Una propuesta reflexiva para afrontar y confrontar la actual época de digitalización de la cultura del trabajo. Preguntas y respuestas sobre los trabajadores de la cultura y su función en una era que los desplaza ante la sobreestimulación visual, sonora y plástica
Felipe Quintero
¿De dónde proviene la identificación obrera en Colombia? ¿Cuáles son sus principios rectores actualmente en el arte y la cultura? Ante tan complejas preguntas, el libro Cultura e identidad obrera en Colombia, 1910-1945, de Mauricio Archilla Neira, es un referente obligado, ya que permite revisar el complejo entramado cultural que hoy posibilita identificarnos como trabajadores de la cultura y, sobre todo, su relación con la cultura del trabajo.
En Colombia, la identificación de lo que denominamos como “clase obrera” inicia con la búsqueda de la dignificación de las labores artesanales. Es decir, el gremio de artistas y artesanos del siglo XIX promovió una articulación por el reconocimiento de la sociedad ante las labores de oficio manual y mecánico.
Software y libertad
Este siglo nos ha devuelto a preguntas que parecían perdidas por la dominancia de una cultura artística elitista. Ante los nuevos medios tecnológicos se comprueba que existe una diversa mayoría trabajadora que rechaza su propia existencia o identificación con el trabajo por su declarada forma de explotación. Los trabajadores de hoy han probado la libertad de un software que los libera de las cadenas materiales para satisfacer sus necesidades ociosas e intelectuales, como menciona Boris Groys en su ensayo número 19 en la revista E-flux.
El sueño utópico de una libertad sin trabajo ha generado problemas morales que han devuelto al principio de las preguntas más modernas. ¿Qué somos y a quién respondemos? ¿Somos esclavos de la era digital y su dominancia cultural? ¿Nos controlan o somos creadores de nuestro propio pensamiento? ¿Somos trabajadores/productores de los medios digitales? ¿Somos artesanos de un universo inmaterial?
Estas preguntas llevan a pensar que esta explosión creativa de la era digital no es más sino el principio de una repetición del medio. Es decir, mecánicamente lo que se narra es la aparente libertad. Ante esos principios de digitalización de la cultura del trabajo comienzan las preguntas sobre los trabajadores de la cultura y su función en una era que los desplaza ante la ‘sobrestimulación’ visual, sonora y plástica.
Cultura popular y lucha de clases
A pesar de que existe una clase proletaria no identificada como trabajadora u obrera, existe sí una clase que rechaza el dominio cultural de una minoría “rica”. Este rechazo no sólo es desde la política, sino que se encuentra en sus variantes simbólicas, literarias y económicas. La clase trabajadora de la cultura se identifica como clase en tanto productora de una cultura diferente. Es decir, una cultura popular. Este concepto de cultura popular es una noción algo difícil de explicar en pocas palabras, pero rememora la compleja contradicción del poder de los oprimidos.
¿Qué es entonces la cultura popular y en qué se diferencia de la cultura proletaria? La cultura popular abarca fenómenos que no sólo se pueden atribuir a una clase trabajadora. Se extiende a fenómenos que en el siglo XX aún no tenían conceptualización dentro de los movimientos obreros. La cultura popular comprende la tradición y la vanguardia ─su antítesis─. Abarca desde lo narco y la moral cristiana hasta la brujería y la rebeldía. Un país tan diverso como Colombia contiene una cultura popular que permea a todas las clases. Por otro lado, la cultura proletaria propone una cultura del trabajo.
Ser trabajador hoy es identificarse como productores y no ser, al tiempo, empleados. Esta nueva noción del trabajo deja comprender que como proletarios no sólo combatimos contra un amo, un jefe o un patrón, sino contra el entramado indefinible e indefendible del mercado capitalista. Los trabajadores de la cultura no tenemos un único jefe, poseemos en cada rincón de una posible venta, comercialización o estímulo un posible dueño de nuestra fuerza de trabajo. Respondemos a la lógica del clientelismo.
Ser trabajador de la cultura es, también, convertirse en un defensor de los desempleados, los desposeídos y, en su generalidad, la mayoría de artistas. Es acertado decir, como se dijo en el siglo XIX, que la identificación con el trabajo en la cultura no es un deseo por la existencia del amo y su fin, sino la promoción de una dignificación de las labores ─tanto intelectualmente, como mecánicamente─. El artesanado hoy hace parte de la clase trabajadora de la cultura.
Unidad, asociatividad y clase
La división burguesa de las artes en menores, mayores, manuales o intelectuales, son aspectos que no refieren al espíritu de asociatividad. Esa separación sólo busca dividir entre dignos e indignos, como sucedió en los comienzos de la creación de la clase obrera en Colombia. Esto devuelve a la contradicción desclasada de la cultura popular, que nos unifica, pero nos divide entre regionalismos.
Es, por esto, que una cultura proletaria, aunque se rechace el concepto por moderno, lleva a resolver diferencias en el mundo contemporáneo. No somos, en efecto, sólo artesanos, obreros, trabajadores mecánicos, intelectuales o artistas, somos una clase preparada para desestabilizar un Estado globalizado que gobierna dándonos el aparente albedrío para atacarnos entre nosotros mismos.
Una cultura del trabajo o proletaria que busque la asociatividad de los trabajadores es, incluso, más positiva para una distinción y definición de una cultura popular que nos acoja como creadores de un nuevo mundo. Crear sindicatos como el Movimiento Unido de Trabajadoras y Trabajadores de las Artes plásticas y visuales, MUTAR, no debe generar conflictos entre regiones. Al contrario, debe provocar admiración para seguir su ejemplo, en cada municipio, en cada vereda, donde el arte moviliza y da razones de vida.
Los trabajadores del arte tenemos condiciones particulares que deben estar orientadas a una unidad nacional, a un crecimiento latinoamericano y a una explosión de unidad internacional que presione y provoque temor, como lo provocaron los primeros gremios de artesanos, en la clase dominante.