Las obras públicas y proyectos de vivienda en el centro de la ciudad ponen en tensión las dinámicas de hábitat frente a los intereses privados y estatales de construcción e inversión
David Alejandro Velásquez
@dark_athenea
Bogotá viene planteándose desde hace varios años una serie de procesos de obras públicas y de vivienda en el centro de la ciudad que, aunque se presentan como oportunidades de crecimiento económico y urbanístico, esconden serias consecuencias para habitantes vulnerables de este sector.
Frente a este tipo de procesos, análogos en distintos puntos del globo, se han alzado propuestas alternativas de “ciudades rebeldes” que plantean un habitar distinto al de las lógicas del mercado y la heterosexualidad, a quienes parecen estar rendidas las formas en las que se piensan las ciudades en las que vivimos.
El semanario VOZ habló con Sergi, arquitecte de la Universidad Nacional de Colombia, artista, quien se ha dedicado al activismo de disidencias sexuales y de género (entendidas como personas que construyen su vida, cuerpo, género y sexualidad fuera de lo considerado ‘normal’ y ‘normativo’ en el sistema sexo-género, pero también en el marco de otras categorías identitarias como la ‘raza’ o la clase), desde la ‘Colectiva Libertaria Severas Flores’ y la colectiva ‘Maleza’.
Sergi realizó un proyecto en diseño urbano y arquitectónico, enfocado en pensar y construir alternativas de ciudad desde la perspectiva, vivencias y cotidianidad de sus habitantes, usando la cocreación, la arquitectura participativa y el diseño con comunidades.
El Santafe y las disidencias sexuales y de género
Sobre la importancia del barrio Santafe para las disidencias sexuales, Sergi señala: “El proyecto parte de la idea del Santafe como uno de los pocos barrios que existen para la disidencia sexual en el centro de la ciudad y el único espacio de Bogotá que aún conserva características populares. Además, se ha configurado históricamente como un espacio para el ejercicio del trabajo sexual, para la recepción de mujeres trans, desplazadas y migrantes. El barrio Santafe es el enclave en el que sobre todo las mujeres trans han tenido posibilidades de vida”.
Para Sergi, en el Santafe “se ha configurado un tejido político importante, más recientemente las organizaciones sociales han empezado a coger fuerza, sobre todo con la llegada a la Red Comunitaria Trans. El barrio es el último con estas características que queda y está amenazado hoy por los grandes proyectos de infraestructura de la ciudad”.
Los planes de “renovación urbana” y lxs habitantes del barrio
Sobre el Santafe, en la actualidad, se ciernen planes de renovación urbana y obras públicas (Metro de Bogotá, RegioTram, proyectos de vivienda, entre otros) que ponen en tensión la posibilidad de que personas en situación de vulnerabilidad puedan seguir habitando sus calles.
Según Sergi, el Santafe es el último de una serie de barrios de la zona central de la ciudad, como San Bernardo o El Bronx, que “eran barrios habitados por comunidades populares que se habían resistido históricamente a la gentrificación de los centros urbanos latinoamericanos, que están más dados al turismo, al comercio de clase alta, en venderse al mundo como el centro urbano ‘bonito’”.
Sergi señala que “estos barrios no entraban en esa categoría y, por el contrario, se habían configurado espacios donde a raíz del conflicto armado existía una legalidad diferente: La presencia de grupos armados, el expendio de drogas, de armas, etc. Ese ‘paraestado’ configurado en esos barrios permitió que las personas trans puedan ejercer libremente el trabajo sexual”.
El choque surgido entre las dinámicas de barrio y los intereses de construcción e inversión del distrito y de privados exponen a los habitantes a los efectos de la gentrificación y el desplazamiento. Mientras en otras ciudades los procesos de gentrificación tienen que ver con el encarecimiento del suelo y el reciclaje de viejas edificaciones para la creación de vivienda para clases medias y altas, “en Bogotá ocurre el ‘Efecto Bulldozer’, que consiste en arrasar todo el tejido urbano. Todo el suelo es destruido para la especulación”.
“Hay una visión específica del Estado, que dice, ‘aquí va a desaparecer todo y van a aparecer nuevos proyectos de vivienda para que los privados vengan y construyan; no obstante, las personas que aquí viven actualmente no nos importan’. De hecho, la costumbre de la ciudad es usar la vía armada. La Policía y el Ejercito son usados para expropiar y sacar a las comunidades de forma violenta. Eso es algo de lo que no se habla cuando se trata el tema de la gentrificación: las formas armadas de despojo. La intervención de El Cartucho y El Bronx fueron intervenciones armadas, y en el Santafe se están dando en sitios particulares, entonces se dice: ‘Esta esquina necesitamos demolerla porque aquí va la estación del metro’, y la excusa es: ‘aquí están vendiendo droga, entonces toca desalojar a quienes viven aquí. Vamos a tumbar todo’.
Formas colectivas de vivir y habitar la ciudad
Una novedad del proyecto propuesto por Sergi es que no se queda en estudios históricos o de caso, sino que propone desde lo colectivo y colaborativo soluciones para la habitabilidad del barrio. Señala que: “El proyecto tiene tres enfoques: La vivienda, el trabajo y la forma en la que las personas disidentes construyen política, social y culturalmente la ciudad. En el caso de la vivienda y del trabajo, para el caso de las trabajadoras sexuales, se abordan dos cosas: cómo alejarse de la idea de que exista un putero que es dueño de un edificio y el que pone en arriendo dicho edificio y el cuerpo de las trabajadoras sexuales para que ejerzan el trabajo sexual”.
Para ello se explora la idea de una vivienda que funcione para el trabajo. “En ese caso se propone que deberían existir modelos de vivienda pública que eviten la existencia de dueños privados que puedan usarla para ejercer una relación de poder o control sobre las trabajadoras sexuales, aprovechándose de situaciones de vulnerabilidad, mas ello no ocurre porque el Estado no alquila vivienda, y eso es un problema fuerte ya que no todo el mundo puede comprar vivienda, aunque todos necesitamos habitar un lugar”, reflexiona Sergi.
Sin embargo, la titularidad colectiva urbana representa una opción aún lejana, puesto que, “en Colombia no existe este modelo de titularidad. Generalmente la titulación de vivienda se da porque hay un núcleo familiar que tiene un trabajo estable, que consigue un crédito a 20 años y con él va a poder pagarla ¿Cómo lograr que eso se pueda trasladar a la realidad de las personas disidentes? Debemos tener en cuenta que ellas construyen familias distintas a las nucleares heterosexuales desde lo colectivo, la amistad y el encuentro. Una alternativa es empezar a hablar de la colectivización del suelo y la vivienda”.
En su libro Espacios del capitalismo global, el geógrafo marxista David Harvey señala sobre nuestro derecho de decisión en el crecimiento de las ciudades: “Hemos supeditado nuestro derecho a rehacernos a nosotros mismos, a los derechos del capital para rehacernos mediante la aceptación pasiva de la reestructuración de la vida cotidiana por los proyectos de los intereses de la clase capitalista. Si los resultados no son demasiado convincentes, debemos reclamar nuestro derecho a cambiarlos”.
Esta es una invitación al reclamo de ese derecho y a la pertinencia de las opciones que nos propone el colectivismo, las nuevas expresiones de la familia y la disidencia sexual y de género frente a planes de renovación urbana que, en nombre del mercado, desconocen la dignidad y el derecho a habitar de las personas más vulnerables de la sociedad.