lunes, octubre 14, 2024
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Ambrosio Millicay y los 25 azotes

El catamarqueño fue azotado y humillado por haber aprendido a leer y escribir

José del Río

Un poco antes de la independencia, en Catamarca, Argentina, se corrobora una vez más, como afirma El Libertador Simón Bolívar, que la Iglesia Católica y el Gobierno Colonial utilizaron la violencia y la ignorancia como instrumentos de opresión y exclusión. Por esa razón el saber leer es objeto de humillación y castigo, como veremos más adelante.

No solo utilizaban en las escuelas la exclusión de los negros y mestizos, razón por la cual el analfabetismo era del 88 por ciento. Además, controlaba la Iglesia de manera sistemática los libros que no debían leerse y censuraban el desnudo en la literatura y en las obras de arte.

El Sagrada Congregación del Santo Oficio determinaba que libros podían leerse o prohibirse y por tanto si podían entrar o no a la colonia Latinoamericana. El Santo Oficio y las instituciones de la Inquisición organizaron el Índice Expurgatorio que contenía 5.420 autores prohibidos.

El Concilio de Trento realizado entre 1545 y 1563 prohibió el desnudo del cuerpo humano en la arquitectura, en las esculturas, pinturas, su representación en las obras de teatro y la descripción en cuentos y novelas.

A las escuelas no tenían acceso los indígenas ni los mestizos

Un ejemplo palpable de esta exclusión lo encontramos incluso en Venezuela en 1805, un poco antes de la Independencia. Según Salcedo Bastardo, los pardos y mestizos solicitaron al Cabildo la posibilidad que abrieran una escuela que no tenían ellos y sus antepasados. En el acta correspondiente a esta petición, consta que le recomendaron al mandatario que no “debían franquearse a los pardos la instrucción de que hasta ahora han carecido y deben carecer en lo adelante”.

En 1819 en Catamarca, Argentina, las autoridades coloniales le propinaron 25 azotes al mulato Ambrosio Millicay, que servía al maestro de campo Nieva y Castillo. El delito del catamarqueño fue saber leer y escribir. Por ello fue humillado, insultado y flagelado en la plaza central, también para escarmiento de todos los indígenas, mulatos y negros.

Esta es una muestra más de como Simón Rodríguez y Simón Bolívar tenían razón al considerar que la violencia, el fanatismo religioso y el analfabetismo fueron los instrumentos utilizados por España para someter durante más de 300 años a los pueblos latinoamericanos.

Por esa razón, El Libertador en carta a su hermana María Antonia le dice: “La instrucción es la felicidad de la vida, el ignorante está próximo a revolcarse en el lodo de la corrupción; se precipita luego infaliblemente en el lodo de las tinieblas y de la servidumbre”.

Fuente. Luis Salcedo Bastardo. El primer deber. Universidad Simón Bolívar. Caracas. 1973. P. 25

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