paramilitarismo y se superen las causas del conflicto social, político y armado existente en nuestro país, pues los efectos de estos han sido especialmente brutales en la vida y existencia de los pueblos negros e indígenas.

Donde ya no hablemos de un mito, sino de una realidad: una Colombia libre de racismo. Tendremos en esa misma vía que destruir el capitalismo y el patriarcado, no uno antes de otro, como si alguno pudiera esperar, sino a la vez, como quienes entienden que si uno se va y el otro sigue, no habremos avanzado mucho, en la emancipación de la humanidad.

Y diremos que la consigna será: para que la humanidad deje de estar contra sí misma.

1[1] Fuente Alcaldía de Quibdó.
2[2] Fuente: Retos Humanitarios 2022, CICR

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