jueves, enero 23, 2025
InicioVisiónCulturalQuentin Tarantino, a sus 50 años

Quentin Tarantino, a sus 50 años

Nai Ramone

Tenía tan sólo 29 años Quentin Tarantino cuando escribió y dirigió una de las películas de culto más importante de los años 90, Reservoir dogs. Con esa película transgresora, moderna, hiperviolenta, rapidísima y personal, aquel excéntrico joven cambiaría, o al menos iba a transgredir, un tipo de cine, el de acción, que en pocas ocasiones está dirigido bajo la batuta de un autor. Y Tarantino lo es. Cuando el genio de Tennessee cumple 50 años echamos un vistazo a su carrera para comprobar que desde la meca del cine siguen surgiendo, con cuentagotas, algunos cineastas que están dotados con el don de crear cine. Y él es uno de ellos.

tarantino

Su cine, que empezó siendo muy barato y poco comercial, hoy es un gigante reservado a unos pocos. En los 20 años que separan Reservoir Dogs (1992) a Django desencadenado (2012), Tarantino ha pasado de producir con un presupuesto de 1,2 a cien millones de dólares. Crítica y público siguen reverenciándole, siguiéndole, perdonándole algunos errores y rindiéndose a los pies de un hombre que se atreve a nadar contra corriente.

Este creador, histriónico y perturbador, nació en un pueblo perdido del medio oeste norteamericano el 27 de marzo de 1963. Sus padres le llamaron Quentin por el personaje de Burt Reynolds -Quint Asper- en la serie de televisión del Oeste, Gunsmoke. A los 17 años dejó de estudiar para buscarse la vida en algo que le permitiese desarrollar una vena creativa algo excéntrica que no hallaba satisfacción en Tennessee. Un periplo tras otro le llevaron al cine, primero a las sesiones dobles de películas de serie B, después a ser acomodador en una sala poco recomendable y más tarde a dependiente de un videoclub. Allí conocería a Roger Avary y John Langley, a cuyos pechos se crió para ver todo el cine que ha influido en su filmografía, el que le ayudó a convertirse en lo que es ahora.

Tarantino, que no tenía contactos ni conocidos en el mundo del cine, escribió el guión de Reservoir dogs con el ánimo de conseguir vendérsela a alguna televisión que estuviera interesada en hacer una cinta de acción barata y minimalista: la historia de un robo contada desde una única habitación. Sin embargo, su guión llegó a manos de un ambicioso productor, Lawrence Bender, que se lo enseñó, entusiasmado, a su amigo el actor Harvey Keitel, que llevaba años soñando con hacer un papel transgresor y rompedor. Keitel se entusiasmó con el guión y fue gracias él que llegó el poco más de millón de dólares necesario para producir una película agresiva y sangrienta que no tardaría en convertirse en un referente del cine de los 90 y en objeto de culto para varias generaciones. La historia coral de seis asesinos contratados para dar un golpe en el que todo se tuerce no tiene demasiado de original. Pero Tarantino empezó a dejar su sello en el lenguaje narrativo y visual, en sus diálogos al límite, en su estilo violentísimo, en sus alusiones al cine clásico y de culto, en sus citas bíblicas y en su idea de la trascendencia del ser humano. El cine de esa década no puede entenderse sin esta cinta esencial, porque a sus 30 años aquel destartalado joven de aspecto feúcho y nada de glamour hollywoodiense había demostrado que otro cine era posible.

Y empezó a trabajar a destajo. Primero en los guiones de Asesinos natos –que Oliver Stone, director de la cinta, cambió a placer– y Abierto hasta el amanecer –que realizó su amigo y discípulo Robert Rodríguez–. Mientras, sus fans anhelaban su segunda película. Y en 1994 estrenó la que es para muchos su mejor película, Pulp Fiction, una obra maestra del cine contemporáneo, una de las películas clave de los 90 y en la que el cineasta dejó claro su estilo y su impronta: varias historias que discurren en paralelo, saltos casi constantes en el tiempo perfectamente hilados, tramas impecables, estilo narrativo personal, conversaciones ágiles, vivaces y potentes, submundos y antihéroes con los que acaba empatizando el espectador, droga, sexo, muerte y alcohol… Volvió a trabajar con Keitel, rescató del ostracismo a John Travolta, dio a Samuel L. Jackson su primer papel protagonista serio y sacó de Bruce Willis –héroe canalla de las películas de acción de los 90– un registro mucho más amplio. Película de éxito donde las haya, Pulp Fiction hace malabarismos con la trama y la cronología, con el espacio y las referencias que este prestidigitador de la acción convierte en obra maestra (además, costó ocho millones de dólares y recaudó 213, el sueño de cualquier productor). Tiene a la vez una mezcla de comedia negra, cine de acción y pantomima postmoderna con tintes de surrealismo absolutamente geniales que quedan patentes en cada una de las tres historias que narra la cinta.

Y es que en su cine nada es casual. Excelente director de actores, Tarantino es un fetichista, amante de las motos, los moteles, los mecheros zippo, del enfrentamiento mexicano (esto es, tres o más personajes que se apuntan mutuamente con pistolas) y los pies de las mujeres, de la música narrativa y de la sangre a chorros; en su cine se juntan elementos de John Woo, Sergio Leone y Martin Scorsese, con su admiración por las películas de kung fu y lo peor de la serie B. No es de extrañar que hayan surgido imitadores, plagiadores y copiones, que su estilo personal sea susceptible, no ya sólo de crear escuela, sino de intentos desesperados por emularle. Sin embargo, sus historias descarnadas van casi de la mano con la idea de la trascendencia. Y eso no lo logra casi nadie. La muerte, tan importante en cada una de sus películas, siempre tiene sentido. Y ello lo logra pese a que buena parte del público siente rechazo por la violencia explícita de sus películas, el lenguaje soez, abrupto y descarnado y la violencia sexual y una cantidad incontable de personajes carentes de moral. Pero en Tarantino la violencia está al servicio de la historia, siempre. Y ahí radica su excelencia.

inglourious-basterds

Aunque en su haber existen dos películas menores, es innegable que Jackie Brown (1997) –la más convencional de todas sus producciones– y Death Proof (2007) son dos buenas historias. La primera es la de un robo, la segunda la de una venganza. Aunque Death Proof sigue el ritmo frenético común a todos sus guiones y Jackie Brown es la menos ‘Tarantino’ de sus producciones, ambas tienen todos los elementos característicos de su cine, los ingredientes necesarios para que sus errores le sean perdonados.

Con todo, su proyecto más ambicioso no es ninguno de los mencionados. Tras Jackie Brown, Tarantino esperó seis años para hacer realidad un guión en el que se daban cita diferentes géneros –spaguetti western, artes marciales y manga– conformando un conjunto insólito, algo nunca visto. La película cuenta todos los avatares por los que pasa una misteriosa mujer conocida como La novia –Uma Thurman–, en su intento desesperado de matar a Bill, su antiguo jefe y amante y padre de la hija que perdió después de que él intentara asesinarla. Dividida en dos partes, Kill Bill Vol. I y Kill Bill Vol. II, Tarantino se superó a sí mismo en la utilización de fetiches y clichés, en el rodaje de escenas de acción, en la coreografía de todas las sangrientas peleas cuerpo a cuerpo que protagoniza La novia con los matones de Bill, a quien dio vida David Carradine (también desenterrado del olvido gracias a Tarantino como Kurt Russell en Death Proof) en la mejor interpretación de su más que cuestionable carrera. La historia de una venganza hiperviolenta y brutal en manos de Tarantino se convirtió en un festival. Un uso excelente de la fotografía, la alternancia del color con el blanco y negro y escenas manga (animación japonesa), genialidades como el pitido que suena cada vez que se dice el nombre de La novia o la cara oculta de Bill durante la primera de las dos películas hacen que el espectador olvide que es una historia de violencia exacerbada. Tarantino adorna todo convenientemente con música vibrante y genial, con un montaje sublime, homenajes al cine de género, guiños al espectador y unas coreografías perfectas, con lo que consigue que los órganos desmembrados, la violencia sexual y el humor negro sean más soportables, pues se trata de una película concebida como entretenimiento puro y duro, y no para tomarse en serio.

Sus dos últimas películas también han roto moldes. Con Malditos bastardos (2009) quiso presentar una alternativa al final de la Segunda Guerra Mundial sin abandonar su estilo. Con un elenco actoral de nuevo impecable, gracias al que conocimos a actorazos de la talla de Christoph Waltz o Michael Fassbender, la cinta no deja de ser una comedia de acción con tintes históricos, algo que a buena parte de la crítica europea escoció un poco más. Con todo y, sin duda, gracias a una desmelenado y absolutamente genial Brad Pitt en la piel de un oficial encargado de matar nazis, es su cinta más taquillera, pues hizo un 313 millones de dólares en todo el mundo. Y pese a que sigue siendo delirante y chispeante, como todas sus películas, es la que más ha divido a la crítica, pues muchos no digirieron bien esta broma de mal gusto sobre la muerte de Hitler.

Django desencadenado ha coincidido en taquilla con Lincoln, una especie de cara y cruz del fin de la esclavitud. Si bien la cinta de Spielberg aborda la cuestión desde las trincheras de los políticos, la cinta de Taratino se remanga y lo hace desde la cruda realidad de las calles. De nuevo Christoph Waltz (que se ha hecho con el Oscar al mejor actor de reparto por las dos películas que ha hecho para el director de Tenesse), Jamie Fox, Leonardo DiCaprio, Samuel L. Jackson… todos los actores bordan unos papeles por los que serán recordados para la posteridad. Porque si bien con Malditos bastardos, Tarantino daba una vuelta de tuerca sobre el cine bélico, con Django desencadenado hace lo propio con el western. Aunque tiene algunas escenas tediosas que se alejan de la agilidad del verbo de sus primeras obras (ahora Tarantino quiere mostrarlo todo renunciando por completo a la elipsis), su agilidad y crudeza están tan equilibradas como siempre, mostrándonos de nuevo, una vez más, como siempre, la historia de una venganza. Y es, seguramente, su película más extrema en la que se ha mostrado más comedido y exagerado, más serio y más inestable, más respetuoso y más cruel. Tal vez reside en esas contradicciones constantes de su obra la genialidad de un cineasta que, no se engañen, no está obsesionado con la venganza, sino con la redención del hombre o con el intento desesperado por alcanzarla. Tal vez por eso logra que su público se ría y sienta rechazo casi en el mismo minuto por lo que está viendo, haciendo de esa ambivalencia una nueva forma de entender y ver el cine.

Los cineastas suelen querer decir algo a través de sus películas. Si de Tarantino se puede esperar un mensaje es el de esa idea de redención desde la venganza, la sangre y el dolor. Algo que logra su sublimación absoluta en La novia de Kill Bill, pero también en el negro apaleado Django o en el Jules Winnifield de Pulp Fiction. Sus personajes rara vez hallan una respuesta, pero la suelen buscar. Tarantino esboza el milagro del hombre, cree que es posible. Y así lo dejó de manifiesto en la citada Pulp Fiction, cuando Jules después de citar unos versículos de la Biblia es tiroteado y no cae muerto. El cineasta culminó la genialidad de esta escena con un plano de la espalda de Jules agujereada, hecho que hace que este sicario despiadado logre redimirse y decida cambiar de vida. Se ha preguntado mucho a Tarantino sobre ello, pero él, siempre esquivo, contesta a la gallega “¿Un milagro? Ja… ¿Y por qué no? Ocurren todos los días”. No es un director hiperviolento sin más. Es un hombre de una profunda altura de miras que ha transgredido el cine contemporáneo proponiendo mucho más que unos cuantos tiroteos. Tal vez por eso, al recoger el Oscar al mejor guión por Django desencadenado en febrero de este año, dijo, al retirarse con el dorado galardón “Peace up”. Claro, conciso, directo. Una vez más.

Fuente: Taringa

Django-Unchained-Poster-2

RELATED ARTICLES

Most Popular

Recent Comments

Rodrigo en No hay dos demonios
Rodrigo en Petro en la mira
Rodrigo en 30 años sin Manuel
Rodrigo en ¿No se dan cuenta?
Rodrigo Carvajal en Elefantes blancos en Coyaima
Rodrigo Carvajal en No Más Olé
Rodrigo Carvajal en ¡A hundir el acelerador!
Rodrigo Carvajal en Semana contra el fascismo
Rodrigo Carvajal en Ucrania, ¿Otro Vietnam?
Rodrigo Carvajal en ¿Quién es Claudia Sheinbaum?
Rodrigo Carvajal en Odio y desinformación
Rodrigo Carvajal en La inflación y sus demonios
Rodrigo Carvajal en No cesa la brutalidad sionista
Rodrigo Carvajal en Putin gobernará hasta el 2030
Rodrigo Carvajal en De Bolsonaro a Lula