miércoles, abril 24, 2024
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El anti-populismo: el eslogan populista de la derecha

La derecha se refiere al populismo cuando quiere hablar de un proceso mediante el cual, la izquierda instrumentaliza los anhelos populares, a modo de “promesas”, para ganar o mantenerse en el poder. Pero el argumento es una farsa, ¿por qué?

Julián González (*)

Aunque se reseña, sin falta, al movimiento ruso de finales del siglo XIX llamado narodnismo como el origen del populismo; tal y como lo entendemos hoy, con sus múltiples variables, ambigüedad e imprecisión, el término surge en la segunda mitad del siglo XX como una categoría analítica, la cual, intentaba explicar fenómenos políticos y sociales que venían afirmándose en occidente durante la primera mitad del mismo siglo.

Sin embargo, también ha operado, como un útil mecanismo político y retórico peyorativo, la mayoría de las veces utilizado sin distinción como demagogia (aquella estrategia política que apela a prejuicios, emociones, miedos y esperanzas del público para ganar apoyo popular y así conseguir el poder).

Puntualmente, la derecha se refiere al populismo cuando quiere hablar de un proceso mediante el cual, la izquierda instrumentaliza los anhelos populares, a modo de “promesas” (generalmente de campaña, aunque también durante el mismo gobierno), para ganar o mantenerse en el poder.

Un ataque de impaciencia

Con todo, el populismo “realmente existente”, no designa sencillamente “propuestas demagógicas” de candidatos u organizaciones políticas, por el contrario, registra en la historia la movilización de amplios sectores de la sociedad en favor de un interés colectivo (viciado o legítimo), por lo que resulta sumamente reduccionista asimilarlo a la demagogia electoral (o gobiernista).

La inexistencia histórica de representación de los sectores más numerosos de la población dentro de las democracias occidentales modernas, parece ser lo que posibilitó la aparición de esta estrategia. La cuestión fundamental es que, hasta cierto punto, no ha existido movimiento político occidental (desde la misma Revolución Francesa, hasta el peronismo argentino), que no hubiera acudido a estos elementos “emocionales” cuando se embarcaron en la consecución de su causa, toda vez que, fue justo el reconocimiento sensible de una problemática común, lo que sirvió de metáfora asociativa para emprender la movilización social.

Ahora bien, desde el punto de vista de este análisis, sí existe una estructura propia en el populismo que lo constituye como un mecanismo político inauténtico, patológico e ilegítimo. El pensador esloveno Slavoj Žižek en su análisis del concepto, afirma que, “el populismo está siempre sostenido en última instancia por una incapacidad cognitiva y práctica la frustrada exasperación de la gente común, por el grito ‘¡No sé qué está pasando, ya estoy harto!’, ‘¡Esto no puede seguir así!, ¡Debe parar!’: un ataque de impaciencia, un rehusarse a comprender pacientemente, una exasperación frente a la complejidad, y la consiguiente convicción de que debe haber alguien responsable de todo este desastre, lo que hace necesario un agente que esté detrás y lo explique todo”.

Es decir, el populismo se estructura bajo el esquema de la “externalización”: las contradicciones inherentes a la formación social son desplazadas y encarnadas en un “agente externo” que explica (con su mera existencia) el porqué de las crisis.

Amenaza potencial

Cuando hace poco tiempo explotó lo que algunos llamaron un “estallido social”, debido a la tensión insostenible producida por las lógicas dominantes inherentes a la misma formación social, agudizadas por las condiciones particulares de la pandemia, indefectiblemente la derecha acusó a algún agente externo de las propias condiciones de posibilidad para fraguar el complot: anarquistas internacionales, Rusia, el castrochavismo, el mismo Petro, etc.

Tal como afirma Žižek “el populismo es fundamentalmente reactivo, una reacción a un intruso perturbador. En otras palabras, el populismo sigue siendo una versión de la política del miedo: moviliza las masas invocando el miedo al intruso corrupto”.

Es por esta justa razón por la que el “anti-populismo” se posiciona como el mecanismo populista por excelencia. El populismo anti-populista de la derecha no vincula a sus seguidores procurando su identificación con una causa común por la cual movilizarse, por el contrario, la manipulación opera a partir del posicionamiento de una amenaza potencial, (de una amenaza que, para poder funcionar como tal, debe permanecer como potencial) la amenaza de que algo cambie y, de este modo, nos conduzca a una terrible catástrofe.

Ideología perversa

Recordemos que en el mismo centro de la propuesta liberal (la ideología dominante del capitalismo global contemporáneo) está inscrita una posición antiideológica y antiutópica: “…el liberalismo se concibe a sí mismo como ‘la política del mal menor’, su ambición es producir ‘el mundo menos malo posible’, evitando así un mal mayor, al considerar que en última instancia cualquier intento por imponer un bien positivo es la fuente de todo mal (…) El habitual razonamiento liberal-conservador contra el comunismo es que, al pretender imponer sobre la realidad un imposible sueño utópico, necesariamente acaba en un terror mortal”.

Semejante visión se sustenta, sin embargo, en un profundo pesimismo sobre la naturaleza humana. Paradójicamente, fervientes creyentes cristianos, auténticos promotores de una vida guiada por valores morales sólidos, son los que atribuyen al egoísmo individualista la naturaleza humana; y es, la pervertida izquierda, la que idealiza al humano como un ser solidario y con un potencial de bondad innato (tanto los jacobinos como los estalinistas presuponían la virtud humana).

De modo que, según la narrativa de derecha, el hombre es un animal egoísta y envidioso y si intenta construir un sistema político apelando a su bondad y altruismo, el resultado será la peor clase de terror. Para ellos, los iconos históricos de la izquierda solo fueron figuras hipócritas que abrigaban una pretensión fría y egoísta por el poder. Es decir, que operaban bajo una radical racionalidad capitalista de cálculos utilitarios, pero se mostraban como humanistas. La única manera de ser honestos, según esta lógica cínica, es limitar intencionadamente la disposición altruista a sacrificar el propio bien por el bien de otros, conscientes de que la manera más efectiva de actuar en favor del bien común es seguir el egoísmo privado de cada cual.

Partiendo de este fundamento ideológico ampliamente aceptado, el populismo de la derecha moviliza atemorizando al pueblo en dos direcciones, aunque contradictorias, complementarias en la operación de manipulación populista: primero, advirtiendo del peligro de intentar construir un mundo fundamentado en valores éticos como la cooperación y la solidaridad, una utopía imposible que sólo nos llevaría a un régimen totalitario. Y, segundo, avisando del avance de una “ideología” perversa que fomenta la degradación moral.

El individualismo pragmático

El gesto ideológico que triunfa, finalmente, es el de una naturalización y despolitización de las relaciones sociales de explotación de este modelo económico que desplaza los debates al ámbito cultural (una esfera indiferente frente a las condiciones materiales de la población).

Aunque la derecha más radical ostente el discurso público de defensa de la moral y la tradición católica como estandarte de su identidad más visible, este espectáculo de indignaciones, que surgen esporádicamente según lo dicte la contingencia de la agenda legislativa o la coyuntura política (frente al matrimonio homosexual, frente al aborto, etc.), solo enmascaran su auténtica posición de neoliberales indiferentes.

No logran percibir que, cuando combaten la disoluta y permisiva cultura liberal, combaten la necesaria consecuencia ideológica de la economía capitalista desatada, a la que ellos apoyan plena y apasionadamente. Se niegan a aceptar que, con el fin de sostener su reproducción expansiva, el mercado debe crear nuevas y nuevas demandas, de modo que al luchar contra la “decadencia” consumista en realidad se está combatiendo una tendencia que persiste en el núcleo mismo del capitalismo.

Por esto, la derecha contemporánea no representa una regresión “reaccionaria” a los principios y tradiciones católicas, por el contrario, todo principio moral está para ellos supeditado al libre fluir de las lógicas “objetivas” del mercado (no existe la compasión por el humilde, ni solidaridad con el desfavorecido si la “crisis económica” es la que define la necesidad de austeridad del Estado); su individualismo pragmático-realista siempre se superpone a cualquier principio o tradición.

(*) Politólogo de la Universidad Javeriana.

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