La obra de Rosa, su pensamiento marxista, su ética revolucionaria y ejemplo de vida, continúan vivos.
Colección Vidas Rebeldes
El nombre de Rosa, amada y admirada por los jóvenes más radicales y combativos de todas partes del mundo, sigue siendo en el siglo XXI sinónimo de rebelión y revolución. Cuando ya nadie se acuerda de los viejos jerarcas de la socialdemocracia europea del siglo XIX, el pensamiento de Rosa Luxemburgo continúa generando polémicas. Su espíritu insumiso y rebelde asoma la cabeza cubierta por un elegante sombrero, por supuesto- en cada manifestación juvenil contra la globalización y la dominación capitalista.
Dos fantasmas traviesos que “el nuevo orden mundial” no ha podido domesticar. Ni con tanques e invasiones militares ni con la dictadura de la TV. Actualmente, su memoria descoloca y desafía la triste mansedumbre que propagandizan los mediocres con poder.
El simple recuerdo de su figura provoca una incomodidad insoportable en aquellos que intentan emparchar y remendar los “excesos” del capitalismo… para que funcione mejor. Cuando los desinflados y arrepentidos de la revolución entonan antiguos cantos de sirena, disfrazados hoy con el ropaje de la “tercera vía” o el “capitalismo con rostro humano”, la herencia insepulta de Rosa resulta un antídoto formidable. Sus demoledoras críticas al reformismo –que ella estigmatizó sin piedad en Reforma o Revolución y en la Crisis de la Socialdemocracia- no dejan títere con cabeza. Constituyen, seguramente, uno de los elementos más perdurables de sus reflexiones teóricas.