domingo, abril 28, 2024
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¡Diles que no me maten!

Yezid Arteta Dávila

Desde el batallón La Popa de Valledupar fui llevado en un black hawk hasta la
penitenciaría de Cómbita. Dos ametrallodoristas del ejército apuntaban sus armas hacía
los filos por donde sobrevolaba la nave. Iba tirado sobre el compartimento de carga.
Tenía las manos esposadas y sujetas a una cadena que rodeaba mi cintura. Un grillete,
fijado por encima de mis tobillos, enlazaba mis piernas. Había pasado dieciséis meses en
un calabozo de la penitenciaría de Valledupar, la tristemente celebre “Tramacúa”. Me
había enflaquecido de tal modo que me veía como el abate Faria, el clérigo que en la
prisión de If convirtió al desgraciado Edmund Dantès en el ilustrado, elegante e
implacable Conde de Montecristo.

En la gélida penitenciaría de Cómbita estaban recluidos más de un centenar de líderes
comunales y campesinos capturados en el departamento de Arauca. El gobierno los
sindicaba de pertenecer a las Farc y el ELN. Fue la época de los falsos positivos
judiciales. La mayoría de prisioneros recobraron su libertad porque nada debían. Su
único “delito” era el de organizarse en juntas comunales y luchar por la paz, el pan y la
tierra. Los paras y la Fiscalía, al servicio del gobierno, eran los victimarios. Los
campesinos las víctimas. No temían a la guerrilla sino al gobierno.

El pasado fin de semana estuve en Arauca capital, en compañía de dos miembros de la
Delegación de Paz que adelanta diálogos con el EMC Farc Ep. Queríamos escuchar las
voces de la gente de una bellísima región fronteriza que lleva pintada en la frente, como
la cruz de cenizas, el estigma guerrillero, amén de cargar sobre sus hombros una pesada
carga. El peso de una violencia ilimitada en el tiempo y extendida en el espacio. La
guerra, si puede llamarse así a una matanza irracional entre las agrupaciones que operan
en el territorio, es el enemigo público número uno en el departamento del Arauca.
Hablen, póngase de acuerdo, dejen de matarse y matarnos, es la voz extendida de una
comunidad que quiere cerrar el capítulo de la violencia, armonizar sus vidas y sacar
adelante una finca o un simple ventorrillo.

No sólo en Arauca la vida está devaluada, sino también en el Cauca, Nariño, Caquetá y
Putumayo, por mencionar cuatro lugares en los que hay más riesgo de morir de un
balazo que por una mordedura de serpiente o paludismo. El reclamo es el mismo:
déjenos trabajar en paz, aparquen sus diferencias e intereses, permitan que nuestra
existencia no esté sometida a unos enfrentamientos en los que no tenemos parte.
Antes me cuidaba de los paras, ahora me toca de la guerrilla, me comentó por el celular
un curtido dirigente que fue represaliado por el régimen. Son varios los líderes
territoriales que prefieren abandonar sus regiones o callarse la boca para evitar las
represalias provenientes de mandos locales de la guerrilla. Sin líderes locales, no hay
lucha organizada. Me cuesta entender que una organización revolucionaría ajuste cuentas
con una persona que se ha jugado la vida, luchando contra los gobiernos oligárquicos.
Antes de que me tirotearan, capturaran, juzgaran y condenaran, contemporicé con una
pléyade de líderes agrarios en el Cauca, Nariño y Caquetá. Hombres y mujeres que
hablaban con la guerrilla sin complejo y temor. Nos hacían ver los aciertos y errores. El
secuestro, me decía un viejo anarquista en el altiplano de Túquerres, es una práctica
reaccionaria. No dejen que los colonos sigan tumbando monte para sembrar coca,
exclamaba una señora durante una asamblea que realizamos en un remoto pueblo del
Bajo Caguán. Los lazos entre las agrupaciones guerrilleras se hacían en un marco de
fraternidad. Marulanda Vélez, Manuel Pérez, Francisco Caraballo y Carlos Pizarro, se
unían en un sólo propósito: la paz con justicia social. En Nariño, por ejemplo,
llevábamos unas relaciones sinceras y fluidas con los mandos y guerrilleros
pertenecientes al frente «Comuneros del Sur” del ELN. Cabíamos todos en un vasto
territorio por explorar y organizar.

¿En qué momento se jodió todo esto? ¿Cómo se explica que organizaciones
provenientes de un mismo útero se líen a tiros y castiguen a los lugareños que se alineen
o no con ellos? Un enfrentamiento sanguinario que pareciera recortado de Ricardo III, la
tragedia de Shakespeare o de un capítulo de la serie Juego de Tronos. Los hijos y nietos de
Manuel Marulanda Vélez y Jacobo Arenas, enfrascados en un disputa letal, acompañada
de señalamientos y recriminaciones. A esto se suma el drama de cientos de firmantes de
paz que sobrevivieron a la guerra, pero que hoy deambulan por el territorio colombiano,
desamparados, a merced del odio y la venganza. A esto hay que ponerle racionalidad y
un toque de piedad. Una lucha desprovista de humanidad está condenada al fracaso.
El departamento del Cauca pareciera un agujero negro que absorbe los esfuerzos de paz
que se realizan en otros lugares del país. Los indígenas que han resistido y doblegado
políticas coloniales y neocoloniales, están perdiendo autonomía en un territorio que han
conquistado con “sangre, sudor y lágrimas”, como dijera el hombre que lucía un
sombrero Homburg en la Segunda Guerra Mundial. La globalización neoliberal y la
desculturización no se enfrenta con retórica y ensayos antropológicos, sino mediante la
afirmación de las costumbres, el uso sano de la tierra, el reforzamiento de las autoridades
ancestrales, la organización comunitaria y sembrando entre los jóvenes un listón de
valores que los enorgullezca y reproduzca sus orígenes.

Cuando una organización armada ataca a los líderes, costumbres y organizaciones
indígenas, abre una puerta por la que se cuela la alienación capitalista de la que hacía
alusión Marx en los Cuadernos de París de 1844. No es paja. El Alto, la ciudad más joven y
populosa de Bolivia, fue el bastión de Evo Morales y el Movimiento al Socialismo
(MAS), empero hoy día cientos de jóvenes sometidos a la alineación globalista, votan por
la extrema derecha y prefieren hablar en castellano en detrimento del quechua y aymara.
El gobierno que preside Gustavo Petro ha volcado la mirada hacia las regiones más
deprimidas del país. Ningún gobernante anterior lo ha hecho. Ha invitado a los grupos
alzados en armas para que se involucren en la transformación territorial, con el
propósito de atacar los males estructurales que originan la violencia. Oponerse a este
plan de gobierno es un disparate. Impedir que los funcionarios de gobierno realicen,
junto con las comunidades, tareas encaminadas al progreso es un despropósito. Gravar
con un impuestos de guerra a quienes están levantando un colegio, un hospital o una
carretera, es negarles a los pueblos la oportunidad de estudiar, sanarse y mover sus
cosechas. Me cuesta entender una guerra cuyo propósito es impedir que el gobierno del
cambio, pueda redimir a millares de personas que creyeron y siguen creyendo en el
cambio.

El gobierno cree firmemente en que hay que llegar a un acuerdo con los grupos alzados
y las comunidades para erradicar de una vez por todas la maldita violencia. Las mesas de
diálogo con el ELN, EMC Farc Ep y Segunda Marquetalia, deben traer resultados
inmediatos y favorables a las poblaciones que residen en las áreas en las que mayormente
se sufre el conflicto. Hacerle el feo al gobierno o ponerle un listón extremadamente alto
para llegar a un acuerdo, puede traer beneficios tácticos y transitorios a los alzados, pero
conducir a las fuerzas del cambio hacia el abismo estratégico del que será muy difícil
salir. Personajes latinoamericanos como Bolsonaro, Milei o Bukele no surgen por
generación espontánea. Son el resultado de un estado de ánimo que se cuece a fuego
lento en una nación harta de algo. La mayoría de Colombia está harta de una guerra que
lleva a ninguna parte.

¡Diles que no me maten! es un relato escrito por Juan Rulfo. El protagonista es Juvencio
Navas, quien implora a su hijo Justiniano para que interponga sus buenos oficios ante
unos hombres que quieren cobrar una venganza por un crimen que cometió cuarenta
años atrás: asesinó a machetazos a su compadre Don Guadalupe Terrenos, por unos
animales que traspasaron un cerco. Sería bueno para Colombia que los tres grupos
armados que dialogan con el gobierno, aparquen sus diferencias, renuncien a la venganza
y encarrilen un proceso de paz realista, sin maximalismos y entelequias.

Coda: Rebelde dentro de los rebeldes, el primer libro de una trilogía que he comenzado, estará en las librerías de Colombia en los próximos días. El lanzamiento, organizado por Icono Editorial, será en la FILBo 2024.

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