Detrás del discurso contra la criminalidad se esconde el marketing fascista del autoritarismo
Yuri Valecillo (Corresponsal de VOZ en México)
Un ejercicio de memoria nos permitirá comprender que es más fácil recordar los logros de las tiranías que los avances democráticos. En Latinoamérica, a diferencia de Europa donde las tiranías se recuerdan como oprobio, los gobiernos totalitarios son vistos como el maná de naciones. Y es que es tan difícil definir lo intangible, la democracia, la libertad, el respeto a los derechos humanos y el derecho a la protesta.
El marketing como necesidad cotidiana de cualquier empresa, marca de calzado, condones o gobiernos parece ser la única búsqueda de lo que debe ser el norte de dicha propuesta. Siempre será más fácil promover la guerra que promover la paz con todos los riesgos que implica. La paz como la democracia requieren esfuerzos teóricos y pragmáticos para vivirla y también para construirla. En el totalitarismo esa especie de paternalismo se enuncia como la imagen de un padre severo, que castiga lo que no es “correcto” y premia el “buen” actuar.
Se siente invencible
Algo que impresiona de El Salvador es como muchas personas hablan con cierta dulzura de la tiranía del general Maximiliano Hernández Martínez, en México para muchos el dictador Porfirio Diaz es también recuperable y puede ser visto como un hombre que le dio crecimiento económico a la nación azteca. Pero quien se atreva a raspar un poco en la superficie y arrancar un poco de ese barniz impoluto, podrá ver que tanto el general salvadoreño como el mexicano sumieron a sus naciones en niveles de barbarie y deshumanización que serían dignos de un cuento de terror.
Bukele es la torpeza pura. Sí algo nos indica quien es el presidente del país centroamericano, es la ausencia total de talento, de sectores sensibles e intelectuales en su gobierno y con la acumulación de tiempo al aire en televisión, con la chequera del Estado a su disposición para crear y desarrollar algoritmos que sean más y más vistos por las redes sociales. Bukele con su poder se siente invencible.
El Salvador vive bajo la suspensión de garantías de los derechos civiles, violaciones y abusos a los derechos humanos, a libertad de asociación, el derecho de una persona a ser debidamente informada de sus derechos y de los motivos de su detención y el derecho a contar con la asistencia de un abogado, todo en un marco de estado de excepción.
Cuesta imaginar un país donde no hay libertad de asociación o manifestación en contra de malas leyes y donde el hecho de llevar la piel tatuada sea considerado motivo suficiente para ser considerado o considerada sospechosa de cualquier delito.
El tatuaje es utilizado como catalizador del odio a todo lo distinto, la búsqueda del enemigo interior es una fórmula de sobra conocida para acerar el poder del Estado y el enemigo puede ser declarado cualquiera. En su momento, negros y latinos fueron considerados ciudadanos de segunda en los Estados Unidos y costó muchos años de lucha social, muertos, detenidos para ser considerados parte de la nación. Para algunos sectores de la sociedad norteamericana, casi todas las culpas de los problemas de criminalidad eran culpa de la población negra.
La Alemania Nazi identificó a judíos y comunistas en el San Benito de “judío/bolcheviques” como los enemigos de la nación. En el Salvador no existe ninguna justificación para convertir una crisis de criminalidad en una crisis de los derechos humanos.
En Latinoamérica de esa gota, tenemos un mar. La violación a los derechos humanos nunca ha sido un camino para mejorar la humanidad. Por cierto, las víctimas del nazismo fueron marcadas con un tatuaje que simboliza haber sido víctima del terrorismo de Estado.
El violador y el autoritario nunca sale ileso, él resulta también marcado por su propia ignominia. Nayib Bukele es un tatuaje que solo será borrado por la lucha y la dignidad del pueblo salvadoreño.