jueves, abril 25, 2024
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Reunión de Brasilia, renace Unasur

Se retoma una perspectiva audaz de la integración y un programa de acción política internacional conjugado, que confronte práctica y los intereses hegemónicos

Pietro Lora Alarcón

Ningún gobierno que pretenda introducir cambios en el régimen político para profundizar la democracia o para iniciar un proceso de reformas que condensen aspiraciones populares, tendrá un camino fácil, especialmente cuando ejerce su mandato en un país geográficamente localizado la que aún es considerada “zona de influencia” de los Estados Unidos.

A las resistencias institucionales de la derecha, a los mecanismos de selección y manipulación de informaciones para generar un ambiente de inestabilidad política, a las tácticas de judicialización sin fundamentos y a las presiones constantes para quebrar la unidad y la conexión con la base popular, se suma la injerencia desestabilizadora de la estructura de poder dominante en el escenario internacional, que busca impedir el tránsito en el camino de los cambios.

Hay que estar muy conscientes de esta relación dialéctica entre lo doméstico y lo internacional para poder comprender los alcances de un proceso de integración como el que actualmente se ha propuesto en la reunión de presidentes en Brasilia de este 30 de mayo, justo a 200 años de la proclamación de la Doctrina Monroe.

En efecto, en medio de una crisis global del sistema económico y de la agresividad de la OTAN, que afecta a todos los pueblos del planeta, pero también de un cambio significativamente positivo en el panorama regional, ocasionado por victorias electorales de la izquierda en el último periodo, entre ellas la de Gustavo Petro en nuestro país, se reunieron los presidentes suramericanos por iniciativa del presidente Lula.

Con justicia y meridiana claridad se debe reconocer que el solo hecho de que los jefes de Estado hayan atendido la convocatoria para buscar fórmulas de cooperación y proponer una agenda común, es ya un importante triunfo después de años de boicot de la derecha a esa posibilidad. Solo Dina Boluarte justificó su ausencia por “impedimentos legales”, lo que a decir verdad demuestra el impacto que tiene la movilización popular en Perú ante la embestida golpista.

Por eso la reunión fue un contrapunto efectivo, especialmente por la presencia de Venezuela, a la táctica divisionista imperial y de las clases dominantes regionales. La apuesta de la integración no es aislar sino reanudar relaciones, partiendo de enfoques diferentes en algunos casos, de afinidades puntuales en otros y de proximidades que resultan, entre otras cosas, del  factor de que estamos localizados en un escenario geográfico de extrema riqueza, cuya sociedades tienen una historia de resistencias ante colonialismos y dictaduras, y de que es necesario estar conscientes de que el enfrentamiento de las dificultades para el desarrollo y el avance de las reformas políticas, sociales y económicas, así como del respeto y la valorización de nuestra cultura, requiere de acuerdos y consensos que permitan un posicionamiento sólido sobre temas globales en los foros internacionales y programas de acción conjuntos en la región.

Este tipo de integración, sobre bases de justicia social, deja a la derecha a la defensiva, la obliga a rediscutir y reorientar el tratamiento de temas nacionales que se conectan con la arena internacional, y le afecta porque los ingredientes democráticos impactan su tradicional modelo de relaciones con el gran capital. Esa colisión se observa claramente en temas como las políticas de empleo y renta, la crisis climática, los debates sobre el papel de los bancos nacionales y las inversiones regionales en ciencia y tecnología.

Los temas de la reunión de Brasilia fueron variados, llamando la atención el hecho de que en la coyuntura los desafíos latinoamericanos surgen tanto de la necesidad de actuar ante la guerra, incrementando las acciones contra la militarización, las migraciones forzadas, las violaciones a los derechos humanos y en favor de la seguridad regional, promoviendo incesantemente la solución política de los conflictos, como también de consolidar las iniciativas políticas autónomas de los Estados, lo que implica la reactivación de la Comunidad Económica de América Latina y el Caribe – CELAC – y la Unión de Naciones de América del Sur – UNASUR -, dos instituciones que pueden servir de plataforma para direccionar proyectos de infraestructura y expandir el comercio, mejorar las condiciones de vida de la población, en términos de salud y educación, e incentivar y apoyar las más diversas formas de manifestación de la identidad latinoamericana y caribeña.

Por eso, en una perspectiva audaz de la integración, esta etapa debe ser altamente propositiva, objetivando un programa de acción política internacional conjugado, que conteste en la práctica los intereses hegemónicos de la estructura de poder internacional representados en el Grupo de los 7, para quien la integración regional solo es posible entre Estados que acepten su hegemonía.

En la visión propuesta en Brasilia, potencializar el desarrollo de los pueblos latinoamericanos parte del reconocimiento de que el perfil del intercambio comercial regional es más diversificado que el extrarregional, incluyendo productos y servicios de mayor valor agregado e intensivos en tecnología. El PIB regional debe alcanzar los 4 billones de dólares este año y la región cuenta con el más variado potencial energético del mundo, con reservas de gas, petróleo, hidroelectricidad, biocombustibles, además de contar con una biodiversidad ampliamente conocida y ser una reserva importante de agua dulce y de producción de alimentos.

Hay propuestas de gran calado, como la profundización de la identidad en el ámbito monetario, de manera que se reduzca la dependencia de las monedas extrarregionales y el desarrollo social a partir de formas de cooperación en el sector bancario, así como las relacionadas a la posibilidad de una convergencia regulatoria que facilite la exportación e importación de bienes, especialmente de última generación. Desde luego, deben registrarse las propuestas de Colombia el terreno energético, especialmente para asegurar el abastecimiento y el uso eficiente de los recursos naturales, y las constantes en el Programa del Cambio, anunciado internacionalmente en esta y otras oportunidades.

Igualmente, constituye un campo específico el de la cooperación militar, ligada a una visión nacional y patriótica para la defensa del pueblo y su soberanía. Y mas allá de una visión formal de la democracia, debe destacarse el rechazo a los ataques recientes a las instituciones y gobiernos legítimamente elegidos y el reconocimiento de que las agresiones de grupos de extrema derecha se gestan en plataformas digitales que promueven campañas de desinformación, de fake news y discursos de odio, que hay que combatir con urgencia.

Como se observa, todos son temas de especial importancia. La integración pretendida se realiza encima de los destrozos neoliberales y es una forma de rescatar el ejercicio de la ciudadanía. Ante los ataques a los gobiernos democráticos y las amenazas de golpes híbridos la integración se pronuncia por la defensa de la soberanía popular con propuestas y proyectos concretos para el bienestar de los pueblos.

Como dice el presidente Lula, anfitrión del Encuentro: ¡Somos un ente humano, histórico, cultural, económico y comercial, con necesidades y esperanzas comunes! Y lo que nos une es mucho más que lo que nos divide.

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