Manuel Antonio Velandia Mora
León Benhur Zuleta Ruiz publicó en marzo de 1977 un artículo en un periódico trotskista bogotano sobre la existencia del Movimiento Homosexual Colombiano que, según él, tenía 10.000 miembros. Al comunicarme con él pude darme cuenta de todos los ceros de la cifra eran falsos; me prometió que a todas las personas que desde Bogotá le llamaran les informaría para que se comunicaran conmigo. Fueron 30 personas las interesadas y todos llegaron a la primera reunión. La gran mentira que se hizo verdad.
Para Zuleta el MLH su lucha era contra “la persecución insidiosa de la moral, la religión y la medicina que se complementan con el Derecho y la Sicología (y Siquiatría) para considerar al homosexual como un delincuente y enfermo… Una forma de “interpelar directamente el poder, la ley, el orden y la norma del macho; de luchar por superar toda sociedad que fundamenta su poder en la exclusión y la opresión. De ahí que esta acción no debería llegar hasta la simple liberación sexual, sino hasta la conmoción de toda sociedad clasista y falocrática”.
En una época en que solo se hablaba de los derechos humanos y aun no se había avanzado hacia los derechos sexuales, era vital que quienes se nos acercaran reconocieran la universalidad de nuestros derechos como un elemento determinante en la solución de conflictos sin tener que llegar a la violencia para construir una convivencia solidaria. De ahí que con Zuleta decidimos hablar no de homosexualidad sino de homosexualidades para referenciar las diversas maneras de ser homosexual, gay o marica.
Coincidencialmente al ir a recoger una carta escrita por León me encontré con Manuel Ernesto R., artista quien era mi compañero de estudios en filosofía y padre de familia a quien suponía heterosexual; él había escrito a León. Se ofreció a prestarnos un espacio para reunirnos, la biblioteca cristiana llamada Enmanuel Mounier, que él dirigía. El sábado 9 de abril de 1977, a las 2:00 de la tarde fue nuestro primer encuentro. Asistieron 30 hombres homosexuales, temerosos de reunirse, encontrarse e incluso de ser identificados. Entre ellos estaban el bailarín de clásico y poeta Leonardo Vidales, el abogado y psicólogo Guillermo Cortés profesor de la Universidad Católica. La mayoría eran personas muy jóvenes, muchos de ellos estudiantes universitarios, artistas e intelectuales.
Cuando Cortés se presentó a los presentes en nuestra primera reunión nos hizo saber que según el código penal colombiano vigente desde 1936 éramos delincuentes, para la mayoría esta fue una noticia desalentadora. Se propuso hacer un listado de temas importantes a discutir, surgieron temas que llamaban la atención como iglesia y homosexualidad, la violencia policial, la salud mental de los homosexuales, las relaciones de pareja y la vida sexual. Yo propuse que hiciéramos un abordaje desde la antipsiquiatría, novedad teórica de ese momento, el pensamiento sex-pol, el freudismo radical y, en general, de la filosofía de vanguardia. Además, la lectura de El deseo homosexual del francés Guy Hocquenghem, quien había sido recientemente echado del partido comunista francés a causa de su homosexualidad, algo que también pasó con León Zuleta. Manuel R. propuso una línea de trabajo desde el arte.
Buscando crear un proceso de integración y dando respuesta a las necesidades planteadas se crearon 3 grupos de trabajo: de los jóvenes, de construcción teórica que se llamó Lambda, y Heliogábalo grupo de arte. Heliogábalo o el anarquista coronado era una obra de Antonin Artaud publicada en español en 1972. Dice el autor que él “es el ejemplo tipo de esta clase de disociación de principios; y es la imagen en pie –y llevada al más alto grado de la manía religiosa, de la aberración y de la locura lúcida- la imagen de todas las contradicciones humanas”.
Heliogábalo fue en esencia un grupo anti, anti teatro, anti danza, anti escultura, anti pintura. Danzábamos obviando la música exterior para vivir la música interna, hacíamos teatro sin guion y sin tener que ser actor para actuar, trabajamos la escultura con cuerpos vivos, desnudos e iluminados a la luz de la luna, para pintar no había que haber ido a la escuela de bellas sino tener el deseo de expresarse por medio del color, de la luz y de la forma. Heliogábalo terminó teniendo su propio espacio los miércoles en la noche. Hicimos performances sin saber que así se llamaba. Lo coordinamos tres personas Ernesto R., Leonardo Vidales y Velandia. Las reuniones de los sábados más que experienciales del arte eran de lectura y crítica obligada y de contarle a los nuevos lo que en estos encuentros sucedía.
Coordinado por Guillermo, el grupo de trabajo que más discusiones suscitaba era Lambda, en él había gente de diferentes edades, posición política, experiencias y perspectivas teóricas. Nuestras discusiones estaban repletas de citas de libros, recomendaciones de lecturas y hallazgos conceptuales que enriquecieron nuestras miradas y perspectivas.
Entre las dos y las cuatro de la tarde cada grupo trabajaba en sus propios temas, en la siguiente hora se hacía una plenaria en la que se presentaban los desarrollos más importantes en cada uno de los grupos de trabajo.
En algunas reuniones se hizo presente Zuleta. Conociendo sus orígenes socialistas a muchos nos sorprendió la propiedad con que hablaba del tema religioso. Lo discutía sin el peso moral católico, al que le daba el poder del miedo de ser y en última instancia de la culpa. Fue tanto el alcance de León en la reflexión de este aspecto, que yo mismo, poco a poco, me fui alejando del grupo de oración del que hacía parte y del que había sido uno de sus fundadores. Estas divagaciones me llevaron a profundizar sobre el tema y a leer el libro “La iglesia ante la homosexualidad” (1977) del sacerdote jesuita John J. McNeill cuyo ejemplar llegó de las manos de Zuleta a las mías.
Para él se hacía necesario “interpelar directamente al poder, la ley, el orden y la norma del macho; de luchar por superar toda sociedad que fundamenta su poder en la exclusión y la opresión. De ahí que toda acción no debería llegar hasta la simple liberación sexual, sino en lograr la conmoción de toda sociedad clasista y falocrática”, Yo, santandereano, criado en un ambiente machista, hijo de familia, educado por jesuitas en colegio de “niños bien” pensaba, en ese entonces, que no era necesario ubicarse desde tales extremos; sin embargo, no dejaba de sorprenderme al encontrar que nuestros puntos en común eran cada vez mayores, como también que Manuel R. o Guillermo Cortés, con historias similares a la mía, o Leonardo Vidales, más cercano ideológicamente a Zuleta, encontráramos con él más acuerdos que elementos de desacuerdo.
En cada reunión llegaban en promedio 70 personas, eso significaba que cada sábado contábamos a los nuevos en qué consistía el movimiento. Íbamos a los bares y estos nos daban micrófono para dirigirnos a sus clientes e invitarlos a las reuniones, repartíamos volantes invitando a las actividades. Actividad que casi siempre hacía yo en compañía de Jaime Galindo, cómplice de las performances callejeras con las que nos tomábamos la ciudad.
La promoción nos llevó a ponerle un nombre a la organización. Nos decidimos llamarlo GELG Grupo de Estudio por la Liberación de los Güeis, yo propuse que fuera Grupo marica, pero evidentemente eso aun causa ampolla. Como una actitud antinorteamericana asumimos una idea León quien en una discusión conmigo propuso usar güei en vez de gay, y escribirlo tal y como se pronuncia en castellano.
A mediados de 1979 nos echaron de la Biblioteca Enmanuel Mounier, explícitamente nos dijeron que por homosexuales, así que hasta que conseguimos la sede para la Revista Ventana Gay nos seguimos reuniendo junto a la estatua de General Rafael Uribe Uribe en el Parque Nacional. Allí yo daba cursos de oratorio, era parte de la estrategia que habíamos organizado para permear los sindicatos y los grupos universitarios de la ciudad.
El GELG me condujo a darme cuenta de la importancia del deseo, de lo afectivo, lo erótico, lo genital, y de la identidad particular y social de los homosexuales, reflexiones que con el tiempo fui profundizando y que aun hoy son parte fundamental de mi propuesta teórica de este momento.
Hoy lamento que hayamos perdido el espíritu de nuestra lucha inicial; que las nuevas organizaciones parezcan no tener orígenes, contenidos políticos, e ideales claros. A pesar de que la sexualidad siga siendo un hecho político, la homosexualidad una sexualidad al margen, y las lesbianas, bisexuales, homosexuales y trans considerados marginales, las nuevas organizaciones parecen olvidar los cientos de asesinatos y estigmas, en especial de personas trans, y que ahora hay nuevas expresiones post identitarias y no identitarias y otras diversidades de géneros y cuerpos.
El 28 de junio de 1977 los güeis bogotanos, que ya estábamos organizados en el GELG, organizamos por primera vez la celebración del “Día Güei Internacional”; Velandia escribe y publica el “Manifiesto por los Derechos de los homosexuales en Colombia”. Velandia, Zuleta y Cortés crean el 28 de junio de 1977 el MLHC Movimiento de Liberación Homosexual de Colombia. Conmemorando los cinco años del MLHC hicimos la primera marcha en Bogotá y en Colombia el 30 de junio de 1982.