sábado, febrero 8, 2025
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Aviso a navegantes

La tensión diplomática entre Estados Unidos y Colombia es un anuncio de cómo será la política exterior estadounidense y de cómo, en consecuencia, será posible confrontarla

Federico García Naranjo
@garcianaranjo

Para entender un poco más sobre lo que puede implicar el desencuentro de esta semana entre los presidentes Donald Trump y Gustavo Petro, es esencial reconocer que cualquier análisis geopolítico no solo debe limitarse a los hechos de la política internacional, sino, sobre todo, a los relatos y discursos. No solo basta con observar la realidad, lo que ocurre, sino en especial lo que los líderes mundiales dicen sobre esa realidad. En tiempos de redes sociales y avalancha permanente de información, cada vez es más cierto que en política lo importante no son tanto los hechos como el relato.

Es importante también advertir que, aunque las relaciones entre los países obedecen a protocolos institucionales, en gran medida son posibles en buena parte porque se basan en relaciones personales. Ambos aspectos son igualmente importantes. El comercio exterior, los asuntos migratorios, la seguridad nacional, por ejemplo, son temas demasiado importantes como para dejarlos a merced de las pasiones.

Por eso, los líderes tienen cierto margen de histrionismo ante la galería, porque saben que luego sus diplomáticos arreglarán el entuerto a puerta cerrada. Ellos ─los líderes─ no son diplomáticos, son políticos. Por ello, sus palabras no tienen necesariamente que materializarse, pues sirven más para expresar intenciones que para anunciar decisiones. Lo nuevo aquí es el temperamento patán y soberbio de Trump, que con sus declaraciones grandilocuentes agita las pasiones más bajas de sus seguidores mientras pone a trabajar al máximo a su equipo diplomático.

Donde dije digo…

Los analistas internacionales y los operadores políticos suelen fallar en la comprensión de las declaraciones del presidente estadounidense. Lo normal es que hagan una interpretación literal de sus palabras, cuando se sabe que es un político que ha construido su carrera sobre la base de decir mentiras o de hacer promesas que arrancan aplausos, pero que luego no se concretan. Aun así, muchos siguen pensando equivocadamente que Trump dice lo que piensa y hace lo que dice.

Trump se comporta como un niño de colegio que quiere amedrentar a sus compañeros con su fuerza física. Da igual que su objetivo sea un político demócrata, un juez, un compañero del Partido Republicano o un presidente de otro país. Con todos “trapea el piso”. Esa actitud, si bien es aplaudida por sectores que la ven como una muestra de fortaleza y determinación, es en realidad todo lo contrario. Es un comportamiento que revela una profunda inseguridad en la capacidad de inspirar respeto. Por eso, las amenazas, la grosería y las bravuconadas.

Cuidado, no puede caerse en el error de creer que Trump es un outsider, una anomalía en el sistema político estadounidense ─y, por consiguiente, en el orden global─, que una vez superada todo volverá a la normalidad. Por el contrario, es una evidencia de la descomposición del propio sistema. Si convenimos en que la estética es la piel de la ética, un puñetazo sobre la mesa de Trump no hace sino revelar la debilidad de quien para imponer su posición únicamente tiene la fuerza física (militar y financiera), pero no los argumentos ni ─lo más importante─ la autoridad moral.

Los hechos: ¿todo sigue igual?

Tras el intercambio de publicaciones en las redes sociales entre los dos presidentes que llegaron a anunciar aranceles del 50%, cancelación de visas y otras sanciones, los equipos diplomáticos de ambos países se pusieron en marcha, se enviaron mutuas notas diplomáticas y publicaron sendos comunicados anunciando la superación del impasse. Cada uno en su tono, por supuesto.

El acuerdo incluye el envío respetuoso de los deportados por parte de Estados Unidos y la recepción de los mismos por parte de Colombia, pero mientras la Cancillería colombiana expidió un escueto comunicado, el de la Casa Blanca es una exhibición de chovinismo barato que, una vez más, distorsiona la realidad.

Es decir, Estados Unidos accedió a la exigencia de Colombia de cumplir con los mínimos estándares del respeto a los deportados ─aclarados ayer mismo por la ONU─ y aceptó que Colombia enviará sus aviones para recogerlos. Colombia, por su parte, sencillamente retiró los anuncios de replicar las sanciones que Trump pretendía imponer, pero la versión de Washington es de una “victoria total” y una “aceptación incondicional” de todas las exigencias de Estados Unidos por parte de Colombia.

Pelaron el cobre

Lo más irritante de todo el episodio es el papel de los políticos de la oposición y de los medios corporativos de comunicación. Primero, se apresuraron a asumir que las tales sanciones se impondrían de inmediato, es decir, creyeron ingenuamente que Trump hace lo que dice y centraron su atención, cómo no, en el negocio y en el impacto económico que tendrían las sanciones para Colombia.

Fue francamente ridícula, por ejemplo, la convocatoria de algunos alcaldes como los de Medellín y Cali que llamaron a una delegación de alcaldes y empresarios para viajar a Washington a ofrecer disculpas.

Al otro día, cuando el país analizó lo sucedido, los medios se centraron en tomar la declaración de la Casa Blanca como única fuente y construir desde allí la matriz de que Gustavo Petro había tenido que “arrodillarse” ante Donald Trump.

Resulta insultante cómo notables exponentes del periodismo y la política en Colombia no dudaron en retorcer la realidad para aprovechar la situación y atacar al Gobierno. Nos notificaron no solo de su absoluta ausencia de profesionalismo, sino, sobre todo, de su profundo pensamiento colonizado. En una semana, Trump amenaza a Canadá, México, Dinamarca, España, Panamá y Colombia, pero, según ellos, el violento es Petro.

Lo cierto es que el episodio sí es un aviso a navegantes. No tanto porque Trump hubiese intentado someter a Petro sin lograrlo, sino porque queda en total evidencia ante los ojos del mundo que el gobierno estadounidense no es un socio fiable. Para nadie.

Mientras Petro es reconocido como un líder de talla mundial que le planta cara a los poderes globales, Estados Unidos ha perdido su autoridad moral patrocinando el genocidio en Gaza. Y ahora, actitudes como estas serán el último clavo en el ataúd del agonizante orden mundial.

Se acabaron las reglas, bienvenidos a la ley de la selva.

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