martes, abril 23, 2024
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¡Vamos por más!

El Gobierno popular no solo ha introducido nuevos debates en la agenda política y ha demostrado un talante democrático, también ha puesto al país a verse a sí mismo con optimismo y sin complejos

Federico García Naranjo
@garcianaranjo

Se cumple un año de la posesión de Gustavo Petro y Francia Márquez, un año del Gobierno del cambio. Mientras los sectores más retardatarios del Establecimiento y los medios corporativos de comunicación se esfuerzan por presentarnos todos los días un país en franca decadencia y acorralado por el caos, lo cierto es que algo sí está cambiando y para bien. Y no solo son los logros que ya se están viendo en recuperación económica, justicia social o relaciones exteriores, es también y sobre todo, un cambio en la forma de ejercer el poder, tanto institucional como simbólico.

Los símbolos

La primera evidencia que algo estaba cambiando fue la propia campaña electoral. Aquella fue una fiesta de alegría, compromiso, diversidad y ganas de transformar el país. En esa ocasión –parece que fue ayer–, miles de personas se echaron a las calles rebosantes de optimismo en la voluntad, dispuestas a llevar el mensaje del cambio y a calentar a los tibios, envalentonar a los timoratos y decidir a los indecisos en que otro país sí era posible, que no estábamos condenados a otros cien años de soledad.

Algo nuevo de este Gobierno es que su forma de comunicar ha estado cargada de poderosos símbolos. Su propia composición diversa (una vicepresidenta negra, una indígena como embajadora ante la ONU o un joven punkero antifascista como ministro), el episodio de la espada de Bolívar en la posesión o las declaraciones como “el pueblo tiene el poder y nosotros somos sus sirvientas”, claramente revelan a un proyecto político con vocación popular y democrática; un proyecto que se parece mucho más a lo que somos en realidad que a la idealización eurocéntrica que por siglos se nos quiso imponer.

Se dirá que el Gobierno ha hecho profusión de símbolos aunque sin mayor contenido, pero lo cierto es que al margen de los logros concretos –que son muchos–, las palabras, los gestos o el tono de la voz, así como los lenguajes y el tipo de temas que se proponen al país, son muy importantes para incidir en la forma como un pueblo se percibe a sí mismo.

En palabras del presidente, “el país (…) está dejando atrás los complejos de inferioridad y la resignación a un supuesto destino donde el poder solo puede corresponderle a las castas que siempre lo han detentado y lo consideran su propiedad personal y hereditaria”.

El talante político

Otro aspecto que ha cambiado sustancialmente en el último año es el talante con el que se ha ejercido el poder desde el Gobierno. Desde el siglo XIX, con la excepción del uribato que hizo saltar por los aires cualquier tipo de pudor, el país estaba acostumbrado a una forma de tramitar los desacuerdos aparentemente civilizada, donde primaba un tono de voz sereno, mesurado, casi adulador –“estimadísimo doctor, con todo respeto…”–, mientras por debajo de la mesa se ejercía la violencia en todas sus formas. De la misma manera, nuestra clase dominante históricamente se ha preocupado mucho por mantener la formalidad institucional mientras ha considerado al Estado como un botín.

Hoy asistimos no solo a un cambio en el tono del discurso, menos lambiscón y más directo, sino también a un cambio sustancial en la forma de ejercer el poder. Hemos dejado atrás los atropellos indiscriminados contra la gente que protesta, las amenazas y descalificaciones contra los rivales políticos o la persecución contra sectores críticos como la justicia o los medios de comunicación.

Ya no escuchamos eternos discursos vacíos de contenido donde se nos pintaba el país de las maravillas, ahora escuchamos diagnósticos certeros, reflexiones profundas y propuestas audaces. Ya no vemos corruptos atornillados al puesto, ahora el que lo hace mal, se va.

Así, otra evidencia de que algo está cambiando es el tipo de cosas que hoy preocupan a los colombianos. Hemos dejado atrás la obsesión por encontrar culpables de ocasión que nos permitan explicar todas nuestras desgracias –los terroristas, los vándalos, Maduro– para centrarnos en temas verdaderamente importantes como nuestro sistema de salud, la crisis climática, nuestro modelo de desarrollo o la Paz Total.

Los logros

Lo primero que se advierte es que la catástrofe económica anunciada por la ultraderecha no sucedió. Al contrario, a pesar de comprometerse a cumplir la regla fiscal –lo que reduce su margen de acción pero tranquiliza al capital transnacional–, el Gobierno ha transmitido la confianza necesaria y ha tomado las medidas apropiadas para reactivar la economía.

Las cifras no mienten: la inflación sigue bajando y se ubica alrededor del 11%, al desempleo le pasa lo mismo y ya va en 9,3%, gracias a la concertación el salario mínimo aumentó un 16% –cifra que no se veía en décadas–, la inversión extranjera aumentó un 70%, el déficit comercial bajó en 6%, el país recuperó el grado de inversión, se aprobó la reforma tributaria progresiva que pone a los ricos a pagar más impuestos, el presupuesto en educación es el más alto de la historia, el turismo aumentó un 34% y se aprobó un Plan Nacional de Desarrollo participativo y que construye equidad, en fin, el sueño húmedo de cualquier economista.

La Paz Total avanza, no sin tropiezos, pero ofreciendo resultados tangibles. Disminuyó el homicidio en 3,6%, el 40% de los municipios del país no tuvieron homicidios el último año, disminuyeron los delitos sexuales en un 29%, en Buenaventura y Medellín se adelantan negociaciones con los grupos armados que han permitido treguas sin muertos durante varios meses en ambas ciudades, se ha acordado un cese al fuego bilateral con el ELN mientras prosperan las negociaciones de paz con esa organización insurgente, avanzan los diálogos con el Estado Mayor Central y se está respaldando decididamente a la Jurisdicción Especial para la Paz y a la Comisión de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, mientras se implementan las recomendaciones de la Comisión de la Verdad.

Se avanza también en la justicia social. Se han adquirido 72 mil hectáreas para el Fondo de Tierras, se incluyó en la Constitución al campesinado como sujeto de derechos, se creó la Jurisdicción Agraria, se han titulado 240 mil hectáreas a campesinos, se está fortaleciendo el crédito popular a través del Banco Agrario, se creó el Ministerio de la Igualdad, se aprobó la Renta Ciudadana a madres cabeza de hogar y se aumentó en 20% el presupuesto de la salud.

En cuanto a la justicia climática, se logró bajar la deforestación en un 76%, se aprobó el Acuerdo de Escazú, se ha promovido en foros internacionales el canje de deuda externa por acciones climáticas y se ha cambiado el enfoque antidrogas persiguiendo a los traficantes y no a los campesinos cocaleros.

El coraje

Logros y avances es lo que hay. Tal vez la principal evidencia que algo sí está cambiando es el lamentable papel que ha ejercido la oposición, refugiada en discursos altisonantes, insultos, mentiras y desinformación y promoviendo acciones de lawfare desde el aparato judicial.

Otro capítulo es el de los medios de comunicación corporativos, que no solo han escudriñado obsesivamente al Gobierno –algo que siempre debería suceder– sino que se han convertido en la verdadera oposición política, lejos de su verdadero papel en la sociedad.

Por eso la bulla, los escándalos creados por los medios y el relato “todo va mal” solo es la evidencia que las cosas sí están cambiando. Pero no es suficiente. Como dijo el presidente, “tenemos el coraje y la valentía para no desaprovechar este momento único en la historia, para seguir privilegiando la vida sobre la muerte”. Ese es un cambio fundamental.

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