Breve historiografía de la invasión de una pandilla de ambiciosos, que cambió por la fuerza la potente y avanzada cultura Caribe
Guillermo Linero Montes
Con ocasión de los 500 años de su fundación, además de ponderar la efemérides de una ciudad en la que nací y me siento orgulloso de ello, considero necesario cavilar ─con la objetividad de quien conoce la historia nuestra─ sobre la conquista de América, en nuestro caso por parte del imperio español de los siglos XV y XVI. Esta conquista ─no importa si llevada a cabo bajo el absurdo derecho de conquista─ significó la devastación fiera y cruel de una cultura forjada originariamente en una tradición cultural muy distinta a la de los países occidentales.
De hecho, tal como lo registra la historiografía, lo ocurrido en el cruce de esos dos siglos referidos, consistió en una tajante y despiadada desculturización. La conquista desmontó en un 90 por ciento las creencias basadas en espiritualidades, remplazándolas por una sola religión cargada de vicios inhumanos. Asimismo, desmontó los dialectos que exaltaban la naturaleza, reemplazándolos por un idioma dado a valorar la astucia maliciosa de los humanos. Finalmente, trastocó la organización política basada en la familia extensa, remplazándola por la jerarquía de una minoría privilegiada.
Empero, pasados ya 500 años desde la ocurrencia de la conquista y cumplidos más de doscientos años desde la independencia, todavía existen personas dadas a connotar única y especialmente los aportes de la cultura española invasora. Han olvidado que ella no consistió en una transculturación (según la RAE, “es el proceso por el que un grupo social o pueblo adopta elementos culturales de otro, que pueden reemplazar a los propios”), ni en la aniquilación de una civilización por otra civilización, sobre la base del poderío guerrerista.
Reducción y supresión cultural
A los indígenas no los sedujeron ni con espejitos ni con nuevas maneras de ver el mundo ─las de la ciencia y la filosofía desarrolladas por el pensamiento europeo─, por el contrario, fueron obligados a renunciar a sus entendimientos cognitivos, cuyo método no era cientificista ni cartesiano, sino connatural e imaginativo.
Los indígenas de nuestro continente no fueron visitados por los portadores de una cultura de la cual se adquirirían conocimientos para el enriquecimiento de la existente, sino por una pandilla de ambiciosos que, en vez de ampliar la cultura nativa, hicieron fue desarrollar un proceso de desculturización expresado en la “reducción o supresión de la adquisición de cultura por parte de los individuos de una comunidad”.
En consecuencia, la imposición de un idioma, basado en la cosificación del ser, trastocó el concepto de hacer en función del beneficio colectivo, por el de trabajar y producir bajo los criterios del feudalismo basado en el rigor de un modelo de convivencia donde unos mandan como amos y los otros obedecen como esclavos.
La explotación deshumanizada fue tan cruel y mortal que, ante las numerosas muertes de indígenas, los españoles tuvieron que traer de África ─aun con mayor maltrato y cosificación del ser─ nuevos cautivos para trabajos tan fuerte como la explotación de las minas.
500 años después
Antes de la conquista de América, pese a la existencia de múltiples dialectos tribales, las comunidades indígenas se comunicaban desde el sur hasta Centro América con fines de intercambio comercial; dialectos que al desaparecer se llevaron consigo la diversidad cultural precolombina, y las culturas que persisten ─o resisten─ se han mantenido aisladas o, más exactamente, se hallan minimizadas en asentamientos de reserva o en lo profundo de la selva amazónica.
Hoy, 500 años después de la fundación de Santa Marta, no ha cesado la persecución y violencia contra las comunidades indígenas de esta ciudad, asentadas en las estribaciones de la Sierra Nevada. Según la Agencia de la ONU para los refugiados, “esta comunidad ha sido víctima, desde el Siglo XX, de actos violentos por parte de grupos armados ilegales, al igual que de la explotación de sus recursos naturales y el uso a la fuerza de sus corredores estratégicos.
»Todo ello implicó una fuerte desintegración cultural del pueblo, manifestada en el debilitamiento de sus prácticas culturales y el detrimento de la espiritualidad. Sin embargo, la constante lucha por la protección y reivindicación de la Sierra Nevada ha permitido que se adelante una relación de cooperación con los otros pueblos indígenas con quienes comparte el territorio, facilitando la permanencia en sus tierras sagradas”.